Capítulo 40

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La noche es eso que llega para darle lugar a aquellas cosas que ya no encuentran lugar en nuestras mentes. Y justamente creo, que aquellas cosas que no nos dejan dormir por las noches, aquellas cosas que nos quitan el sueño, son dignas de ser. Son las cosas que realmente valen la pena.

Clara no podía dormir. Se ponía de costado, suspiraba. Se ponía del otro costado, miraba cómo entraba la luz de los postes de calle por la ventana. Cerraba los ojos, pero no conciliaba el sueño. Se tapaba, se destapaba y se volvía a tapar. Miró la hora en el celular: 2.00 am. La inseguridad llegaba con puntualidad y Clara lo sentía. Revisaba sus chats en WhatsApp. No había mensajes de Jorge. Definitivamente, quería darle el tiempo y espacio necesario para que pudiera pensar en qué hacer con su vida. "-Renunciá a todo lo que no sos" le había pedido el subcomisario. A veces ni nosotros sabemos quiénes somos, ¿cómo saber lo que no somos? Sí, como dicen algunos, hay que dejar que todo fluya. Pero al salir de la cama Clara pudo entender algo que hasta ese instante no tenía muy en claro: hay momentos en la vida donde todo gira en torno a una decisión. Qué mejor que tener la posibilidad de elegir. Y qué mejor que tener la posibilidad de elegir quién ser.

La decisión estaba tomada y se dijo a sí misma que ya no había marcha atrás. Se puso su hábito, su cofia y se miró al espejo mientras observaba cómo sus manos jugaban con la tenue luz que invadía la habitación por el velador que estaba encendido.

2.15 am. La madrugada: el momento universal para destapar verdades y hundirnos en decisiones que marcan un antes y un después irreversible.

Caminó haciéndole frente al frío de la noche, teniéndose un poco la cofia por el viento y tiritando bajo un tapado viejo, color beige.

Al llegar a la casa de Jorge, se quedó parada frente a la puerta unos minutos. No importaba el frío. Todavía estaba a tiempo de renunciar verdaderamente. De pegarse media vuelta y regresar a sí misma. Llegó a pensar que no sabía en qué embrollo se estaba metiendo, pero pocas cosas tienen sentido en esta vida, así que daba igual.

Tocó el timbre, y escuchó cómo este provocaba un sonido tan particular en el interior del inmueble. No, ya no había vuelta atrás.

-Clara -dijo Jorge sorprendido al abrir la puerta- vení, pasá que hace frío.

-Perdón que venga a esta hora -dijo Clara cuando Jorge cerró la puerta- no quiero hacer ruido que Pedro debe estar durmiendo...

-No, no te preocupes, se fue a dormir a lo de un compañero porque tenían que hacer un trabajo práctico -respondió Jorge.

-Ah bueno, igualmente es un segundito que te robo nada más -dijo Clara.

Estando los dos aún parados al lado de la puerta, se miraron para provocar un silencio donde predominaba un mix de cosas y sensaciones. Ansiedad, nervios, inseguridad, miedos....

-Decime, ¿pasó algo? -dijo Jorge un poco impaciente.

-Sí, pasó que estuve pensando mucho en lo que me dijiste y... -se hizo un silencio- No puedo dejar el hábito -dijo finalmente Clara.

Jorge la miró con mucha desilusión, como si algo en él se hubiese roto nuevamente. Puso la mano en el picaporte para abrirle la puerta a la monja y que se retirara. Una mano en un picaporte que significaba la aceptación de una derrota inesperada.

Pero Clara lo frenó. Colocó su mano blanca y frágil sobre la mano de Jorge provocando que el picaporte no girara y lo miró fijamente a los ojos.

-No puedo dejar el hábito de amarte -dijo Clara.

Jorge sintió un alivio que lo llevó a dejarse llevar por sus impulsos. Tomó a Clara por la cintura y en medio segundo la llevó contra la pared, estando sus labios a un centímetro de distancia. Se tomó unos segundos para contemplar la forma de los labios, de aquellos labios que no besaba hace un tiempo ya. Y sin más preámbulos, la besó. Se besaron como se besan dos seres que se pertenecen y se privan de estar juntos: lentamente y con una intensidad que se acrecentaba cada vez más. El subcomisario le quitó la cofia con cuidado, y dejó que sus manos comenzaran a jugar con la cabellera rubia y ondeada de Clara. Él encontró el cierre del hábito, esa famosa prenda que lo único que había hecho era funcionar como barrera.

Sin separarse y como si fueran un solo cuerpo, se recostaron en el sillón. Clara sólo tenía una camisa que formaba parte de su vestimenta diaria, y le quitó la camiseta a Jorge. Él la tomó y la sentó sobre sus piernas, desabrochando sin apuros la camisa de Clara.

El tiempo, elevado en el aire cual átomo invisible al ojo humano, parecía desintegrarse y esparcirse por diversos rincones para esconderse de las garras de aquel sentimiento que con todo acaba a su paso: el verdadero amor.
Los labios de Clara, explorando el cuello de Jorge luego de 20 años, forjaban emociones nunca antes experimentadas por él.
Las manos de Jorge, dibujaban en la espalda desnuda de Clara numerosos caminos abstractos, pero todos con un destino en común: hacerla sentir mujer, más mujer que nunca.
Con cada encuentro de labios, un nuevo monto de seguridad en lo que sentían. Y con cada gesto y movimiento, un encuentro distinto.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora