Capítulo 52

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Eran las dos de la mañana cuando la Turca volvió a la clínica.

-Perdón que tardé amiga, no conseguía remis para volver -dijo la Turca sentándose al lado de su amiga en aquellos incómodos sillones de la sala de espera.

-Está bien, no hacía falta que volvieras -dijo Clara refregandose los ojos- gracias por haber llevado a Pedro hasta casa.

-No tenés nada que agradecer -respondió la Turca mientras le corría un mechón de pelo de la cara a su amiga. -Oíme, ¿no querés venirte a dormir a mi departamento? Te noto muy cansada.

-Es que lo estoy. Estoy muy cansada -dijo Clara.

-Entonces vamos -dijo la Turca.

-No, yo me quedo acá -dijo Clara- estoy cansada pero no es cansancio físico. Estoy cansada de tener que pasar por esta situación de mierda.

Clara se echó a llorar y su amiga la consolaba. Y era entendible: no hay cansancio más atormentador que aquel que se crea a consecuencia de momentos difíciles. Pero a todos la vida nos pega un poco de vez en cuando.

Clara siguió llorando en el hombro de su amiga. Y entre recuerdos empapados por el desequilibrio del hoy, se quedó dormida. Ambas lograron dormir pese a la incomodidad del lugar.

Cuando los leves rayos de sol comenzaban a asomar por las hendijas de las ventanas de la clínica, despertaron y se enderezaron de a poco.

La Turca se levantó para traer dos cafés de una máquina de bebidas calientes que había a unos metros. Desayunaron eso mientras observaban cómo de a poco empezaba a haber movimiento en la clínica.

Una hora más tarde llego Pedro que tenía puesto el uniforme, así al mediodía se iba directo al colegio.

-Hablé con Julia anoche sobre este tema -dijo Pedro- se angustió muchísimo. Hoy justo antes de venir para acá me mensajeó diciendo que estuvo averiguando para viajar a Buenos Aires pero no hay pasajes disponibles hasta dentro de dos semanas. Pero ni bien consiga uno, va a venir.

A Clara le alegraba saber que pronto vería a su hija, sólo rogaba que todo se solucionara.

De pronto, un doctor de contextura grande y aspecto serio salió de la puerta de la habitación de cuidados intensivos.

-¿Familiares de Jorge Correa? -dijo el médico.

A Clara se heló la sangre. Tenía mucho miedo de lo que pudiera llegar a decir el médico. El ser humano, por naturaleza, suele esperar lo peor.

-El paciente abrió los ojos, tiene un firme conocimiento de lo que le ocurrió y habla a la perfección. Pueden pasar a verlo si lo desean -dijo el médico.

Entraron de inmediato. El primero en saludarlo fue Pedro, quien lo despeinó y le dio un beso en la mejilla. Luego entró la Turca que le apretó la mano y le dio un beso en la frente. Por último, entró Clara. Se quedó parada observándolo.

-Te queda linda la ropa de clínica -dijo Clara.

-Y a vos te quedan lindas las pocas horas de sueño que tenés en la cara -dijo Jorge.

Clara se agachó para besarlo y no pudo evitar que una lágrima se le escapara.

-Me asusté mucho -dijo acariciándole la cabeza.

-Estoy bien -decía Jorge- habrá sido alguien que anda en algo raro y quiso deshacerse de mí porque soy policía. Sólo perdí sangre y tengo las defensas bajas, pero con los medicamentos que me están pasando por suero me estoy reponiendo rápido.

Jorge hablaba con suma claridad y fluidez, como si nada hubiera pasado. Y eso a Clara la tranquilizaba.

Llegó el mediodía y la Turca acompañó a Pedro hasta el colegio.

-Ahora que estamos sólos -dijo Jorge- te tengo que confesar algo. Bueno, mitad confesión y mitad agradecimiento.

-A ver, contame -dijo Clara y le tomó la mano cuyo dedo índice estaba conectado a un aparato que media el ritmo cardíaco.

-Cuando recibí el balazo, lo primero que pensé fue que tal vez estaba a punto de dejar a dos jóvenes sin padre. Y eso me asustaba, tenía mucho miedo en ese instante. Mucho. Pero después apreté tu mano y todo dolía un poquito menos. Comencé a caer al suelo y no me soltaste. Y lo que fue mejor: caíste conmigo. Así que te quiero agradecer. No sólo por no haberme soltado, sino por haber caído junto a mí.

-Te amo -dijo Clara.

-Y yo a vos, más de lo que puede caber en un cuerpo -dijo Jorge.

Y sin soltarse la mano, se besaron nuevamente.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora