Capítulo 31

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Llegaron. Era una estancia, con una casa enorme. El aire fresco del campo ponía de buen humor a Clara, y a Beatríz por lo general también, pero no esta vez.

-¡¡¡LO EXTRAÑO!!! -gritaba Beatríz explotando en llanto mientras caminaban por el campo para entrar a la casa.

-Bueno Bety tranquila -decía Clara- yo también extraño a Jorge, pero recién llegamos.

-¡¡¡RECIÉN LLEGAMOS!!! -seguía sollozando Beatríz, mientras caminaba arrastrando los pies como si estuviese negada a atravesar la estadía indeterminada en la estancia.

-¿Trajiste Off por casualidad? -decía Clara como para cambiar de tema- Hay muchos mosquitos.

-¡¡¡HAY MUCHOS MOSQUITOS!!! -respondía Bety sin dejar de llorar.

-¡BASTA BEATRIZ! Comportate como una adulta. ¡ESPERÁ! ¿QUÉ ES ESO? -gritó Clara escondiéndose detrás de Beatríz.

-Es una serpiente de campo. Comportate como una adulta -respondió Beatríz en un tono maduro y un poco irónico.

Entraron a la casa. Tenía una decoración muy antigua pero a la vez un toque moderno. Los muebles eran viejisimos pero se mantenían intactos.

Si bien había una habitación para cada una, decidieron desarmar los bolsos juntas. Mientras Beatríz doblaba una ropa que se había arrugado, Clara no pudo evitar notar algo extraño en el bolso de su compañera.

-¿Me podés explicar qué hacés con un calzoncillo en el bolso? -preguntó Clara tomando con cautela la inapropiada prenda que no debería estar en el bolso de una monja.

Beatríz abrió los ojos totalmente llena de vergüenza.

-Ups -dijo- se me... Traspapeló.

Clara, sin dejar de mirar fijo a Beatríz, dejó caer el calzoncillo al suelo.

-Encima ese color caca horrible, ¿no tiene alguno más moderno? -preguntó Clara. -¿De qué geriátrico lo sacaste a este?

Beatríz no podía más y explotó en llanto nuevamente.

-¡¡¡LO EXTRAÑO A ÉL Y A SU CALZONCILLO DE LEOPARDO!!! -dijo tomando el calzoncillo del suelo y colocándoselo arriba de la cofia cual gorra.

Clara prefirió privarse de tal espectáculo y se fue a la cocina a hacerse un té.

Pocos días después, estaban las monjas muy entretenidas jugando a las cartas, cuando le sonó el celular a Clara. Era un mensaje de Jorge. "Preparen mesa para cuatro esta noche que llevamos sushi."

Ante comunicarle esto a su amiga, una idea brillante surgió de la misma.

-Encontré algo arriba que nos puede servir para esta noche -dijo Bety.

Clara la miró seria ladeando la cabeza.

-Beatríz, por favor, no me vengas con cosas raras -dijo.

-Tranquila, ya sé. Nada de preservativos -respondió Bety mientras la tomaba de la mano para llevarla arriba.

Entraron a una habitación que no estaban usando. Beatríz abrió un ropero enorme, y adentro, había innumerables prendas de vestir muy elegantes.

-¿Vos no estarás pretendiendo...? -decía Clara.

-Por supuesto que sí -dijo Beatríz- va a quedar entre nosotras, nadie nos puede decir nada.

-Pero hace más de veinte años que no uso un atuendo que no sea este hábito, Beatríz.

-Nunca es tarde para volver -le contestó su amiga.

Y tenía mucha razón, nunca es tarde para volver. De hecho, es hasta lo más adecuado. A veces volver es la única forma de llegar a eso que tanto queremos y no conseguimos. No volver puede llegar a ser insano, sobre todo si es para renunciar a lo que uno realmente es.

Encontraron hasta zapatos con sus respectivos talles.

Había llegado la noche y junto con ella dos religiosas se escondían tras ropa de civil. Bety tenía unos pantalones palazzo con una blusa mangas cortas color coral. Clara, por su parte, lucía una pollera azul con una blusa blanca. El brillo labial que Bety llevaba siempre en la cartera las ayudó a ambas a dar un toque final.

-Mirá lo que sos Clari, una bomba.

-Me siento rara sin el hábito -respondía Clara.

-Sí, te entiendo, yo también lo veo como una parte de mi anatomía ya. Pero a veces hay que soltar, sobre todo lo que no nos pertenece -dijo Beatríz guiñándole un ojo.

Los muchachos llegaron. Bastante elegantes pero más informales.

Cuando Jorge vio a Clara vestida de tal manera, se quedó paralizado contemplando aquella figura que se mantenía a pesar de los años.

-Estás tan.. -dijo mientras se acercaba a ella.

-¿Mujer, quizá? -dijo Clara intentando ayudarlo a completar la frase.

-Tan hermosa, tan radiante. Tan vos.

-Te extrañé mucho -dijo Clara rodeándole el cuello con nos brazos.

-Yo también Clari. Fueron eternos estos días. Mirate, hasta creciste -dijo Jorge burlón refiriéndose a la altura que le generaban los tacos a Clara.

Se besaron. Hacía mucho Jorge no sentía esos labios con una pequeña dosis de labial que le daba un toque especial al beso. Ya no eran un subcomisario y una religiosa. Eran un hombre y una mujer. Y se amaban.

Pasaron a sentarse. El sushi estaba espectacular, y durante la cena, Tambor hacía chistes que los dejaba a todos con la panza dura. Luego de la comida, Clara preparó café para ser acompañado por charlas más relacionados a temas de la actualidad, como la economía del país, la política, la inseguridad, y por qué no, hasta la pastilla Superman.

Era demasiado tarde ya y los muchachos debían regresar.

-Me voy porque mañana arranco con una investigación importante, pero nos escribimos, sí? -le dijo Jorge a Clara para luego besarla.

-Y yo me voy porque mañana tengo que sacar los pasajes de regreso -dijo Tambor mirando con tristeza a Beatríz. Ella lo miró del mismo modo, pero la realidad era que Tambor no podía prolongar más su estadía en Buenos Aires.

Se despidieron como lo hacen los enamorados sin retorno: no queriendo despedirse nunca.

-Te amo -le susurró Jorge a Clara al oído.

-Yo más, y para siempre -le respondió ella.

Los hombres se fueron. Y ellas también, pero a dormir.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora