Hacía un calor abrazador, de ese que no te permite abrir los ojos por completo. Estaba sentado en la arena y la sombra que momentos atrás lo cubría se había movido con el sol. Se miraba las manos y las piernas. Su carne se le caía a pedazos ante sus propios ojos. Tenía un tiesto en la mano con el que se rascaba y espantaba las moscas que se posaban en su carne abierta. Esta enfermedad de la piel la había contraído no hace más de dos semanas, pero nunca había visto algo que fuera tan agresivo y que avanzara tan rápido. Se volvía a mirar y se preguntaba qué diablos era lo que tenia y cómo se curaría. Pasa un pequeño niño cerca de él y le pasa un poco de agua en un recipiente, pero de lejos por miedo a su aspecto presente.
En su interior tenía un dolor aún más grande que el que sentía en su propia carne. Unos días atrás, en solo día, en cuestión de horas, perdió todas sus posesiones a manos de unos delincuentes. Casi todos sus empleados fueron asesinados por los maleantes. Minutos más tarde un tornado derribó la casa en la que se encontraban todos sus hijos. Todos murieron. No quedó uno solo. Ni siquiera uno que lo pudiera consolar por la pérdida de todos los demás. Ese era el dolor más grande. Su alma estaba tan adolorida que no recordaba la última vez que probó bocado. Peor aún, no recuerda la última vez que quiso probar bocado.
Levanta la vista y ve tres personas que vienen hacia él. Los reconoce. Son sus tres amigos de infancia. Han oído lo que le pasó a su inseparable amigo y han decidido venir juntos a animarlo. Cuando se acercan no pueden creer lo que sus ojos ven. Su cara y su cuerpo están tan desfigurados que no lo podían reconocer. No saben qué decir ni qué hacer. Solo se sientan a su lado. Nadie dice nada. Ellos no saben qué decir y el no quiere escuchar nada. Siete días y siete noches se sientan juntos. Sin hablar, sin comer, sin beber nada. La tragedia y el dolor eran demasiado para sentir otra cosa. Siete días y siete noches.
Los tres amigos de Job fueron a consolarlo, pero ¿Qué podemos decirle a alguien en esa situación? La verdad…no mucho. La Biblia nos dice que “riamos con los que ríen y lloremos con los que lloren”. Cuando alguien atraviesa por una tragedia creemos que tenemos que decirle algo o contestar preguntas que puedan tener. Sin embargo, es nuestra compañía y apoyo lo que necesitan. Cuando todo pase, no recordarán mucho de lo que se les dijo, pero si recordarán quienes estuvieron con ellos “llorando”. Piensa en alguien que necesite apoyo en tu familia o algún amigo y decide hacerle compañía. No pienses en responder dudas ni nada por el estilo. Solo siéntate y dale tu apoyo.
(Job 2)
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A la orilla del lago
EspiritualEsta es una colección de meditaciones, reflexiones, cuestionamientos, preguntas, que han sido escritas como parte de mi experiencia personal con Dios. Ellas reflejan momentos de crecimiento y de fracasos, de gozo y de tristeza, de éxtasis y depresió...