Segundo Capítulo

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II

Las maletas me rompían la muñeca con cada escalón que subía, no llegaba ni al cuarto piso cuando ya estaba bañada en sudor. Los chicos me miraban subir con dificultad y ninguno fue capaz de ayudarme, se supone que si estamos en este programa de verano es porque somos inteligentes ¿no?, pues ninguno de esos parecía serlo.

El dolor de manos y los pensamientos de odio se esfumaron poco a poco; las personas parecían ir desapareciendo mientras subía de piso; para cuando llegué al octavo, había sólo un grupo de chicas platicando sobre qué materias querían escoger y el porqué; por primera vez, las niñas se veían más decentes comparadas con las de mis otros colegios, aunque ninguna me ayudó a subir, tampoco me dificultaron el camino. Cuando llegué al noveno piso no había nadie, absolutamente nadie, a  comparación de los otros pisos que tenían las puertas de las habitaciones repartidas en las paredes del pasillo cada determinados metros, aquí sólo había una, una al fondo. La 93.

El pasillo me pareció demasiado largo, como si no le viera fin, las piernas me temblaban y no escuchaba ni un sólo ruido. Di un paso insegura, con miedo, el piso de madera hinchada crujió bajo mis pies; aún con la piel erizada, jalé mi maleta para llegar a la última habitación; me cuidaba la espalda con cada paso que daba como si alguien me estuviera siguiendo, algo no me gustaba, algo no me agradaba, algo...Mi mano tocaba el picaporte. Poco a poco, muy lento, lo giré, la puerta se abrió tan lento que rechinó, la empujé y lo primero que me encontré fue con un chico, un varón, sentado en la cama del fondo, su rostro no me era nada familiar, y supuse que el mío para él tampoco porque no hizo ninguna expresión al verme. Tenía unos hermosos labios rojizos mojados, ojos marrones con largas pestañas que estaban clavados en mí, y el cabello castaño alborotado sobre la frente; llevaba puesta una chaqueta negra con una playera blanca y unos jeans deslavados, a los que parecía no darles mucha importancia.

—Me parece que te has equivocado de habitación—hablé entrando al cuarto tratando de no tropezar con cada palabra que decía y siendo incapaz de verle a los ojos.

Eché un vistazo rápido, pero él seguía viéndome.

—Sería conveniente que te fueras si no quieres buscarnos problemas, la recepcionista ha dicho claramente que...

—Sé lo que ha dicho— soltó sin dejarme terminar. Me quedé atónita, su voz era grave, tan grave que me era imposible no perderme en ella, me imponía, me daba miedo, me...

—Creo que tendremos que compartir cuarto—prosiguió interrumpiendo mis pensamientos.

—No, definitivamente no será así—dije parpadeando sin parar por los nervios que me causaba.

Él sonrió.

—Si es necesario pediré que cambien a alguien para acá, no me buscaré problemas—dije.

—Pues entonces me parece que tendrás que esperar hasta mañana.

Lo miré con las mejillas encendidas, pero al final, terminé sentándome en mi cama dándole la espalda, era cierto, esta noche no podía hacer nada.

Hubo un silencio incómodo, mientras tanto, yo observaba la habitación, no había ventanas, a las esquinas de las paredes se les había juntado la humedad, tanto que la pintura se le caía a pedazos; lo que parecía el baño estaba con la puerta cerrada, así que no fui capaz de analizarlo; había dos camas las cuales eran unos simples colchones con resortes en muy malas condiciones, la primera era la mía y después de un pequeño espacio estaba la de él. Unos minutos después me volteé para encontrarle la cara y él me seguía viendo fijamente, en la misma posición.

—¿Qué tanto me ves?—le pregunté casi susurrando, no me atreví a mostrarle lo incómoda y molesta que era su presencia.

—Por tu rostro, sé que sólo traerás problemas aquí.

—Desde la entrada me he dado cuenta que se les da mucho eso de juzgar por el rostro ¿no?

El apenas se rió y se levantó de la cama, caminando hacia un costado para quedarse ahí parado, dejando las manos recargadas en los bolsillos del pantalón. Yo todo el tiempo le seguí con la mirada.

—Dime Sascha— dijo sin darle respuesta a mi comentario.

—Sascha no es un nombre.

—Así me dicen, Alex— figuró una sonrisa torcida en sus labios. Sentí un vuelco en el estomago.

—¿Sabes cómo me llamo?— dije un poco confundida.

—A nadie le gustaría llevar un nombre de varón.

<<No es de varón>>

SASCHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora