《•7•》

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Mi cuerpo me dolia, escuchaba voces a mi alrededor, gente pasaba y generaba una brisa helada que hacia que mi cuerpo se estremesiera. ¿En donde estoy?.

Abro los ojos de golpe cegandome con la luz blanca, cierro los ojos y los escondo tras mis manos, los tallo para poder ver bien. Primero volteo hacia mi derecha donde la puerta se abría y cerraba cada vez que detectaba a alguien entrar, un señor algo grande dormitando sentado a mi lado, hacia mi izquierda se extendía la sala de espera, ahora llena de pacientes nuevos o visitantes para venir a ver a sus familiares. Me intento poner derecha pero la espalda me punza bastante, agarró fuerza y logró enderezarme hacia adelante, mi cuello también me dolia. Me paro y me acerco con la enfermera en recepción

-Disculpa, sabes algo de la paciente Mirahí, la traje ayer pero me quedé...-

-Si claro señorita, se quedo profundamente dormida toda la noche ahí- dijo señalando el asiento que acababa de dejar, me sentía mal, mi cuerpo me dolia y la cabeza me palpitaba

-Sigame la llevaré a ver a su familiar- en seguida dejó su puesto para dirigirme dentro de los cubículos, pasábamos gente tociendo, quejándose o incluso gritando de dolor, trate de apartar todo ese sonido hasta que llegamos en frente de una puerta con una placa que decía "Paciente número 6677, Mirahí, 7 años, estatura 1,35, deshidratación severa, curada hace 9 horas, lista para dar de alta" se leía en tonos azules. La enfermera paso su tarjeta y la puerta se abrió dejandome pasar, la enfermera se fue cerrando la puerta.

-Hola Mirahí- le dije con la voz adormilada

-Hola Sam, lo siento por hacerte venir aquí- dijo

-Para nada, tu necesitabas ayuda médica, ¿Porque no tomaste agua?- le pregunté sentandome en su cama

-Me estaba divirtiendo mucho con Miranda, no quería dejar de jugar con ella, pero aprendí la lección, si tengo sed debo de toma agua ¡Pase lo que pase!- dijo con entusiasmo

-Que bueno que estas mejor ¿Ya quieres irte al recinto?- le dije buscando su ropa pues la habían cambiado con la típica bata de color menta

-Si por favor-

Ella se bajo de la cama y se puso de nuevo su ropa, la bata la dejó botada encima de la pila de mantas que tenía para dormir. Salimos del recinto y me espante un poco al sentir a Mirahí como me agarraba de mi mano, no es que nunca me la agarrada sólo era que ella tenía una temperatura cálida y yo estaba helada por dormir al lado de una puerta.

Firme algunos archivos electrónicos y me dejaron ir
Caminábamos hacia nuestro recinto, eran las diez de la mañana cuando salimos hacia los elevadores, mientras el elevador subía de pisos mis ojos se cerraban y mi cabeza caía súbitamente hacia adelante. Mirahí se percató de esto.

-Sam ¿estas bien?- me pregunto

-Si si- le dije bostezando

-No te ves bien, ¿Dónde dormiste?-

-De eso no te preocupes, lo importante es que tu estas bien- le dije

-Fue mi culpa ¿cierto?-

-No Mirahí, no pienses eso, sólo necesito dormir en mi cama y jugaré contigo después ¿De acuerdo?-

Ella asintió con su cabeza y seguimos caminando hacia nuestro recinto.

Después del trayecto pase mi tarjeta por el scanner, se abrió la puerta y de nuevo recibí otro golpe igual que el de Aciel.

-¿¡Dónde estaban?!- me grito Denisse en mi oído, cerré los ojos con fuerza, mi cabeza me iba a reventar.

-Necesito dormir- le dije de mala gana.

Pase a través de ella, sabía que no iba a parar hasta encontrar respuestas, lo bueno era que Mirahí también lo sabía, la detuvo antes de que pudiera lanzar otra pregunta y le empezó a explicar el porque de nuestra falta de presencia en el recinto. Subí las escaleras hacia mi cama y termine azotando en ella. Cerré mis ojos al sentir el suave contacto que hacia en mi cuerpo y volví a quedar profundamente dormida

Estaba sentada, en un prado verde, la hierba se alzaba sobre mis pies, las flores daban pequeños brincos con sus colores vibrantes, amarillo, azul, rojo, rosa, llenaban mis pupilas de maravillas con tan sólo una mirada. La hierba se sentía como caricias sobre mis piernas,como si miles de pequeños dedos juguetearan sobre mi piel. Más allá los árboles creaban un bosque, un maravilloso bosque que tapaba todo el horizonte. Pero había algo raro en toda esta fantasía, a pesar de moverme, mi cabeza no me dejaba voltear hacia el cielo, no lo veía, como si no existiera algo tan maravilloso como el cielo.
Un torrente, un sonido, miles de tonos se arremolinaban en mi derecha, logre poner mi vista hacia ahí, donde el bosque se fundia en una línea, donde la franja verde se convertía en azul, no por el cielo sino por las olas que chocaban contra al tierra amarilla, donde los movimientos eran hacia adentro y hacia afuera, el océano y su rugido me llamaba. Tampoco podía moverme de lugar, siempre estática, siempre indefensa. Deseaba correr hacia el océano y saltar hacia las aguas obscuras y buscar a mis padres. Lo único que podía ver a esa distancia eran las olas creando espuma sobre las rocas. Deseaba tanto hundirme. Deseaba tanto gritar. El paraíso se había convertido en catástrofe. El bosque ya no parecía ser de tonos verdes, alguien había arrancado todas las hojas de las ramas de los árboles, la hierba debajo de mi se había vuelto amarilla, muerta. El viento dejó de dar brisa cálida y comenzó como un tornado. La hierba me comia, me alaba hacia el interior de la tierra, primero mis piernas luego mis brazos y al final mi cabeza se la trago el suelo. No grite ni tampoco puse fuerza. Simplemente me dejé llevar por la impotencia.

Mirahí estaba al borde de mi cama, viéndome fijamente, estaba tapada con las mantas de mi cama, no recuerdo haber hecho eso.

-¿Sabes que día es hoy?- me dijo con su dulce voz, sentía que todavía estaba en el sueño

-¿Q-que?-dije tratando de apartar cualquier pensamiento y ponerle atención

-Sábado, hoy es sabado- las palabras retumbaron en mi cabeza, haciendo eco en ella, recordandome que debía de hacer

Salté de la cama, me enrede un poco con las mantas pero a mitad de camino mis piernas ya estaban libres de sus laberintos suaves. No alcance a gritar que me iba, simplemente abrí la puerta y corrí en dirección a los elevadores.

Había mucha gente, una larga fila se extendía por todo el pasillo. Me caía sudor de la frente pero no lo apartaba, sabía que debería de seguir corriendo. Crucé los pasillos hasta el conducto de ventilación, sólo era correr y subir escaleras nada que no podía hacer. -Sistema linterna- mi eco se escuchó por los túneles obscuros y destruidos. Un escalón tras otro, debía subir al primer piso, hoy es sabado, hoy es sabado, me recordaba mi mente.

Las escaleras se acababan por fin había llegado a mi destino
Abrí la escotilla sin previo aviso, la puse de nuevo en su lugar y volví a correr, las piernas me ardían y mis pulmones me pedían a gritos que parara por un descanso. El primer piso, donde estaba la puerta de embarque, la gran puerta hacia el mundo exterior. Había una gran pantalla donde se ponía el nombre de los capitalistas recién llegados, nombres aparecían y desaparecian en cuestión de segundos, pero ya me había aprendido el nombre de mis padres, buscarlos no era problema. Toda cansada y con el cuerpo temblando por la reciente aventura en los túneles me quedé parada observando a la gente llegar.

Parejas encontradas, amigos encontrándose con amigos, familiares recibiendo familia, hijos recibiendo a sus padres.

Y yo ahí, estática, sola, con la mirada pegada en la pantalla, era la única que no esperaba a nadie, ni nadie me esperaba a mi.
La pantalla se apagó, la gente se fue, nuevamente, otra semana, en que el nombre de mis padres no apareció en aquella pantalla.

Los Cien Pisos (#Wattys2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora