Capítulo 36

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Había llegado esa no tan esperada tarde, esa tarde de despedida. Clara se había cansado de haber tenido tantas despedidas anunciadas e inesperadas a lo largo de su vida, pero involuntariamente se había acostumbrado. Como pasa todo lo que nos jode en la vida: por costumbre.

El bolso de su hija estaba preparado, y el remis que iba a llevar a Julia de regreso a su ciudad, estaba llegando.

-Me encantó conocerte Clara -decía Julia mientras se ataba el pelo- ya te dejé en un papel, arriba de la mesa de la cocina, mi dirección y mi número de teléfono. Ya sabés que podés ir cuando quieras.

-Muchas gracias bonita -decía Clara mientras le acomodaba el cuello de la camisa- vos también podés ir a verme cuando quieras, te voy a estar esperando.

Sonó una bocina, era el remis. Julia abrazó a su madre y Clara le besó la frente.

-Obvio que voy a volver a verte. Pero espero no tener que ir al convento -dijo tomando el bolso y guiñándole un ojo.

Clara, que captó la indirecta, miró para abajo para disimular la sonrisa. Observó cómo su hija se iba por la puerta, pero con la hermosa satisfacción de esta vez, saber que iba a volver.

Y hablando de volver, a ella también le tocaba volver. Clara, que preparó sus cosas con suma ligereza, regresó al convento en un remis que le había mandado Concepción.

Luego de un viaje agotador, logró llegar, y las monjas le dieron una cálida bienvenida aunque algunas la miraban de un modo extraño ya que se habían enterado acerca de la existencia de su hija. Lo que fue aún peor: todas la observaron cuando vieron pasar a Jorge Correa hacia el despacho de la madre superiora. Se respiraba incomodidad, se percibía tensión en el aire.

-Clara, ¿podrías ir a buscar al aula al alumno Correa? Se retira antes -le pidió Concepción.

La monja asintió y se fue al aula a buscar a Pedro.

Una vez avisado acerca de que debía retirarse, Pedro tomó sus cosas y salió del curso. Miró a la monja, le sonrió y le pidió un minuto para hablar con ella en el pasillo.

-Clara, vos sabés que yo tendría que odiarte -decía Pedro mientras se rascaba la oreja- pero la verdad es que no puedo. Ya me enteré de absolutamente todo: de que salías con mi viejo en la adolescencia, de que tuvieron una hija a la cual conocí la semana pasada y me pareció muy copada... Y también -dijo Pedro bajando la voz- me enteré acerca de la historia que estaban teniendo en secreto.

-Ay Pedro, por favor, que vergüenza -dijo la monja llevándose la mano a la frente y mirando al piso.

-No, no, Clara -decía Pedro mientras le sacaba la mano de la frente- no sientas vergüenza, está bien. Retomando lo que te decía al principio, yo tendría que odiarte. Tendría que odiarte porque detesto a cualquier ser humano que haga llorar a mi viejo. Porque esa es la realidad, nunca lo vi tan mal como desde que se enteró lo de Julia. Pero también, hay que reconocer que existe otra realidad y es que nunca lo vi tan bien, como cuando estuvo con vos en este tiempo. Creeme Clara, nunca lo vi tan vivo -decía Pedro llenándose los ojos de verdades- así que por favor, remala. Remala por mi viejo, ustedes tienen que estar juntos.

La conversación se cortó cuando apareció Jorge.

Él y ella. Nuevamente. Unidos por una mirada que pretendía acabar con todo lo que encontrara a su paso. Cuando dos almas heridas se cruzan, el resultado suele ser poco prometedor. Se los digo yo, que soy un ser roto y entiendo de cosas poco prometedoras.

-Vamos Pedro, que llegamos tarde al médico -dijo el subcomisario sin dejar de ver a Clara.

-Jorge, esperá -dijo Clara acercándose un poco- ¿no tenés un minuto para hablar conmigo?

-Disculpe hermana, pero no puedo. En otra ocasión será -respondió y se fue con su hijo.

Perdón si tardo en actualizar a veces, es que con los exámenes y trabajos que tengo se me complica, pero aún así no quiero dejar de escribir. Ojalá a alguien le llegue un poquito la historia. Y gracias a los que la leen, en serio, es muy importante para .
Dani.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora