Capítulo 8

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Le habían dado una noticia, la peor de todas. Si bien sabía que en algún momento ese día llegaría, no se imaginaba que le iba a pegar tan fuerte la situación.
Su padre no había sido el mejor de todos, pero cuando Concepción le dijo a Clara que había sido notificada acerca del fallecimiento de su papá, la nostalgia iba asomando cabeza.

Se dirigió a la capilla y al entrar se sacó la cofia, dejando caer su pelo ondulado. Caminó lentamente hasta el tercer banco de la fila de la izquierda y se sentó. Contemplando la imagen de cristo con los ojos totalmente llorosos y la cofia en la mano, se puso a reflexionar acerca de lo que le estaba tocando vivir.

Al perder a un ser querido, uno automáticamente se replantea un montón de cosas. ¿Habré sido bueno con esa persona? ¿Se decepcionó de mi alguna vez? ¿Si hubiésemos dejado nuestras diferencias de lado, cómo hubiese sido todo? Entre otras preguntas que nos hacemos en ese momento. Pero por más respuestas acertadas que encontremos, todo es en vano. Esa persona ya emprendió un viaje de ida. Un viaje de ida y sin regreso.

Todos vamos a dejar este mundo algún día, el tema es en qué estado dejamos a los que se quedan. Y el padre de Clara, nunca pudo cerrar ni recomponer su relación con ella.

-Clara, acá estás -dijo Jorge al verla- vine a traer a Pedro al colegio y quería saludarte pero no te encontraba... -Clara no pudo contener el llanto, y ante esto Jorge se sentó a su lado. Atinó a acariciarle la espalda, pero sabía que le molestaría, o eso creía. -¿Por qué estás así? ¿No me querés contar?

Clara negó con la cabeza. Contarle a Jorge que su papá acababa de fallecer no era más que otra forma de revolver el pasado, lo cual sólo le provocaría más dolor.

-Está bien pero... ¿Hay algo que pueda hacer por vos? ¿Necesitás algo? -Preguntó el comisario.

-Necesito que me abraces, que me abraces fuerte-. Respondió Clara.

Cuando se padece de tristeza, los abrazos suelen activar el punto máximo del llanto. Y este no era la excepción.

-No sé qué es lo que te pasa, y no te voy a forzar a que me cuentes si no querés hacerlo -decía Jorge- sólo quiero que sepas que estoy a tu disposición para lo que precises.

El abrazo llegó a su fin y Clara tomó las manos de Jorge. -Te lo agradezco, en serio-. Dijo sin dejar de llorar.

Jorge ya no sabía qué decir. A veces no es necesario decir algo, con pequeños gestos y con el sólo hecho de estar, todo duele menos. Sí, hay presencias que simbolizan una certera cura para el alma.

Clara apoyó su cabeza en el pecho de Jorge y él la rodeó por los hombros con un brazo. Con la mano del brazo que tenía libre, le secaba las lágrimas. Y se miraban. Jorge quiso besarla, se veía tan frágil, tan vulnerable, que quería reconstruirla con un beso. Pero sabía que no era el momento. Entonces solo se miraban.

La mirada: el idioma universal de los amores inconclusos.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora