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Capítulo 41: Luz de luna.


–Señorita O'Neil, llega tarde.–Dijo el profesor de matemáticas nada más puse un pie en el aula.


El reloj sobre la pizarra marcaba las 9:52. Solo había llegado dos minutos tarde. Arrugué la nariz y señalé el reloj.


–Solo han pasado dos minutos.

–Y mientras usted siga replicando mi clase perderá más tiempo.–Habló en un tono calmado pero oscuro.–Ahora la quiero fuera de aquí si no quiere una hora más de castigo.


Agarré el libro de matemáticas con fuerza, intentado no lanzarlo al suelo de mala gana. La mirada intimidante del cabrón de Graham. Salí por la puerta con la cabeza en alto y me fui por el pasillo maldiciendo por lo bajo.

Ese viejo estaba cernido por un aura oscura de los pies a la cabeza. Era totalmente un libro cerrado y sus ojos color gris rata no daban otra sensación más que frío y negrura. Tenía ese aire tan cínico que no había forma de que uno se sintiera mínimamente cómodo compartiendo espacio con él. Tenía las manos quemadas y nunca le había visto de las muñecas para arriba. Algunos rumoreaban que todo su cuerpo estaba lleno de cicatrices causadas por el fuego. Parecía creíble, aunque no tanto las historias sobre como su cuerpo se había quemado en su mayoría. Que si había sufrido en un incendio cuando joven, que si una bomba explotó cerca suyo cuando fue a la guerra. Cada una más absurda e incoherente que la anterior. Lo único de lo que estaba segura era de que aquel hombre escondía un pasado algo perturbador el cual quería que nadie supiera.

Al mirar a mi alrededor me di cuenta que hacía rato que había abandonado el ala de clases e inconscientemente atravesé la reja y me encaminaba a la antigua residencia de empleados. Me habían entrado ganas de auto-aprender a tocar el piano. Atravesé el edificio y llegué hasta la antigua residencia de Thompson. Todo estaba como lo habíamos dejado tiempo atrás. Al abrir la puerta de la sala insonorizada una melodía salió de esta y se fundió en mis oídos como si los ángeles cantaran para mí. Encontré a Camille sentada frente al piano de cola, danzando sus dedos con proeza sobre las teclas. Me quedé contemplando como tocaba Waltz in A minor, de Chopin. Amaba el sonido del piano y la forma de la que tocaba Mille era como hacerle un masaje a mi cerebro y mis oídos en general. Me recosté al marco de la puerta para oír toda la pieza y la reproducí lenta y silenciosamente en mi cabeza. Camille terminó y se giró a verme. Aplaudí suavemente con las comisuras de mis labios notablemente alzadas.


–Très bien, Camille, très bien.–Felicité en su idioma.

–¿No deberías estar en clase?–Contestó en su lugar.

–Tú también.–Apunté y ella musitó un "touche".– De todas formas, ni a ti ni a mí nos importa infligir las reglas.


Me senté a un lado de ella en el mullido banco del piano.


–¿Qué quieres?–Inquirió tan arisca como siempre.

–Que me enseñes a tocar el piano.


Camille me miró detenidamente, como determinando si yo debía ser su aprendiz o no. Sabía que Camille era un prodigio musical; sabía tocar el piano, el violín, la viola, el violonchelo, el clarinete, el contrabajo y (a escondidas de sus padres) el bajo eléctrico. Sin duda poseía un don. Había ingresado desde niña en un privilegiado conservatorio francés donde estudió lo mejor de lo mejor. Sí, si quería que alguien me diera clase, esa debía ser Camille.


–No soy una profesora y tengo poca paciencia.–Me advirtió.–Ahora, ¿qué sabes hacer?


Sonreí de oreja a oreja.


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