Capítulo 37

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Clara estaba acostada, mirando el techo, pensando en todo lo que le había pasado en tan poco tiempo. Por un lado, estaba feliz porque se había reencontrado con su hija y esta no le guardaba nada de rencor. Por el otro, tenía el pecho colmado de angustia porque Jorge la odiaba. No le respondía los mensajes, no le respondía las llamadas. Es que, las mentiras siempre provocan que alguien salga herido.

Salió de la habitación para llevar unos papeles al despacho de la madre superiora. Iba muy concentrada mirando unas fechas que estaban mal colocadas y por no ver hacia adelante, se topó con Jorge que tampoco iba mirando por dónde caminaba, sino que estaba muy concentrado en la pantalla del celular.

-Ay disculpeme -dijo Clara y se quedó muda al levantar la vista y notar que era él.

Igualmente no hace falta mirar para saber a dónde vamos. De hecho, ninguno de nosotros sabemos a dónde vamos. Es más, ir con los ojos cerrados por la vida es una buena opción. Total, el destino siempre nos va a llevar para donde él quiera, para donde tengamos que ir. Y en una de esas, nos choca con esa persona que nos sacude el alma.

-Está bien -dijo Jorge- la culpa es mía por estar paveando con el celular -y siguió caminando.

Clara se volteó y no aguantó más. Gritó su nombre desde la otra punta del pasillo. Jorge giró para verla, y ella entre un par de lágrimas y una cofia media corrida se acercó hasta él.

-Te extraño -le dijo la monja.

-Bueno, extrañarme será el precio que tenés que pagar por haberme mentido tantos años Clara -dijo Jorge con suma frialdad.

-No me digas eso -decía la monja- no tenía nada para darle a Julia.

-Pero yo sí Clara, todo pudo haber sido de otra manera -decía Jorge mirándola a los ojos- odio lo que sos.

-Es que uno a veces no es lo que quiere, es lo que puede. Esto es lo que pude ser, porque cuando quise ir a contarte la verdad vos te estabas casando con Alicia -dijo Clara firme.

Jorge se quedó inmóvil. No sabía esa parte de la historia.

-Lo que pasa es que para vos es más fácil pensar en vos que pensar en todo a lo que yo tuve que renunciar para que VOS fueras feliz -continuó Clara.

-Puede ser. ¿Pero sabés que es peor? A vos te costó pensar en un nosotros. Y no sé si pueda llegar a perdonarte eso -dijo Jorge poniéndose las manos en los bolsillos del pantalón.

No, no era el momento para hablar. Ambos estaban muy lastimados por todo lo que no había podido ser. Y en estos casos, es mejor esperar a que se calmen un poco las aguas.

-Clara, hay una mujer que te está buscando -dijo la hermana Nieves apareciendo sorpresivamente- te espera en el despacho de la madre superiora.

-Gracias Nieves, ahora voy -dijo Clara y Nieves se fue.

Los dos, enfrentados, se miraron fijo a los ojos e intentaron decirse con la mirada todo lo que los sentimientos hacían que les desbordara el alma.

-Lo que no pudo ser no fue y listo. Pero ojalá entiendas que hay un sin fin de posibilidades para nosotros, que todo puede ser. Y por sobre todas las cosas, nosotros podemos ser -dijo Clara con convicción pura y se fue.

Camino al despacho de la madre superiora, el sol que entraba en diversas formas por las ventanas del convento jugaba en cada recoveco del perfil de su rostro. Y ella lo sentía. Es que, creo que cuando estamos enamorados todo lo sentimos de una manera muy diferente, en profundidad. Incluso las cosas mas insignificantes.

Al entrar al despacho de Concepción, notó que había una mujer sentada de espaldas. No sabía quien era, pero creía haber visto esa cabellera negra en algún lado antes. Al cerrar la puerta, la mujer se dio vuelta.

-Ah no te la puedo creer, ¡EXPLICAME YA QUÉ CORNO HACES CON ESE VESTIDO DE PITUFO AZUL, CLARA ANSELMO!

-¿Turca? -preguntó Clara asombrada- ¡¿Qué hacés acá?!

-Después de hacer tanta vida en el extranjero y de haber fracasado tanto en el amor, quise venir a corroborar lo que decían las malas lenguas. Pero veo que me perdí de algo groso mamita porque tenían razón... ¡Sos monja! ¡Dios me libre y me guarde! ¡¿En qué te han convertido?! -dijo la Turca exagerando.

-Creeme que te perdiste de un pedazo de la historia bastante groso, pero bueno, nada... Vos siempre apareciendo en los momentos en que más necesito a alguien -dijo Clara con un poco de angustia.

La Turca se levantó y se acercó hasta su vieja amiga para darle un abrazo. Esos abrazos de los que no nos dan muy a menudo y que son justamente los que más necesitamos.

-Che, y escuchame una cosita -decía la Turca- con el pañuelo de vendedora de empanadas en plena Revolución de Mayo, ¿Te seguís tiñiendo o te dejaste las canas? -preguntó levantándole un poco la cofia.

-¡TURCA! Primero que nada, esto no es un pañuelo, se llama cofia. Y segundo, y no menos importante que lo primero, ¿CÓMO ME VOY A DEJAR DE TEÑIR?

-Tenés razón, yo también te pregunto cada cosa...

-Vamos a mi pieza así charlamos tranquilas -sugirió Clara.

-Tengo una idea mejor -decía la turca acomodándose el pelo- vayamos a un bar que encontré a dos cuadras que pasan todo el día música se Charly y Fito, y tomamos algo.

-Hay jugo de naranja acá... -dijo Clara intentando sacarle esa idea de la cabeza.

-Ay Clara no me jodas, si seguro te morís por una cerveza, ¿sabés como te conozco?

-Es que soy una religiosa ahora, no puedo.

La turca le hizo una mueca burlona y salieron del despacho.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora