Capítulo 11

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Después de varios intentos de Jorge por embocar la llave en la cerradura, logró acertar. Era un poco difícil cargar a la monja en sus brazos y tratar de abrir la puerta al mismo tiempo.

Una vez adentro, Jorge sentó a Clara en un sofá y le colocó cuidadosamente el pie lastimado sobre una mesita.

-Ay Jorge, por favor, va a llegar Alicia en cualquier momento y cuando te vea a vos que te me estás haciendo el enfermero se va a armar el tole-tole como dice la hermana María.

Jorge no pudo evitar reírse. -¿Alicia? Si ya te dije que me separé.

-Sí, pero nunca me dijiste que se había ido -decía Clara con una mueca de dolor por el pie.

-Y no, estabas con el tema de tu viejo, creo que no correspondía.

Sacó una venda de uno de los muebles del living y se sentó en la mesita para comenzar a vendarle el tobillo. Clara, por su parte, sentía una especie de alivio. Estaba mal sentir eso y más viniendo de una religiosa, porque se trataba de una familia que acababa de separarse. Pero era lo que sentía, y uno no es dueño de sus sentimientos.

-¿Y cómo lo tomó Pedro? -preguntó Clara mientras observaba cómo el subcomisario rodeaba el tobillo con la venda, de una manera lenta y cautelosa.

-Y, que se yo, es un adolescente. Se puso como loco. Bueno, viste cómo éramos nosotros a su edad -dijo al terminar de vendarle el tobillo y comenzar a acariciarle disimuladamente con los dedos el comienzo de la pierna. -Era fácil en ese entonces. Era fácil decir lo que nos pasaba, lo que no nos pasaba, lo que no queríamos que nos pasara. Es que -decía Jorge mirándola a los ojos- cuando uno es joven, todo es más fácil. Estamos en pleno contacto con nuestros sentimientos y nos entregamos al mundo como si nada importara.

-Concuerdo -decía Clara- el asunto es cuando las cosas se empiezan a volver difíciles. Ahí es cuando te das cuenta que estás creciendo. Entonces, uno crece y sigue con esa filosofía de vida de entregarse al mundo, pero te entregas tanto que te terminás rompiendo, agrietando. Y es ahí cuando decidís ponerte una coraza por miedo a te sigan desintegrando.

-También concuerdo con eso -dijo Jorge inclinándose un poco hacia adelante. -Uno siempre tiene miedo a entregarse. Pero también sabemos, que siempre va a existir una persona a la cual nos podemos entregar, con la cual podemos ser nosotros mismos y olvidarnos de la coraza.

Clara sabía perfectamente que todo lo que él decía era cierto, porque era exactamente lo que le pasaba con él. Y también sabía que todo lo que él decía era una bomba de indirectas. Lo conocía y odiaba conocerlo tanto. La coraza de Clara era de color azul y le llegaba hasta las rodillas. Siempre se escondió detrás de ese hábito, pero por el simple hecho de lo que decíamos hace un rato: estaba agrietada.

-¿No querés que te saque la cofia? Digo, así estás mas relajada.

-No podemos mostrar nuestro cabello, es algo que tengo que cumplir -decía Clara mientras se cruzaba de brazos.

-Ya lo sé, pero acá no hay nadie y es simplemente para que estés más cómoda -dijo Jorge parándose y acercándose hacia ella.

-Es que... -Y la monja no pudo decir más nada. Jorge ya le estaba desabrochando la cofia, estando así sus rostros enfrentados. Al quitarla, no pudo evitar observar parte por parte su cabello.

-Lo tenés del mismo color, del mismo largo -se hizo un breve silencio. - Si nosotros seguimos siendo los mismos -decía Jorge mientras le acomodaba un bucle a Clara- ¿Entonces por qué cambió todo?

Conteniendo las lágrimas, Clara sonrió y levantó los hombros como para demostrar que desconocía la respuesta.

-Ya vengo, te voy a buscar una bolsa de hielo porque eso está un poco hinchado.

Cuando Jorge se fue para la cocina, Clara se levantó y salió de la casa sin hacer ningún ruido. Caminó como pudo una cuadra y se dejó caer contra la pared de un edificio.

Prefería que le doliera el tobillo y no el pasado.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora