Chocolates y pastel

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        Una vez dentro del supermercado comenzamos a recorrer los pasillos uno por uno, era curioso pero me gustaba hacerlo, estaba todo tan ordenado y lleno de cosas que no podía evitar quedarme mirando los pasillos aunque no quisiera nada de allí, era uno de mis mayores caprichos.

        Michael y Nick nos siguieron en silencio mientras nosotros caminábamos empujando el carro de compras, de un segundo a otro miré a Marc con una señal antes tan común como levantar las cejas para luego colgarme de la parte delantera del carrito, ambos nos miramos mientras él comenzaba a darle velocidad al artefacto corriendo por un pasillo largo y vacío. Era divertido saber que aún después de tantos años cosas tan sencillas como estas nos seguían divirtiendo.

        Una vez que llegamos a los pasillos dedicados por completo a la despensa Michael le arrebató el carrito a Marc disimuladamente para ofrecérmelo, esta vez subí dentro de él y comenzó la carrera. Fue inevitable sentir pequeños chillidos escurrirse a través de mi garganta mientras aumentaba la velocidad ¿Hacía cuánto tiempo que no me divertía tanto?

        Una vez abajo me tomé del brazo de mi hermano para poder ver a Nick a mi antojo y con plena confidencialidad. Llevaba las manos en los bolsillos del pantalón y las mangas de la camisa dobladas hasta arriba de los codos, dejando ver unos cuantos vellos casi pueriles. Se veía distinto, más guapo si cabe; la camisa roja de mi hermano teñía su cabello de un suave rubio pelirrojo y eso era completamente nuevo. Me puse las gafas oscuras que mi hermano llevaba colgando de la camisa y me detuve nuevamente a verlo, a apreciarlo con el placer de pasar desapercibida.

        El carro se detuvo frente a las pastas y nos rendimos a los ravioles gigantes, esos que solo tienes que poner en agua caliente y hacer una de esas salsas listas para acompañar, se notaba a leguas que Marc no tenía ganas de cocinar. Entonces mi teléfono comenzó a sonar al ritmo de spirit crusher, una canción de metal algo pesada que no dejaba de resonar en mi mente por la culpa de Daniel. Me alejé de todos para contestar, vaya, hablando del rey de Roma.

-Aloha-contesté.

-Hermanita, ¿qué tal todo?

-Todo bien, ¿qué tal estás allá? ¿te alimentan bien?

-No sé si bien sea la palabra pero si hay comida y cuando nos llaman a comer estamos tan hambrientos que podría ser el estofado de la semana pasada y nos lo comeríamos como si fuera un manjar caído del cielo.

        Reí ante sus comentarios, lo cierto era que Daniel amaba comer y me extrañaba que aún después de tanto tiempo no se quejara de la comida.

-¿Y qué tal papá y mamá?-Prosiguió.

-Ya sabes, perfectos, al igual que Marc, ah no, espera, anoche tuvo una borrachera horrible en casa.

-Aunque es el mayor jamás ha sabido cuándo detenerse. Pero ¿está bien?

-Si, Michael lo llevó a la habitación y se quedó junto a Nick a cuidarlo.

-¿Qué tal están las bestias?

-Todos bien -Reí-De hecho están aquí, estamos en el supermercado.

-¿No quieren cocinar?

-Yep, qué bien nos conoces.

-Bueno hermanita, me alegro que todo este bien pero debo irme, nos están llamando a comer, hoy comeremos sopa de calcetín.

-Un manjar. Cuídate y vuelve a llamar, ya sabes que a mamá le gusta saber de tí, siempre fuíste su favorito.

-Y tú la malcriada. Te amo hermana.

Huye ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora