Trigésimo Tercer Capítulo

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Mis primeros pasos dentro de aquella habitación fueron lentos y tímidos, como los de un niño que está aprendiendo a caminar; el roce de la suela de mis tenis con el piso, sosteniendo mi peso, fueron acompañados por el sonido de cristales debajo de éstos.

La habitación era siniestramente grande, las paredes sin acabado denotaban nuevamente la clandestinidad del lugar, éstas presentaban grecas de las cuales manchas de humedad con moho parecían escurrirse junto con salpicaduras escarlatas secas. El piso, igualmente de concreto, estaba lleno de vidrios rotos y piezas metálicas de algún equipo o camilla. Los únicos muebles en pie, eran sillas metálicas, éstas parecían los asientos de espectadores ansiosos por el comienzo de algun espectaculo pues, estaban cuidadosamente acomodadas alrededor de unas paredes de cristal que, estaba segura que si pudiera verlas por arriba formarían un hexágono.

Busqué a Sascha con la mirada sin éxito alguno, aquella figura llamó mi atención repentinamente, los sonidos que emanaban de ella me hacían imaginar a alguien maniobrando con instrumentos metálicos, cambiándolos de sitio o peor aún, preparándolos para iniciar alguna operación quirúrgica. Caminé hacia el centro mientras esquivaba algunos objetos del piso, cuidándome de aquellos que eran más grandes y puntiagudos; asomé la cabeza por uno de los espacios que quedaban entre cada espejo, temerosa de lo que pudiera encontrar dentro. Sascha colocó el inconsciente cuerpo de David en lo que parecía fungir como una silla quirúrgica, situada al centro del hexágono, sucia y oxidada, sin ningún tipo de comodidad para el usuario. Aquél particular asiento me trajo un escalofriante recuerdo. Tan rápido observé las secas manchas de sangre que habían escurrido desde el asiento, pasando por cada pieza metálica que conformaban la patas de la silla, tuve nauseas instantáneamente al sentir aquel dolor conocido en mi entrepierna.

Retrocedí unos pasos lentamente, iba a vomitar.

—¡Alex! ¿Estás bien?— preguntó Greta. Los pasos característicos de sus botas resonaron en la habitación, rompiendo debajo de ellas algunos trozos de vidrio.

—Sí— contesté cuando sentí sus manos en mis hombros.

Intenté arduamente no desvanecerme esta vez, logré tragar saliva, evitando que el mal sabor de boca regresara a mí. Volví la vista a la escena. Sascha apretaba aquellas desgastadas correas de cuero en las muñecas y piernas de David, con la intención de evitar cualquier acción de forcejeo del chico. ¿Qué planeaba hacer?

—¡Sascha,vámonos de aquí!— dije tan fuerte mi voz me lo permitió. Él me ignoró por completo y continuó.

—¡Sascha escuchame unos segundos!— volví a llamarle pero él no respondió —¡Sascha no entiendes, fue aquí donde violaron a Sussane!— esto último salió como una explosión desgarradora de mi pecho.

Observé como su mandíbula se tensaba, cerraba los ojos unos segundos y respiraba profundamente, como si la paciencia que me tenía se hubiera acabado; tan rápido la recobró, continuó atando a mi amigo, esta vez su frente estaba atravesada de lado a lado por una de las correas.

El que me ignorara nuevamente hizo que la sangre comenzara a hervirme, no soportaba que Sascha me tratara de tal forma, de aquella manera tan fría como la de la primera vez que lo vi, como si fuéramos unos completos desconocidos que jamás se han mirado, besado, deseado, acariciado, como si nunca hubieran hecho el amor, entregándose completamente en cuerpo y alma.

Mis piernas comenzaron a funcionar, cerré los puños furiosa y me escabullí en uno de los espacios para llegar a su lado.

—¡Sascha, te estoy hablando!— dije levantando la mano y tomándole por su musculoso brazo. Él lo movió rápidamente, evitando cualquier contacto de mi piel con la suya —¿Sascha qué carajos?— pregunté de nuevo tocando su espalda.

SASCHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora