Cuadragésimo Segundo Capítulo

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LA LLEGADA

No recuerdo la fecha exacta, ni cuántos días habían pasado desde que el líquido de aquella jeringa me hiciera perder la conciencia. Las gotas de lluvia golpeando mi cara me despertaron, algo me tenía imposibilitado de los brazos y las piernas simplemente no me respondían. La oscuridad de aquella noche y la nula noción de saber lo que estaba pasando fue el obstáculo más grande hasta el momento para darme cuenta que mi cuerpo se encontraba recostado en una camilla, dentro de una camisa de fuerza; mi poca visión, solo reconocía una que otra figura dentro de la oscuridad. Me sentía enfurecido, pero mi cuerpo no me pertenecía en aquel momento.

La lluvia dejó de empaparme el rostro y el sonido de unas pesadas puertas de madera me hizo imaginar que había ingresado a algún lugar. Adormecido y un poco cegado por el cambio de luces, me obligué a hacer un nuevo intento de recordar qué era lo último que había pasado antes de esto.

–Paciente peligroso dirigéndose a sala de admisión– escuchaba entre sueños, seguido de gritos y lamentos lejanos.

<<¿Qué demonios está pasando?>>

Un recuerdo alborotó mi mente, una discusión con mi padrastro me hizo enfurecer; habíamos chocado mucho en ideales y esta vez se había salido de control, recuerdo que en aquella ocasión su ira se había ido en contra de mi madre, quien jamás le había puesto un alto a sus actitudes cuando llegaba borracho a casa hablando de política y maldiciendo a los "comunistas". Mi madre, consciente de que mi postura difería a la establecida dentro del régimen político del país, tampoco impidió que mi padre me largara centenares de veces de la casa, al mismo tiempo que gritaba con su aliento a alcohol "eres un imbécil, Peterson, tú y tu música sirve para una mierda".

–Maldita sea– dije en un susurro y quizá, sólo quizá haya logrado negar con la cabeza.

Mi vista comenzaba a acostumbrarse a la luz del lugar, el paso apresurado de las personas que tiraban de la camilla que me transportaba cesó frente a una puerta.

–Tranquilo muchacho, aquí estarás muy bien– me dijo una voz masculina seguido de un par de palmadas en el hombro y una risa burlona.

<<Ya lo veremos>>

La puerta se abrió, el olor a cigarro me impregnó y una silueta femenina se hizo a un lado para que me ingresaran y me colocaran debajo de una luz blanca que volvió a cegarme por unos instantes.

–Alexei Peterson– dijo mientras el eco de la habitación repetía sus palabras.

–¿Donde carajos estoy?– pregunté.

–Tus papás no parecieran estar muy contentos con tus actitudes rebeldes ¿Eh? Para que ellos nos hayan llamado no debes tener mucho remedio. Pero no te preocupes, aquí te curaremos– dijo una voz masculina diferente a las que había escuchado momentos antes.

–¿De qué tanta mierda habla?– dije con un poco de dolor en la cara, el adormecimiento comenzaba a pasar.

Con mi vista completamente recuperada comencé a discernir qué ocurría. Ese hijo de puta me había mandado aquí.

–¡Vaya que eres muy maleducado! Hicieron bien en llamarnos. Ahora, te haré una serie de preguntas y quiero que las respondas con toda honestidad– la voz de la mujer dejaba escapar el humo de cigarro a cada palabra.

EL sonido característico del repiqueteo de una máquina de escribir inundó la habitación.

–A-L-E-X-E-I- P-E-T-E-R-S-O-N– deletreó a la par del sonido de sus dedos golpeando contra el teclado –¿Cuantos años tienes?

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