Capítulo 30

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Cuando Clara llegó a la casa de Jorge, tocó el timbre tres veces. El subcomisario no había terminado de abrir la puerta, cuando la monja se le abalanzó y lo rodeó con los brazos. Él le devolvió el abrazo con las mismas fuerzas.

-No quiero irme -decía Clara un poco entristecida.

-No quiero que te vayas -decía Jorge sin soltarla mientras cerraba la puerta- No quiero que me sueltes.

-Me bastó soltarte una vez sola en mi vida para darme cuenta cuánto te necesito, Jorge.

Él la besó. Fue el beso más suave de todos. Nada apresurado, nada improvisado. Dándose el lujo de saborear el verdadero sabor de la mezcla entre lo más prohibido y lo más añorado, dieron por sentado que las cosas mas importantes nacen y mueren en los labios: los te quiero, lo que no nos animamos a decir, lo que decimos de más y los besos.

-Te pido disculpas, en serio, te pido perdón. No sé cómo pude ir en ese estado al convento y quedarme en tu cuarto, soy un inconsciente, no medí las consecuencias en ningún momento -decía Jorge mirándola fijo y acariciándole el rostro.

-Quién te dice no te tenga que pedir disculpas yo a vos -dijo Clara en complicidad consigo misma refiriéndose a la culpa que sentía por seguir ocultándole que tenían una hija.

Por suerte Jorge no entendió la frase. Estaba demasiado concentrado en la situación.

-Esperame acá -dijo Jorge- voy a buscar algo y vuelvo.

Clara se quedó parada mirándose las manos. Mil y un cosas distintas, recuerdos deshilachados y sentimientos encontrados, entre otras chucherías que se cuelgan en nuestra mente en estas situaciones.

Jorge volvió con un sobre pequeño en la mano que guardó cuidadosamente en el bolsillo del hábito de la monja.

-Esto es para que leas cuando estés allá y me extrañes -dijo Jorge.

-Decime por favor Correa que en estos años cambiaste la caligrafía porque sino va a ser imposible leer esto -dijo Clara.

-Te juro que cambió. Ahora está peor.

Se echaron a reír. Se acordaban de las cartas que Jorge le escribía a Clara en el secundario y de los dolores de cabeza que le daba a Clara leer esas cosas, porque la letra de Jorge era espantosa.

Permitanme insistir, algunas cosas no cambian. Pero esas, justamente, son las mejores.

-Hablando de escribir, ¿te acordás cuando te canté esa canción al lado del lago en el campamento del colegio? -preguntó Jorge.

-Imposible olvidarme. Nunca me dijiste de qué banda era -decía Clara- la busqué por internet varias veces pero no logré encontrarla.

Jorge sonrió.

-Es que la había escrito yo -dijo un poco avergonzado.

-Musito tu nombre con los ojos cerrados -cantaba Clara- y en algún que otro sueño despierto a tu lado...

-No puedo creer que te acuerdes de la letra todavía -dijo Jorge sin poder quitarse la vergüenza de encima.

-Es difícil olvidarse de las cosas que te marcan. Y esa canción fue una de esas cosas.

Clara miró el reloj de la pared del living de Jorge.

-Me tengo que ir yendo antes de que la madre superiora sospeche algo -dijo Clara.

-Está bien -decía Jorge al tomarla por la cintura- pero te voy a extrañar mucho.

-¿Pensas que yo no? Voy a leer la carta que me diste todo el tiempo -contestó Clara acariciándole el rostro.

-Bueno, nos vemos -dijo Jorge al besarla y abrirle la puerta.

-Sí, nos vemos -dijo Clara- no sé cuándo. Pero nos vemos.

Las despedidas que más duelen son aquellas en las que no sabemos cuándo va a ser el próximo encuentro. Y el hecho de no saber, no tener certezas, nos angustia. Nos desespera, nos intranquiliza. Pero bueno, bienvenidos a este pacto misterioso entre la vida y el universo infinito: el destino.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora