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Capítulo 22: Gardenias.

-Tengo las converse echas mierda.-Las observé.

-Quizás pisaste una.

Fulminé con la mirada a Hayes, quien se reía entre dientes.
Seguíamos en la iglesia.
Sentía como la garganta se me congestionaba poco a poco, y tosí con la voz ronca. Hayes me miró al instante. Luego estornudé, tres veces seguidas.
Ya sabía yo de alguien que iba a coger una buena gripe.

-Aprovechemos ya que estamos aquí e investiguemos un poco.

Asentí a su propuesta y giré hacia los bancos de madera polvorienta que llenaban la mayoría de la capilla.
Dí un salto al instante al dos notas desacordes y bruscas sonar en el órgano a mis espaldas. Giré la cabeza lentamente, con el terror clavado en mis facciones faciales. Hayes me miraba preocupado, con una mano en el aire, apunto de tomarme del hombro. Miré en todas las direcciones; no había nadie allí. Jaxx se paseaba cerca de nosotros. No noté que había dejado de respirar hasta que sentí que me ahogaba. Casi me caigo de rodillas, fatigada por un momento. Las manos de Hayes sobre mis hombros me detuvieron antes de que me hiciera daño. Sentí como se acercaba a mí, y me susurraba tras la oreja.

-Ha sido un trozo de madera que ha caído, no hay nadie más aquí.-Me puso el pelo que me cubría la cara en la espalda.-Estás segura, no va a pasar nada.

Y le creí.
Un par de minutos después, cuando yo ya me había sentado en uno de los bancos para controlar mi presión me volví a levantar, con cuidado de que no me diera un ataque.
Me volvería esquizofrénica en algún momento.
Hayes decidió que era mejor que no nos separáramos mucho, no fuera que nos pudiera pasar algo. Decía esto porque el deterioro de la iglesia era considerablemente mayor que el del ala de ciencias.
Las cristaleras y rosetones que había en el techo y las altas paredes seguían siendo preciosos a pesar del tiempo. Las lozas del suelo, en su mayoría resquebrajadas o fragmentadas daban trabajo al andar. Las paredes parecían iguales, exceptuando que algo más bajo del techo se encontraban una vigas de madera en horizontal, las cuales parecían que caerían en cualquier momento sobre nuestras cabezas.
Hayes inspeccionaba el altar, junto a la tribuna, mientras yo observaba a Jesús en la Cruz, mirándonos con sus ojos agonizantes.

-¡Hey!-Exclamó Hayes exaltándome.-Aquí hay algo.

Corrí hacia donde estaba él, agachado en el suelo. Me tiré de rodillas a su lado.

-¿Qué es eso?-Mi voz se oyó ronca.

Él ni contestó. Escruté la baldosa que presionaba con sus manos. De un momento a otro, la baldosa se deslizó, incrustándose en la consiguiente. Un teclado numérico muy antiguo apareció bajo está. Se nos abrieron los ojos como platos. Las teclas parecían de piedra misma. A parte de los números del 0 al 9, también había una tecla con una equis y otra con una cruz.

-¿Cuántos dígitos crees que sea?-Rozó las teclas, sin pulsar ninguna.

Marqué números al azar, esperando a que saliera un número con el que poder saber hasta cuantos dígitos puede ser la contraseña. Seis dígitos. Borré todo lo anterior antes de que Hayes le pudiera dar a confirmar.

-Hay más de un millón de combinaciones.-Aproxime.

-Genial, tenemos más de un millón de oportunidades.-Celebró él.

Negué con la cabeza, apartándole la mano. Me miró como a un niño pequeño cuando no le quieres comprar su dulce favorito. Volví a negar.

-No puedes ir por ahí. Puede haber solo una oportunidad, en vez de infinitas.-Expliqué.-¿Y si fallamos? Podría pasar algo, no muy bueno que digamos.

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