Capítulo 35

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Cuanto más nos rompemos, más vamos perdiendo de nosotros mismos. Y si no somos reparados a tiempo, podemos llegar a convertirnos en seres irreconocibles.

Jorge estaba completamente destrozado. Le habían ocultado que tenía una hija durante veinte años. Y lo peor de todo, es que si bien Julia le había contado toda historia de por qué las cosas fueron así, no podía dejar de sentir rencor por Clara. Intentaba entenderla pero, ¿cómo podemos entender al otro si a veces no nos entendemos a nosotros mismos?

Se encontró con su amigo, Narigón, y en la barra de un bar comenzaron a hablar de la vida en sí, en complicidad con dos vasos de whisky.

Mientras tanto, en la estancia, Clara sirvió la merienda para ella y para su hija.

-¿Cuántas cucharadas de azúcar te pongo? -preguntó Clara mientras se sentaba.

-Tres, como vos -respondió Julia.

-¿Y vos cómo sabés que yo le pongo tres cucharadas de azúcar al té? -preguntó Clara sorprendida.

-Me lo dijo Jorge la primera vez que me junté a hablar con él y tomamos algo. Me dijo "tres cucharadas de azúcar... Como mi mujer". Por supuesto que nunca iba a sospechar que su pareja fuera una monja, y mucho menos, mi mamá -dijo Julia sonriendo.

Clara hizo un esfuerzo por devolverle la sonrisa. La angustiaba mucho el hecho de no saber cómo iban a seguir las cosas con Jorge. Y Julia notó esto.

-No te preocupes -decía Julia- yo creo que te va a perdonar. Él te ama, se le nota en los ojos. Y se te nota a vos también que te la jugas al estar con él mientras usas un hábito. Los admiro.

-Gracias -decía Clara- pero esto ya no sé si es algo que pueda perdonarse. Creo que es una de esas heridas que se abren y no cicatrizan nunca.

-Todas las heridas cicatrizan Clara -dijo Julia al tomar un sorbo de té- algunas tardan más que otras, pero todas lo hacen.

-Sí, puede que tengas razón -decía Clara resignada- pero mejor cambiemos de tema. Contame acerca de tu vida, poneme al tanto.

-Bueno -dijo Julia suspirando porque no sabía por dónde empezar- doy clases de matemática en un colegio secundario cerca de donde vivo. Todavía no me recibí, pero me quedan pocas materias. Sigo viviendo con Blanca, la mujer que me adoptó y está en pareja hace unos años con un tipazo, te juro -decía Julia corriéndose el flequillo- no sabés que buen hombre que es. Hace un tiempo está viviendo con nosotros y por suerte nos llevamos bárbaro entre los tres.

-Qué bueno -decía Clara- me hubiese gustado mucho haber podido darte esa familia. Pero no sé... Uno es adulto y no sabe lo que hace, así que imagínate que una persona joven no tiene idea de dónde está parada.

-Ya te dije que entendí que hiciste lo que pudiste, deja de lamentarte Clara, en serio. Simplemente tratemos de ver las cosas de otra manera. Porque de eso se trata crecer: de pararse, caminar, sentarse en otro lado y ver las cosas desde una perspectiva diferente.

Siguieron hablando hasta que cayó la noche. Cenaron unas milanesas que preparó Julia porque no paraba de insistir en que quería preparar la cena. Salieron un poco quemadas, pero se rieron y las comieron igual.

Una vez listas para dormir, las dos con sus respectivos pijamas, estaban subiendo las escaleras para ir a las habitaciones, cuando se cortó la luz.

-Uh, ¿y ahora? -preguntó Julia.

-Vení, acompañame a la cocina a buscar velas.

Luego de tanto buscar, las encontraron en un mueble que les costó un triunfo abrir. Las encendieron y fueron a las habitaciones.

Cuando estaban caminando por el pasillo de la planta alta, comenzó a llover torrencialmente. Clara abrió la puerta de su cuarto pero Julia la frenó.

-Esperá -le dijo tomándole el brazo- me dan miedo los truenos.

Lo dijo con tanta ternura e inocencia que no hizo falta que Clara le preguntara si quería dormir con ella. Bastó un movimiento de cejas por parte de la monja a modo de invitación para que su hija entrara rápidamente al cuarto.

Se metieron en la cama sin mucha vuelta y se sentaron contra el respaldo. Un trueno sacudió la casa para asustar a Julia y que esta se aferrara a su madre.

-¡AY PERDÓN ES QUE TENGO MUCHO MIEDO! -gritó la joven al abrazarse al brazo de su mamá.

Clara se rió y la rodeó con su brazo, de modo que Julia se recostó un poco, dejando que su cabeza descansara en el pecho de su madre.

-Vamos a hacer una cosa -decía Clara- vas a cerrar los ojos y te voy a hacer mimitos. Y te voy a cantar una canción como cuando estabas en la panza.

Julia le hizo caso y Clara no tardó mucho en empezar a cantar.

No puede el dolor
Ganarle al amor
No puede hacerme olvidar
Que siempre soñé
Tenerte otra vez
Lo que hemos vivido
No es tiempo perdido
Y ... Siempre serás, mi luz

Y entre estrofas y gestos sinceros, las dos se quedaron dormidas.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora