Quinceavo Capítulo

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Pasé mucho tiempo en total silencio y en la oscuridad, sólo escuchaba mi respiración que escondía miles de sollozos; el no poder moverme por lo reducido del espacio provocó que comenzara a desesperarme.

—¿Sascha?— pregunté sin recibir respuesta. No resistí más, un pequeño chirrido se escuchó en mi cauteloso intento de abrir la puerta del casillero. Salí lentamente aún a oscuras, cuando sentí cómo alguien me jalaba para atrás tapando mi boca, no pude evitar intentar gritar.

—Soy yo Alex, Sascha— me susurró.

Di un pequeño brinco sobresaltándome cuando el sonido de la electricidad resonó en la habitación, inundándola de luces extremadamente blancas y potentes, entrecerré los ojos al deslumbrarme,  para cuando mis pupilas se acostumbraron a la luz pude analizar la habitación; ésta parecía diferente, todo se veía acomodado y limpio, los archiveros estaban en perfectas condiciones, los libros y papeles estaban cuidadosamente apilados. Volteé a ver a Sascha confundida, su rostro parecía desconcertado mientras analizaba toda la habitación rápidamente,  me soltó lentamente.

—Vámonos de aquí— dijo tomándome de la mano y llevándome hacia las escaleras.

—Pero Greta... David— frené un poco para voltear a buscarlos. No estaban.

—¡Vámonos! Ellos no están aquí— subió el tono de voz sin detenerse, jalándome de la mano.

Subimos rápidamente las escaleras y él abrió la puerta de golpe, se quedó tieso al estar del otro lado y pude ver porqué, Hughroom parecía tan diferente a como estábamos acostumbrados a verle, no se veía tan desgastado, pero eso no le quitaba lo aterrador, no recordaba haber visto muchas de las cosas que ahora podía ver, incluyendo un acceso contiguo a la sala de recepción el cual estaba enrejado, me recordó a una cárcel. Sascha soltó mi mano, se le veía incómodo, al igual que yo miraba con curiosidad la puerta de acceso, de la cual provenían murmullos, él comenzó a caminar y le seguí parándose justo antes de entrar, frente a la puerta enrejada que estaba abierta de par en par. Miramos del otro lado y pude diferenciar una sala común donde personas de distintas edades que vestían batas o pijamas holgadas, reposaban en sillones viejos y manchados, otras caminaban lentamente de un lado a otro sin dirección alguna e incluso hablándole a la nada. 

Sascha entró y caminó lentamente alrededor del lugar, inspeccionando con la mirada aquellos rostros; nadie parecía notar nuestra presencia. Se detuvo frente a  un viejo piano en la esquina del lugar y en silencio lo observó, caminé hasta estar a su lado, él recorrió con sus manos las teclas sin tocarlas, se detuvo en una de ellas y dudoso la tocó. El sonido retumbó en las cuatro paredes, los murmullos cesaron de golpe, subí la mirada y todos nos miraron fijamente, buscando el origen de aquel sonido.

—¡Vamos chico! ¡Toca una canción! La música es lo único que le da vida a este frío lugar— dijo una anciana con un bastón en la mano derecha que estaba sentada en un sillón individual, al lado de un chico en silla de ruedas. Sascha volteó la mirada hacia ella, luego al piano y se sentó. 

Me impresionó la manera tan decidida en la que aceptó, siendo que a él no le agradaba otra gente.

Antes de que pusiera sus manos en el piano, una chica interrumpió eufóricamente y todos volteamos a verla. Era rubia, tenía sus facciones tiernas y a decir verdad era bonita.

—¡Sí, hace mucho que nadie toca una canción!— dijo levantándose de su asiento,  dejando el libro que leía en su lugar y acercándose hacia el piano. Su rostro me era bastante familiar, sentía que la había visto antes. Sascha la miró unos segundos boquiabierto.

De repente mi mirada la captó el chico en silla de ruedas, el cual de su pantalón de franela sacó una pequeña armónica y comenzó a tocar una movida tonada con iniciativa. Sascha lo miró ligeramente sonriendo como si conociera la canción y le hizo segunda con el piano.

SASCHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora