Firma: Superfantástico.

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   En cuanto entré a la casa corrí al baño para cepillar mis dientes temerosa de que me delataran, al volver a la sala de estar tome mi cuaderno y escribí velozmente las cosas que ya sabia y que Nick había interrumpido. Sonreí con triunfo en cuanto vi a mi madre atravesar el umbral de la puerta con una carpeta bajo el brazo y un café a medio terminar en la mano, el plan había sido una excelente idea.
-Cariño, ¿Qué tal la escuela?-Murmuro con cansancio en la voz.
-Todo bien, mamá.

   No era chica de dar detalles e incluso me molestaba sentirme acosada por cosas que solamente sucedían o que ni siquiera recordaba. Agradecía que mamá no era muy preguntona y que casi pareciera que su trabajo arrastraba todas las energías que le quedaban para el tiempo madre-hija, era una aspiración de médula ósea que nos traía el pedido del supermercado a casa. En fin, ya no me importaba; había tenido suficiente con tantos años de "Eres mi bebita hermosa, no crezcas nunca".

   Para cuando Marc llegó ya me encontraba en mi habitación leyendo, leer era parte de mis fascinaciones secretas, mis padres poco sabían de mis libros olorosos a historias que escondía en un viejo baúl pegado a mi cama. Era una fanatica  del olor a páginas desgastadas  y   de la sensación inigualable de arrastrar con fuerza los dedos sobre el borde de las hojas a través de todo su espesor artístico. Se acercó a mi puerta asomando su cabeza con cierto aire de infantilismo.

-¿Qué tal?-Dijo sentándose sobre el cobertor.

-Normal, supongo.

   Dejé pasar unos segundos antes de hablar de Nick.

-Hoy vino Nick a dejarte tu camisa.

-¿Ah, si?

-Si, quiso esperarte pero tuvo un problema de trabajo, yo qué sé, el asunto es que se fue tan rápido que hasta olvidó dejármela.

-Oh, tendré que llamarlo para saber cuando vendrá.

   Marc sonrió, qué inocente hermano mío. Se recostó de espalda mirándome, parecía que había algo de lo que quería hablarme, conocía esa mirada de "Ojalá no enloquezca"

-¿Pasa algo?-Dije mientras amarraba mi cabello en una coleta.

-He conseguido novia.

-Pues, bien por tí.

-Vamos, ¿es lo único que dirás?

-Eres mi hermano, si te gusta una chica pues está bien. Tienes buenos gustos ¿recuerdas a Marie?

-Claro que sí, es una lástima que haya tenido que volver a Canadá.

   Sonreí con sinceridad, Marie había sido su única novia que realmente me había agradado, era rubia natural, no solía usar maquillaje y olía siempre a fresas. Entonces se levantó para salir sin más de la habitación, así era Marc: temperamental y extremadamente sensible, seguramente se había ido a su cuarto a soportar lágrimas amargas, en verdad se habían querido y era una pena saber que el mundo los pudo separar con tanta facilidad.

   Tomé el teléfono velozmente para escribirle a Nick: "El plan fue un jodido éxito". Mientras se enviaba pensé en qué estaría haciendo y dónde estaría, no podía imaginármelo descansando tranquilamente en casa (principalmente porque no tenía idea de cómo era su casa), era por eso que solo podía pensarlo llevando muchachas de la mano a un rincón oscuro, bebiéndose la quincena o bien siendo acosado por la secretaria de la editorial. Entonces resonó la alerta de mensajes: "Tu mejor logro, firma: Superfantástico", sonreí estúpidamente ante la pantalla brillante, estaba molesta (¿Cuándo no?) pero sentía ese burbujeo en el estómago, ese bullir de tripas que sientes cuando sabes que algo está a punto de suceder, algo extremadamente fabuloso.

   Me di a esperar unos minutos mientras me ponía el pijama luego de escuchar nuevamente al pajarito que anunciaba los mensajes entrantes, "¿Qué haces? firma: Superfantástico" , quise decirle que acababa de ponerme el pijama pero sonaba algo tan pueril y sencillo que no parecía digno de ser enviado a sus ojos adultos. "Escondo mi tesoro secreto", una forma bonita de decir que estaba guardando mis libros dentro del baúl. "¿Tesoro secreto?" , respondí a una velocidad vertiginosa "En algún momento lo sabrás".

   Eso fue todo lo que recuerdo, al despertar me encontré con el teléfono en la mano y dos mensajes entrantes: "Uno de estos días lo sabré" y "Lo sabía, aún tienes hora de dormir", ambos firmados por Superfantástico. Y claro que era superfantástico.

   El colegio no llevaba más de un mes de clases si que no me sorprendí aquella mañana cuando oí los rumores de que unos chicos nuevos habían llegado desde otra ciudad. Me parecía ridícula la emoción de ver rostros nuevos que olvidaría velozmente, no quería nada más que entrar al salón para poder irme cuanto antes de esta fábrica académica especializada en memorización. Era casi nauseabundo que entre tantas maneras de aprendizaje los dinosaurios que nos hacían clases eligieran por completa inercia hacernos memorizar manual tras manual, calculo tras calculo; no les importaba que el 75% de la clase reprobara mientras se justificaban con una simple frase "Deben acomodarse a la exigencia de esta institución", qué asco.

   Desde el universo de profesores aglutinados en la sala de las cafeteras (como me gustaba llamar al salón de profesores) solo había un pequeño astro iluminado de verdadera vocación por la enseñanza: El profesor Miguel. A pesar de que todos lo llamaban "Señor Ávalos" en mi fuero interno solía llamarlo simplemente profesor Miguel dado a la afinidad que creaba en mí, parecía que hubiéramos nacido fortuitamente en épocas distintas para terminar siendo yo su más devota aprendiz. La admiración que profesaba por mi profesor era solamente explicable por la entrega que tenía con cada una de las clases, con cada uno de los libros que nos daba a leer, con cada frase llena de profundidad sacada de los pensamientos de algún escritor enclaustrado en su tumba pero jamás declarado muerto por la sociedad lectora.

   En cuanto entré en el salón me acomodé con rudeza sobre mi asiento pegado a la ventana para leer hasta que llegara el profesor. Leí páginas y páginas de las palabras de Gabriel García Marquez con la sensación de ser una sanguijuela que se alimentaba furtivamente de sus jugos creativos, otra explicación para mi falta de apetito a la hora de almorzar. Para cuando el profesor hizo su aparición ya me quedaban dos páginas para terminar el eterno pergamino plegado, no le di importancia, sabía que él no me diría nada, era parte de nuestro acuerdo tácito de personas que se agradan.

   Cuando finalmente devoré por completo el libro volví a la realidad, el profesor se hallaba de pie presentando a alguien, rayos, no, él no.

-El es... ¿cómo te llamas?

-Derek..

   Era esa jodida voz en ese muchacho que comenzaba a dar una aburrida reseña de cómo lo habían arrastrado aquí por el importante puesto de su padre en las fuerzas armadas, qué chiste, casi maldije al ver cómo el profesor Miguel lo enviaba a la silla vacía que es encontraba a mi derecha.

-¿Y ahora dónde apoyaré mis pies?-Dije con malhumor mientras el chico se acercaba.

-Se amable, quizás tener un compañero te obligue a sacar la nariz de los libros-Murmuró el profesor sentándose en su trono para iniciar la predica diaria.

-Pero si usted siempre dice que debemos leer más- Refuté batiendo las pestañas en un gesto infantil.

-Sabes que eso no aplica para ti-Respondió el pedagogo con un golpe certero.

   Derek no se atrevió a decir nada limitando su accionar a sentarse y tomar un cuaderno desde el cual tomó un trozo de hoja para escribir algo y tendérmelo. "Curiosa coincidencia" se leía en letras azules, no respondí, no hacía falta. Así fue que comencé a soportar al enemigo de Superfantástico día tras día toda la semana. ¿Que diría Nick si se enterara de esto? digo, no somos nada más que una metamorfosis, una excepción al código de la hermandad, pero no creo estar equivocada al pensar que los celos se lo comerían vivo hasta que volviera a fingir que busca a Marc en el marco de mi puerta.

Huye ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora