Capítulo XXVIII: Los Secretos del Cuarto Oscuro

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     La explicación que le he dado a Rachel con respecto al granero olvidado a mitad de la nada rindió sus frutos, tras haber estado perdidas durante un par de horas. El granero luce un poco más aterrador ahora, y quizá eso se debe a que yo sé bien lo que oculta en su interior. Para Rachel y Kate también es motivo de sentir miedo, pues Rachel ha bajado la velocidad del auto. Cuando finalmente llegamos, Rachel apaga el motor. Kate es la primera en bajar del auto y se abraza a sí misma sin dejar de dar pasos dudosos que la acercan lentamente a ese lugar de pesadilla.

Es como si ella pudiese recordar algo.

No hay más autos cerca de aquí. Eso significa que no hay moros en la costa.

—Este sitio es el epicentro de todo lo aterrador —dice Rachel cuando ella y yo bajamos del auto.

En silencio, las tres nos acercamos a las puertas del granero que Rachel tiene que forzar, pues están atascadas. Y cuando consigue abrirnos el paso, las puertas sueltan un siniestro rechinido. De pronto, la desolación y un aire gélido nos rodean por completo. El granero luce aterrador e imponente. Kate debe abrazarse a sí misma con más fuerza.

—M-mierda... —se queja en voz baja—. E-este lugar asusta...

—En este lugar no pueden suceder cosas buenas —responde Rachel—. ¿Qué hacemos aquí, Max?

—Síganme —les respondo—. Aún no han visto lo peor.

Rachel y Kate se quedan sin habla en cuanto las guío hasta la entrada del bunker. Por el rabillo del ojo puedo ver que se han tomado de las manos, entrelazando sus dedos con fuerza para darse fuerzas mutuamente. Es tan triste que yo no tenga a nadie que me pueda dar valor tomando mi mano de esa manera...

El código numérico que usó Nathan es fácil de recordar. Y cuando la puerta se abre frente a nosotras, las tres retrocedemos instintivamente. Rachel, sin embargo, es la primera en entrar.

La primera visión de cuarto oscuro nos hiela la sangre. Y la mancha de sangre de Julliet aún sigue en ese lugar.

— ¿Qué clase de sitio es este...? —pregunta Rachel.

—E-este lugar es... maligno... —musita Kate.

No tienes idea, Kate...

Aunque el miedo atenaza con fuerza nuestros corazones, nos armamos de valor para avanzar a lo largo del estudio fotográfico más siniestro del mundo. Las cámaras, los trípodes y las luces han sido arrinconados, pues no están siendo utilizados de ninguna manera. Kate cubre su boca con una mano cuando avanza hacia esa mancha de sangre seca. Retrocede por un instante, incapaz de seguir mirando.

Y cae de bruces en el suelo, temblando como si hubiese visto al mismísimo demonio.

—Kate...

Rachel apenas musita su nombre con angustia. La toma por los hombros para ayudarle a ponerse en pie, y Kate debe sostenerse de ella para evitar caer de nuevo. Pareciera ser que Kate también se siente protegida estando en los brazos de Rachel. Aunque estar en esa posición no evita que el llanto vaya apoderándose lentamente de ella. Rachel debe llevarla hasta ese sofá de color blanco, para ayudarle a sentarse y que Kate pueda recuperar el control sobre sí misma. Cuando finalmente lo consigue, o eso es lo que quiere aparentar, tan sólo puede enjugar un par de lágrimas solitarias.

Y yo no me atrevo a acercarme.

— ¿Qué pasa, Kate? —pregunta Rachel.

—E-este... Este lugar...

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