Vigésimo Octavo Capítulo

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Aquella mañana el viento soplaba incesante, me encontraba sentada en el descuidado pasto frente a la fachada principal de Hughroom, la escena que tenía ante mis ojos era de un lugar despejado, un cielo color gris, lleno de nubes espesas que no permitían al sol brindarnos el menor rayo de luz.

Levanté la cabeza sonriendo, sintiendo el viento chocar en mis mejillas, sabía que pronto me iría de ahí. Llena de imágenes esperanzadoras, comencé a imaginar cómo sería mi vida al salir, ¿me extrañarían mis padres tanto como yo a ellos? ¿qué cara pondrían al verme entrar con mis maletas? ¿Qué pensarían al ver a Sascha cruzar la puerta de mi casa y ver la sonrisa magnífica de la que me había enamorado? ¿Cómo serán aquellas comidas y cenas familiares mientras mi padre dice un chiste que hace reír a todos a carcajadas? Escucharemos las melodías a piano combinadas con violín que tanto le gustan a mi madre, que antes lograban darme un escalofrío, pero ahora es lo que más anhelo escuchar; después Sascha apretará mi mano debajo de la mesa, voltearé, y le sonreiré. Sí, le voy a sonreír, y con ello le expresaré todo aquello que no pueda decirle, que sobrevivimos, que estamos aquí, comiendo un delicioso spaguetti, y bebiendo un sidral burbujeante. Al final nos iremos a dormir juntos, haremos el amor creando nuestro propio lenguaje bajo las sábanas y nos echaremos uno al lado del otro, sosteniendo nuestras manos, acariciando cada centímetro de nuestra piel.

Abrí los ojos y bajé la mirada para ver al frente, el frío aumentaba y los cipreses se hacían difíciles de ver, una espesa capa blanca había cubierto el lugar. La sonrisa se me desvaneció, y comencé a girar la vista a todos lados y la vi, apareció de la nada, ni siquiera la vi venir o la escuché, estaba llorando, tenía los hombros caídos y las piernas le temblaban. Una visión, quizá más o menos real que las anteriores, no sabría diferenciar, aquel espectro parecía real, de carne y hueso, regresado de un tiempo y espacio que no coincidían con el presente.

<<Sussane>>

La miré detalladamente, era sencillamente hermosa, aún cuando iba destrozada, sus mejillas rosadas en estos momentos no la acompañaban, parecía un poco perturbada por algún medicamento suministrado algunas horas o quizá minutos antes. Me disponía a dar un dudoso paso cuando me di cuenta de que iba acompañada; detrás de ella, apareció lo que parecía un enfermero, tan limpio, tan impecable, usando uno de esos trajes quirúrjicos que denotarían cualquier violación de la pulcritud.Él la tomó del brazo y no se inmutó ni un poco al ver como ella derramaba lágrimas desesperadamente.

Bajé la mirada al sentir pena por lo que veía pero diferente a otras veces, no me interesaba ni quise interferir, sentía que yo ya no tenía que ver nada ahí. Cerré los ojos nuevamente, esperando que aquella visión se esfumara tan rápido como había llegado y esperé. Al cabo de unos segundos sin haber escuchado ningún sonido, abrí lentamente los ojos, lo primero que detallé fue la vestimenta que llevaba, una bata de hospital, sucia y desgastada, un brazalete en la muñeca derecha y algunas marcas en los brazos.

—¿Sussane? ¿Ya te has calmado?— levanté la cabeza hacia la voz masculina emisora, aquel enfermero que se acercaba a mí con la mirada perturbada, desenfrenada. Se inclinó como si se dirigiera a una pequeña niña indefensa que necesitara comprensión.

—No soy Sussane— contesté, desconocí mi propia voz, esta era un poco más suave y aguda, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Sussane, Sussane, ¿vamos a comenzar de nuevo? No quiero hacerte llorar dos veces hoy— dijo con una sonrisa torcida.

El pánico me inundó, no dejándome pensar mucho en el momento, los brazos comenzaron a temblarme. No comprendía nada y me era muy difícil analizarlo, tan sólo tuve un instinto y fue impulsarme para intentar salir corriendo de ahí.

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