Capítulo 4 (Parte uno)

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No había logrado pegar un ojo en toda la noche. A la única conclusión que llegaba Clara era que no somos más que esclavos de nuestros sentimientos no correspondidos y de nuestra mente. Y de vez en cuando, ambos factores se juntan y se complotan, obligándonos a atravesar una de las más complejas pruebas: tener que tomar una decisión. Hacerle caso a la mente o hacerle caso al corazón. Pero Clara, como toda fiel a su vocación, eligió la primera.

Luego de las tres de la tarde, tocaron a la puerta de la habitación y Clara, pensando que se trataba de la enfermera, indicó amablemente que pasara. Sin embargo, se trataba de Jorge. Quedó totalmente impactada al ver que entraba tan bien vestido y con un hermoso ramo de flores.

—Hoooola, ¿cómo va? —saludó Jorge simpático.

—Bien, un poco dolorida aún. No hacía falta que vinieras, de verdad —. Qué feo eso de que una religiosa mienta....

—Quería verte -respondió Jorge —esto es para vos, espero que te gusten, ya le pedí a la enfermera un florero.

—Son hermosas, pero no te hubieses molestado.

—No pasa nada, no fue ninguna molestia —dijo al sentarse en una silla a su lado. —No sabía que eras hermana del Convento Santa Rosa, casualmente en estos días voy a ir a inscribir a mi hijo.

Un pequeño átomo de desilusión invadía a Clara al escuchar esto último. ¿Tenía un hijo? ¿Cómo reaccionaría Jorge si se enteraba que era padre de otra criatura más? Bueno, una criatura de veinte años. Además ¿Seguiría casado con Alicia? Mejor ni se lo preguntaba, total, la vida sentimental de su ex novio le interesaba mucho y nada, digo, poco y nada. (Perdón, pequeño error de sintaxis, sepan disculpar). De todas formas, no se olvidaba de todo lo que Jorge le había dicho mientras estaba "dormida". Pero justamente de eso tenía que hablar con él.

—Jorge, sabes que ya que éstas acá... Me gustaría hablarte de algo.

—Soy todo oídos —respondió el comisario.

—Ayer, sé que viniste a verme. Y no sólo porque me lo dijo la enfermera, sino porque, si bien mis ojos estaban cerrados, yo estaba despierta. Escuché absolutamente todo lo que me dijiste. Sólo puedo decirte que soy una mujer consagrada a Dios y que lamento mucho no poder darte aliento con lo que sentís.

No hay palabras que nos llenen tanto de vacío como aquellas que no queremos escuchar.

—Está bien Clara, yo... Yo te pido disculpas si te incomode o dije algo que no correspondía. Es sólo que en estos veinte años nunca dejé de pensar en vos ni en por qué te fuiste. ¿Por qué te fuiste Clara?

—Me parece que ese no es tema para tratar en un hospital a un día de haber recibido un disparo. Y con respecto a tu última pregunta, acostumbrate. La vida es como un shopping, entra y sale gente cada dos por tres.

—Bien, tenés razón, mejor te dejo descansar. Nos vemos —dijo al levantarse de la silla. Pero antes de tomar el picaporte de la puerta para salir, se detuvo y miró a Clara. —Igual, digas lo que me digas, yo no voy a dejar de sentir lo que siento por vos. Uno no puede tomar los sentimientos y moverlos hacia otro lado. No Clara. Son ellos los que nos mueven a nosotros hacia donde queremos ir y no nos atrevemos. Y no te hagas la devota a rajatabla de Dios porque bien que fuiste muy devota mía en su momento —dijo con una sonrisa pícara.

—No cambias más Correa eh...

—Y no, viste como es esto. Uno siempre tiene que mantener su esencia.

Se sonrieron y Jorge se fue. Siempre soñó con el momento de que la vida los volviera a cruzar. Y ahora que lo había hecho, no podía resignarse a dejarla ir. No, no más resignaciones.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora