Capítulo 41

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Hay muchas cosas que nos reportan seguridad, pero sólo una nos hace sentir plenos, y se trata de los brazos de aquella persona con quién podemos ser nosotros mismos. Los brazos de aquella persona que nos acepta aún cuando le brindamos nuestra peor versión, suelen ser el lugar más apropiado para un corazón que tiene ganas de querer de verdad.

Siendo ya la mañana, ambos estaban despiertos pero en silencio. Clara descansaba en el pecho de Jorge, y este la acariciaba el hombro que se mantenía al descubierto. Estando los dos en el sofá, tapados por una manta blanca que Jorge tenía a mano, prefirieron quedarse sin hablar. No hay nada más incómodo que el silencio, pero aquel que se da entre seres que se pertenecen, puede hasta resultar agradable. Como si todo estuviese en orden. Como si el tiempo se hubiese encargado de poner todo en su lugar. O mejor: como si el tiempo hubiese perdido poderío sobre ambos.

-No me quiero levantar -dijo Clara en voz baja.

-Yo no quiero hacer nada que me separe de vos -respondió Jorge- quiero que nos quedemos así, para toda la vida.

Se escuchó un suspiro de Clara que ponía en dudas lo que decía el subcomisario.

-¿Vos creés que algo puede durar para toda la vida? -preguntó ella corriendo su cabeza para mirarlo a los ojos.

-Creo en nosotros -respondió Jorge. Una respuesta lo suficientemente concisa y determinante que expresaba que él creía que algo podía durar para siempre. Aunque bueno, a veces pienso que eso también depende de uno. Echarle la culpa al entorno de todo lo que no nos animamos a hacer es fácil, de hecho, es lo más común. Pero si nos ponemos los pantalones como corresponde, y nos hacemos responsables de lo que queremos y de lo que estamos dispuestos a hacer para sostener nuestras posturas, refiriéndonos al tema que sea, puede que ese algo dure para siempre. En síntesis, las cosas duran tanto como uno quiere que dure, tanto como uno las deje ser. Somos iniciadores y destructores. Y en la medida en que uno se va dando cuenta de esto, comienza a elegir qué cosas dejarlas ser, qué cosas interrumpir, y cuáles guardarlas en el cajón del recuerdo para arrojar la llave al río del olvido.

Llega un momento, en el que uno se da cuenta de que tiene poder absoluto sobre qué quiere para su vida. Y ellos lo sabían. Jorge y Clara estaban transitando ese momento tan añorado por las almas soñadoras.

-¿Sabés cuántas noches me acosté con la esperanza de que al otro día me iba a despertar a tu lado? -preguntó Jorge.

-Seguramente la misma cantidad que yo -respondió Clara. Se cubrió con la sábana y se sentó para poder mirarlo más directamente aún. -No hubo una sola noche que no te hayas pegado una vuelta por mis pensamientos, Jorge. Es como si nunca te hubieses ido. Y a la vez, sentía que nunca ibas a volver.

Jorge se sentó para estar a la par de Clara y sin perder la conexión de las miradas, hizo una promesa que siempre es cumplida y va en contra de cualquier otra voluntad ajena.

-Puedo alejarme, irme, la vida puede separarnos. Pero oíme una cosa, Clara -dijo al tomarle una mejilla con su mano- yo siempre voy a volver a vos. Siempre.

Sus labios se encontraron tímidamente, como si sus bocas aún estuviesen dormidas.

-Tengo que volver al convento para darle un fin a todo lo que no soy, como me dijiste -moduló rápidamente Clara.

Pero venía una parte complicada. Y esa era volver a vestir el hábito.

Luego de cambiarse en el baño y de no reconocerse cuando se vio al espejo, regresó al living nuevamente y se paró frente a Jorge que ya estaba listo para ir a trabajar.

-Es raro verte con ese hábito después de haberte visto hasta el alma -dijo Jorge. Ambos se rieron y se pusieron colorados. Todo era muy raro, pero lo raro también esconde algo de misterio y complicidad que da como resultado una belleza inaceptable para aquellos que se dejan regir por la razón todo el tiempo.

-¿No querés desayunar nada? Te va a hacer mal irte sin comer -le preguntó el subcomisario.

-No, te agradezco -dijo Clara acomodándose la cofia- estoy muy nerviosa por todo lo que se me viene y la verdad no tengo hambre.

-No tenés que estar nerviosa. No te tiene que importar lo que puedan llegar a decir los demás. Quienes de verdad te quieran, no te van a juzgar nunca -dijo Jorge mientras caminaban hacia la puerta.

-Sí, puede que tengas razón... Bueno, después te cuento todo -dijo al besarlo y se fue.

Y se fue a vivir el encuentro más esperado por ella durante todos estos años: el encuentro con ella misma.

Perdón si estoy tardando en escribir, es que estoy con un millón se cosas! Gracias por seguir la historia y por los comentarios, es muy especial para

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora