Capítulo 25

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Era domingo. Se levantó temprano, seleccionó una camisa acorde al clima, un pantalón que tenía en uso y unos zapatos cómodos.

Le había prometido a Pedro que le iba a dedicar el día, pero aprovechando que estaba durmiendo (como todos los adolescentes, esclavo de la almohada hasta el mediodía), puso en marcha el auto y se dirigió hasta el hotel al cual acababa de llegar Tambor. Odiaba levantarse tan temprano los domingos porque se la pasaba trabajando durante la semana en la comisaría, pero esta vez la ocasión lo ameritaba. Porque después de todo, él creía que la vida se trataba de eso: de encuentros y reencuentros.

Cuando llegó, detuvo el auto y buscó el número de Clara. La llamó y luego de tres tonos, se oyó su voz del otro lado de la línea.

-¿Hola?

-Buenos días belleza, ¿cómo le va? -dijo Jorge canchereando.

-Subcomisario, ¿qué tal? ¿Pudo encontrar el certificado que le pedí de Pedro? -decía Clara.

Jorge notó que Clara estaba acompañada, por eso debía simular una conversación normal entre la monja y el padre de un alumno de la institución.

-Me doy cuenta que no podés hablar, solo quería avisarte que estoy por conocer a Tambor -dijo Jorge.

-Me alegro entonces. ¿Vio? Yo le dije que era cuestión de buscarlo bien.

-Bueno, te dejo entonces y después te cuento todo.

-Perfecto, pase a dejar el certificado cuando pueda -decía Clara.

-Te quiero. Y mucho.

-Usted también tenga un buen domingo. ¡Dios lo bendiga! -dijo Clara y cortó.

Jorge tiró la cabeza hacia atrás, apoyándola en el cabezal del asiento y suspiró. A los diez segundos le llegó un mensaje de Clara: "Yo también te quiero."

Motivado por la demostración de afecto de su novia-monja, se bajó del auto con una sonrisa impecable y caminó decidido hacia los interiores del hotel.

Le dijo a la recepcionista que estaba esperando al huésped de la habitación 205 y tras ser avisado de que en unos minutos Tambor iba a bajar, se sentó en los sillones del lobby del hotel.

Observó el lugar. Era realmente hermoso, con una decoración rica en buen gusto. Hasta que un hombre se dirigió hacia él.

-¿Vos debes ser Jorge, no? Soy Tambor- dijo extendiéndole la mano al sentarse a su lado.

-Así es, el mismo. ¡Encantado de conocerte! -dijo Jorge simpático.

Tambor tenía puesto un jean y una remera oscura. Era delgado y casi tan alto como Jorge. Se pusieron a hablar de diversas cuestiones, hasta que llegaron al tema que los había reunido.

-Así que, Beatríz tomó los hábitos... Mira vos che qué joda -decía Tambor- es un obstáculo complicado, porque yo te digo Jorge, que yo vine dispuesto a todo.

-¿Ah sí? -decía Jorge- ¿La vas a pelear?

-Por supuesto, es todo por amor. Yo nunca dejé de amar a Beatríz.

Y estaba genial que Tambor estuviera tan decidido a todo. El amor todo lo merece, en especial que cometamos las cosas menos cuerdas.

-Está bien, nada es imposible. Mirame a mí -decía Jorge con una media sonrisa- estoy saliendo con una monja que fue mi primer amor.

-¿No te digo yo? Por algo las cosas se dan como se dan, por algo me pudiste contactar y yo pude venir.

Había un hilo no muy largo en el sofá, era de color rojo. Seguramente se le había salido al saco de alguna señora. Tambor lo miró y lo tomó.

-Yo creo en esto -dijo Tambor al mostrarle el hilo a Jorge. -Yo creo en la historia del hilo rojo. Hay personas que están unidas por un hilo rojo. Las personas se pueden separar por un tiempo indeterminado, el hilo se puede alargar, acortar o enredar. Pero nunca romper. Y un día, se encuentran.

Y tenía razón. Por más arrebatados y brutos que seamos los seres humanos, hay algo que nunca vamos a poder romper. Y ese algo, es el hilo rojo.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora