Capítulo 10

454 44 6
                                    

Seguían pasando los días tras la muerte del padre de Clara y para mantener su mente ocupada, aprovechó a hacer los mandados necesarios.

Tras caminar varias cuadras cargando unas cuantas bolsas de supermercado pesadas, paró en el banco de una plaza para descansar. Se preguntaba por qué no había ido con la combi del convento, hubiese sido mucho más fácil.

Cerró los ojos y respiró hondo con el fin de recuperar el aliento. Hasta que su paz se vio interrumpida por una voz familiar.

-¡Clara! ¡Qué bueno verte! -era Jorge. No, justo a él no se lo quería cruzar. Le había estado enviando mensajes toda la semana preguntándole cómo estaba luego de lo de su padre y diciéndole que él estaba disponible para lo que ella precisara. Mensajes que, por supuesto, Clara no respondió. Qué manía tan estúpida que tenemos de ignorar para aumentar nuestro ego. Pero justamente, aquellas cosas a las que aparentamos no darle importancia, son las que más nos importan. No lo decimos, no lo demostramos, pero sabemos que es así. Es que para querer y que nos quieran, hay que querernos a nosotros mismos. Pero me parece que a veces se nos va un poco la mano.

-¿Cómo estás? -le dijo Jorge sentándose a su lado.

-Bien, estoy bien, gracias -dijo Clara sonriendo.

-Te mandé varios mensajes pero no me respondiste -Clara estuvo a punto de decir alguna excusa absurda pero Jorge no la dejó hablar. -Está bien, no importa, valoro la cortesía que tuviste de clavarme el visto gris y no el visto azul.

Admitamoslo, la era del Whatsapp llegó para que no podamos disfrazar más las pocas ganas que tenemos de hablar con alguien.

-Perdón, en serio -decía Clara con resignación- es que simplemente no quiero tener mucha relación con vos. No corresponde. Y mejor me voy porque tengo que volver al convento a llevar estas cosas.

-Bueno, te ayudo, dame las bolsas que las cargo en el auto y te alcanzo.

-No, está bien, puedo sola -dijo Clara intentando ser lo más amable posible.

-Pero a mí no me cuesta nada, en serio te digo -dijo Jorge tomando las manijas de las bolsas.

-Yo también te digo en serio -decía Clara haciendo fuerza para llevarse las bolsas contra sí misma.

-Clara, por favor no seas terca, dejate ayudar.

Comenzaron a zamarrear las bolsas. Por momentos parecía que se las iba a quedar Jorge y por otros parecía que lo haría Clara.

Yo les voy a decir una sola cosa, una verdad universal que no debería ser cuestionada por ningún individuo de este planeta, menos que menos si ese individuo es un hombre: no hay que poner en duda la fuerza de una mujer, nunca. Parecemos flojas y débiles, pero cuando queremos algo, nos empecinamos tanto con eso que terminamos ganando en la mayoría de las oportunidades.

Clara se quedó con las bolsas de un tirón, e hizo tanta fuerza que se cayó con todo su peso encima de su pie izquierdo.

Luego de un grito de dolor, Jorge se arrodilló para ayudarla a levantarse pero era inútil. Le dolía demasiado el tobillo.

-Dejame ver este tobillo -le dijo mientras le quitaba el zapato. Comenzó a acariciar su tobillo con sumo cuidado. -Esto está muy hinchado... Dejame cargarte que te llevo a casa.

-¡NO! -dijo Clara determinante- basta, no me toques y andate, yo puedo sola -decía un tanto histérica.

-No Clara, no me voy a ir, no podés ni caminar.

-Jorge, por favor andate porque empiezo a gritar, no quiero que estés acá y que te quedes conmigo -y sí, hay verdades tan irreversiblemente prohibidas que nos obligan a mentir. Obvio que quería que no se fuera, obvio que quería que se quedara. Pero no podía decirlo, era una religiosa.

-¡Clara, cortala! Se va a hacer lo que yo diga y punto -dijo Jorge sin pensarlo.

-¿Qué es esto Correa? ¿Un abuso de autoridad?

Jorge acercó su rostro al de Clara.

-Un acto de amor. Por todas las veces que seguramente te caíste en estos veinte años y yo no pude levantarte.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora