《•38•》

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Aún cuando seguía oscuro, nada se escuchaba en los pasillos. Nadie salía tan temprano, yo ya estaba en movimiento.

Salí dejando una nota, grabada en la pantalla de la cocina. No regresaría para despedirme, me dolía dejarlos así, sin un adiós salido de mi boca, pero necesitaba hacerlo, hoy o nunca.

Corría por los pasillos, la espada me golpeaba en mi pantorrilla, la pistola me apretaba el muslo derecho, siempre lista, siempre letal. Doble a la derecha y me lance dentro del elevador, no había nadie dentro.

Baje los pisos, con un movimiento de pies, al compás de la hora y de los segundos que pasaban. Solo tengo dos horas para conseguir información. Se abre la puerta y comienzo la carrera. Dentro del piso de medicina, las cosas siguen tranquilas a pesar de ver a unos cuantos pacientes y a doctores con la mirada gacha por trabajar largas horas durante la noche. Baje la velocidad cuando llegue a la recepción.

-Buenos dias- logre decir entre jadeos y sosteniendome del mostrador para recuperar el aire.

-Buenos dias señorita, ¿En que podemos servirle?- la enfermera, a pesar de tener enormes ojeras obscuras debajo de los ojos y parpadear para quitar el sueño, me recibe con una sonrisa.

Abro mi sistema buscando el perfil de identificación de la sobreviviente.

-Vengo a tratar unos asuntos privados con la paciente Amalia Venrrias- digo leyendo mi sistema, la enfermera asiente y me pide mi nombre.

-Samanta Mondragón- digo lentamente, decir mi apellido causa impacto en personas que conocían a mis padres.

-¿Qué tipo de asunto?- pregunta

-Soy aspirante a capitalista y necesito convivir con alguien que haya salido de la Capital- miento demasiado bien, la enfermera se lo cree y teclea en su pantalla.

- De acuerdo, sigame por favor- mi respiración ya es normal y comienzo el camino.

Me lleva atraves de los cubículos, todos con la luz apagada, supongo que los pacientes han de seguir profundamente dormidos. Mi cabeza me alerta, ¿Que diré cuando la conozca?, "Hola soy la hija de los Capitalistas que murieron en el accidente que te dejo paralitica", excelente Samanta, estúpida cabeza.

-Señorita, es aqui- la enfermera nota mi ida hacia el techo, cuando te pierdes de la realidad, asiento rápido- Sólo tiene una hora para platicar con ella, se le ha dado el acceso por ser Aspirante, no más.

La enferma se va por el pasillo de paredes blancas y suelo azul obscuro. Volteó hacia la puerta, me balanceo sobre mis talones, vacilando. Gracias a la adrenalina no pensé esto antes, los nervios me suben por la garganta. Tomó la manija previamente abierta por la enfermera, respiro hondo. La abro.

Cuando entro al cubículo, todo se prende de una forma automática y demasiado lenta. Las luces no tienen tanta potencia. Alumbran sólo el centro de la habitación, las esquinas siguen siendo negras, como avismos a punto de comerme viva. En el centro, una cama se pliega de colores pálidos, verde pálido. Al lado de esta están dos sillones y una mesa. En una de las paredes esta colocada una pantalla apagada. Camino hacia adentro y cierro la puerta a mis espaldas, el cubículo queda en silencio.

Una voz sale por una bocina, es la enfermera dando un aviso- Paciente Amalia, por favor, despierte tiene visita, Samanta Mondragón necesita su presencia- me pongo tensa al escuchar mi nombre, el bulto debajo de las mantas se mueve y una cabeza sale por debajo de estas. Unos ojos apagados y obscuros posan su mirada sobre mi, parpadean un par de veces.

-Mondragón- susurra, es mi fin.

-Bu-buenos, di-dias- tartamudeo a un nivel que no es normal- Samanta, es mi nombre. Ella se queja y se recuesta sobre su cama, semisentada, semiacostada. Mirándome.

-¿Necesitas algo?- al principio se ve fría- ¿Porque vienes?

-Lo siento por la interrupción, necesito...amm...- me veo los pies, no se que decir, las manos me sudan y no se que hacer.

-Eres igual a tu madre- levanto la vista a una velocidad en que los cables se mueven bruscamente- Ella también se veía los pies cuando estaba nerviosa.

Nunca noté eso de mi mamá, siempre se veía segura de si misma, nunca la vi nerviosa, o cansada, o agotada, o fastidiada, ¿de verdad conocía a mi madre?

-Lo siento, es sólo que, no hablo frecuentemente acerca de ellos- le digo

-Es tu último día de descanso, pregunta rápido, el tiempo vuela- Ella acomoda sus mantas y se recoje el cabello con una liga que tenía sobre su mesa de noche. Al quitarse las marañas de cabello, veo una cicatriz. Me paseo por la habitación y tomo asiento.

-Tu, conocías a mis padres, es verdad...que...- la garganta se me va cerrando y pellizco la tela de los sillones, aprieto fuerte los ojos.

-Primero comencemos por el principio...

-A tu madre, la conocí desde que teníamos muy temprana edad, iba conmigo en los pisos superiores. Era testaruda pero valiente, recuerdo que se llevó varias llamadas de atención- se ríe y tose a la ves- Fue alguien muy destacada en nuestra generación , tanto como en la escuela como en el entrenamiento capitalista. Ella fue la que me convenció de tomar el entrenamiento. Tu madre acaparaba la atención, demasiado. Eso parecía molestarle. Se convirtió en mi mejor amiga sólo para rescatarla de las constantes entrevistas y elogios de los demás. El primer día al salir de la capital, yo estaba muy nerviosa, gracias a ella fue que me tranquilice y pude afrontar lo que hay allá arriba- Su mirada cae en mi cara, siento que me ve como si fuera mi mamá- Nos deshicimos de muchos rebeldes, ganamos fama. Al volver a la capital tu madre conoció a un erudito, que en ese entonces también tenía cierto centro de atención, tu padre, Fernando. Salieron unos meses y a final de año se casaron. No pude estar con tu madre unos años, yo no tuve la fortuna de casarme con alguien, Samanta, casarse con un Capitalista conlleva el riesgo de que lo maten en batalla. Nadie quiere eso, fue aquello lo que me llevo a salir al poco tiempo de regresar a la capital, dejando a tu mamá. Me enteré de que tuvo a una hija, tu. Jamás pude volver para verte en tus primeros años. Mi fama se fue al piso desde de que deje la legión de tu mamá. Luego siete años tarde, volvimos a la capital. Tu madre estaba tan contenta que me regaló una pantalla, misma que se perdió en el accidente. Por una extraña razón el dictador nos dio una misión, también dejo venir a tu padre. Fue así como nos montaron en una aeronave y salimos a plena tarde- Su mandíbula se tensa, pasa saliva y prosigue con el relato- Jamás te conocí, lo único que escuche venir de ti fue tus llantos antes de que nos fuéramos, me rompió el corazón oirte así. Le pregunté a tu madre a unos escasos cinco minutos del impacto- ¿Crees que tus hijos estarán bien?- ella simplemente me contestó- Samanta es especial- recuerdo que no me vio cuando lo dijo, su mirada estaba perdida sobre el suelo de la aeronave, como si se esperara lo que paso. El piloto aviso unos segundos antes del impacto y luego todo se tornó gris y rojo. Un asiento se desprendió de la cabina y me golpeó las piernas, dejándome paralitica. Vi los ojos de tus padres, su fuerza y su unión, desaparecer ante mi. Es lo último que recuerdo.

Las lágrimas ya recorrían mis mejillas sin dar signos de parar. Mis manos estaban sobre mi frente tratando de calmar la jaqueca que tenía. Así que, es verdad, es cierto, mis padres si están muertos. Todo este tiempo, creía que en algún momento ellos regresarian. Regresarian y todo volvería a ser como antes. Tenía la esperanza de que pasara un milagro, un rescate, algo. Otra parte de mí me decía que tenía que continuar con mi vida, que si me estancaba en esos recuerdos jamás maduraria.

He madurado, he crecido. Ahora ya tengo un objetivo.

-Muchas gracias por contarme todo, Amalia- le digo cuando me paro bruscamente del sillón.

-Lo siento Samanta, de verdad- me decía tratando de dar compasión

Niego con la cabeza- Esta bien, ahora se lo que haré

Salí del cubículo diciendo adiós, comienzo a trotar hacia la salida y luego a correr hacia los elevadores. Entro en ellos, voy tarde.

Primero mis papás, luego la legión Omega. ¿Cuántos capitalistas han muerto a manos de los rebeldes?. ¿Cuántos rebeldes han muerto a manos de los Capitalistas?. No los suficientes, no son suficientes, los quiero a todos muertos bajo mis pies. Así va hacer, cuando la legión AlfaOmega salga al mundo exterior, los Rebeldes temblaran de nuestra presencia.

Los Cien Pisos (#Wattys2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora