Capítulo 12

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Hizo una cuadra más y el dolor del tobillo ya casi se había ido. Había mucho viento, así que se corrió los mechones de pelo que le tapaban la cara para detrás de las orejas. Y recién en ese momento reaccionó. Se había olvidado la cofia en la casa de Jorge.

Cerró los ojos, y con un suspiro de frustración, se pegó media vuelta y regresó a lo de Jorge. A veces nuestros propios errores nos terminan haciendo un favor.

Al llegar, tocó timbre y la puerta no tardó en abrirse.

-Justo estaba por llevarte la cofia al convento -dijo Jorge en un tono amable.

-Está bien, sólo dámela así me voy -decía Clara un poco histérica.

-Bueno, pasa que ahora te la doy.

-No Jorge, no empieces -dijo elevando la voz- dame la cofia que me quiero ir.

-¿Por qué estás tan histérica?

Un buen consejo para el ser masculino que quiere tener trato con una mujer, es nunca decirle histérica. Por más que lo sea, por más que en parte todas lo seamos, esa palabra no debe ser pronunciada.

-¡¿Histérica yo?! A lo sumo estoy alterada, porque me molesta lo que hacés.

-Esperá, en serio pasá porque no entiendo a lo que vas.

Clara pasó, y estando en el medio del living uno frente a otro, comenzó a escupir algunos sentimientos.

-¿A qué te referís con que te molesta lo que hago? -preguntó Jorge cruzándose de brazos y llevando todo el peso de su cuerpo hacia una sola pierna.

-Me molesta que me hables del pasado. Me molesta que te tomes la libertad de hablar de lo que fuimos, sin pensar en cómo puede llegar a repercutir en mí siendo una religiosa.

-¿Hablar de lo que fuimos? Clara, lo que somos. No se deja de ser, no se deja de sentir. Somos, en tiempo presente. Somos dos personas que se quieren.

-Es que yo no puedo quererte -dijo agachando la cabeza para no mostrar las lágrimas que comenzaban a salir de sus ojos. -Y tampoco merezco que me quieras.

Cada vez que Jorge intentaba acercarse a ella, sentía culpa. No sólo porque no podía darse el lujo de quererlo debido a que era una religiosa, sino porque se sentía una mala persona. Le había ocultado durante muchos años que tenían una hija, y aún así luego de haberse reencontrado seguía sin decirle la verdad. Es que simplemente no podía hacerlo. Las realidades que nos obligan a guardar silencio son definitivamente las más crueles de todas.

-Clari -dijo Jorge mientras elevaba el rostro de la monja con sus manos, y hacía así que sus miradas estén conectadas- no sé qué es lo que uno merece, ni lo que debe sentir, ni lo que debe hacer. Sólo sé que pasa -Jorge le secaba las lágrimas con los dedos pulgares. Empezó a acercar su rostro al de Clara. -Si vos querés que me detenga, lo hago.

-Esto no está bien -dijo Clara logrando que Jorge frenara pero sin apartarse.

-¿Y si probamos hacer las cosas mal? Capaz nos va bien -decía Jorge acercándose unos centímetros más.

Al fin y al cabo, ¿qué es lo que está bien? ¿Está bien retraerse y no hacer lo que uno siente? ¿Está bien seguir protocolos, estructuras y reglas? Sí, está bien. Porque es lo que corresponde. El tema es que a veces, hacer lo que corresponde, puede causarnos infelicidad.

Ante el silencio de Clara, Jorge acercó su nariz a la de la monja. Primero se dio el gusto de sentir su respiración, de asegurarse que compartían sentimientos, deseos y hasta el mismo aire. Y luego, en un leve movimiento, dejo que sus labios descansaran sobre los de Clara, saboreando reencuentros, dejando los problemas de lado. Clara se olvidó de la cofia, de que tenía el cabello expuesto y del dolor de los ayeres. Porque en un contacto de labios que se extrañaron durante muchos años, hasta las cosas más importante pasan a ser irrelevantes y se construye un puente, del labio inferior de uno al labio superior del otro, donde inician mil historias de amor que terminan para volver a comenzar.

Es que es así. De vez en cuando, llegan a nuestras vidas cosas que nos arruinan y nos destruyen. Y después, por otro lado, están los besos.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora