Capítulo 53

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Jorge había regresado a su casa hacía varios días ya y Clara lo trataba cual nene enfermo.

-Ya está, no quiero más -decía Jorge sentado en la cama devolviéndole la taza de té a Clara.

-Pero no tomaste casi nada -dijo Clara poniendo la taza en la mesita de luz- ¿Te sentís mal? ¿Llamo al medico? ¿Te duele algo?

-Clara, Clara... -dijo Jorge para interrumpir el batallón de preguntas- no tengo ningún tipo de enfermedad ni nada grave, sólo una herida en el lado derecho del abdomen que tiene que terminar de cicatrizar. ¿Podrías, por favor, estar más tranquila?

Clara respiró hondo y se sentó en el borde lateral de la cama al lado de Jorge. Él tenía razón. Lo que pasa es que a veces las realidades nos sacuden tanto que nos dejan medios atontados y tendemos a estar a la defensiva todo el tiempo. Pero nadie le gana a la realidad, así que estar continuamente a la defensiva es en vano.

-Sí, me estoy preocupando demasiado -decía Clara. -Perdón, es que la situación fue muy fuerte.

-Me encanta que te preocupes igual -dijo Jorge acariciándole el rostro- sólo pido que no llegues al punto de estresarte. No dejes que te afecte.

Clara escuchó que alguien abría la puerta. Se levantó y se dirigió al living.

-Acá está lo que me pediste -dijo Pedro al entrar y entregarle en mano una bolsita de farmacia. Se trataba de gasas nuevas y cinta blanca para las gasas.

-Muchas gracias Pedro -dijo Clara tomando la bolsa.

-Ahí vengo, me voy a sacar esta camiseta y a ponerme una remera mangas cortas porque está haciendo calor -dijo Pedro y se fue a cambiar a su cuarto.

A los dos segundos sonó el timbre. Clara abrió y al ver que era Lola, la hizo pasar.

-Pedro se fue a poner una remera, ¿querés tomar algo mientras tanto? -preguntó Clara amablemente.

-No, te agradezco -decía Lola- vine porque nos tenemos que ir con Pedro a una reunión con el DJ que va a pasar música en nuestra fiesta de egresados.

-Ay, qué hermoso -decía Clara- yo ni me acuerdo de mi fiesta de egresados.

-¿Porque fue hace mucho?

-No, porque estaba en pedo -dijo Pedro entrando al living.

-¡Pedro! ¡No digas mentiras! -dijo Clara como retándolo.

-Pero me lo contó mi papá...

Clara revoleó los ojos y se echó a reír.

-Bueno, vamos porque sino llegamos tarde -dijo Lola.

Los jóvenes se despidieron de Clara y se fueron.

Clara llevó las gasas hasta la habitación, entró y cerró la puerta.

-¿Vos le contaste a Pedro que yo me emborraché en nuestra fiesta de egresados? -preguntó casi sin respirar.

-Sí, ¿por qué? -dijo Jorge.

-¿Ese es el ejemplo que tiene de mí entonces? ¿A vos te parece? -decía llevándose la mano a la cabeza- ¿Cómo le vas a contar esas cosas?

-Clara, todos fuimos adolescentes. Vos no sos la excepción.

Cuánta verdad. Es increíble cómo los adultos se olvidan de que alguna vez fueron seres sensibles con muchas ganas de vivir la vida. Se vuelven tan estructurados que a veces hay que recordarles que ellos también fueron jóvenes.

Clara se sentó en la cama al lado de Jorge nuevamente e hizo un gesto como dándole la razón.

-Enderezate un poco más y sacate la camiseta así te cambio la gasa, Pedro ya me trajo de la farmacia -le pidió Clara.

-Pero me lo puedo hacer yo sólo -decía Jorge.

-No, vos siempre hacés lío con la cinta -respondió Clara.

Jorge se quitó la camiseta. Una vez que su torso estaba desnudo, Clara llevó sus manos hacia donde estaba la gasa vieja. Despegó la cinta de la piel de Jorge con cuidado y retiró la gasa. Observó la herida. Básicamente había cicatrizado del todo, sólo se notaba una pequeña marca. Pasó suavemente su mano sobre la leve marca de la herida.

-¿Te duele? -preguntó Clara.

-No -respondió Jorge con una sonrisa.

Era lógica la respuesta. Las cicatrices no duelen. Sólo son marcas que nos recuerdan que pasamos por algo duro.

Clara le dio un beso en la cicatriz y volvió a colocar su mano. Las cabezas se enfrentaron hasta que las frentes se chocaron.

-No quiero que nada malo te pase, nunca -dijo Clara en voz baja y con los ojos cerrados.

La única respuesta que tuvo Jorge fue besarla. Besarla con intensidad para hacerla sentir segura. Besarle el cuello sin prisa para invitarla a saltar a un abismo sin saber qué había abajo. Besarla, y deshacerse de su ropa para hacer de sus miedos un universo de esperanzas.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora