Capítulo 54

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Se comienza con un leve movimiento con los dedos de los pies. Luego, las piernas se estiran con total lentitud, pero una a la vez. Para continuar, giramos el torso para ponernos de costado y darle a nuestro cuerpo la sensación de que vamos a seguir durmiendo. Pero en realidad es todo una farsa.

Se quedó inmóvil unos minutos tratando de analizar el sueño que había tenido. Qué cosa tan maravillosa es soñar. Como si entráramos en otro mundo. Sueños: pequeña poción que mata poco a poco a eso que llaman realidad. Sanan las heridas que dejan todo lo que no pudo ser.

Lástima que siempre nos tomamos el atrevimiento de abrir los ojos, y entonces, todo se acaba.

Cuando Clara por fin abrió los ojos, se volteó en la cama para despertar a Jorge y darle los buenos días.

Pero para su sorpresa, el lugar del subcomisario se encontraba vacío. Lo único que había era un sobre.

Lo abrió. Adentro del mismo había un papel pequeño que decía: "seguí las pistas, hay algo esperando por vos."

Y así era. Yo personalmente, soy una convencida de que todos tenemos algo esperando por nosotros. Y siempre cometemos el mismo error: nosotros esperamos a que las cosas sucedan.

Clara salió de la cama, se puso un jean y una remera y al salir de la habitación se topó con un camino de flechas de papel en el piso. Lo siguió. Paso a paso, llegó hasta la puerta de entrada donde este camino de flechas concluía.

En la puerta, había un papel que indicaba que debía abrirla y salir por la misma, y caminar hasta la esquina del semáforo.

En el semáforo, había un joven haciendo malabares mientras la luz estaba en rojo. Los conductores de los autos se mostraban muy entretenidos ante el show que estaban presenciando. Clara, por su parte, intentaba discernir alguna pista pero era inútil, no lo lograba. Cuando el semáforo se puso en verde, el show del malabarista se acabó y los autos empezaron a avanzar. Así fue como el joven se acercó hasta Clara y sacó una tarjetita de su bolsillo.

-Clara, ¿verdad? -dijo el muchacho dándole la tarjeta.

-Sí, gracias -dijo Clara tomándola.

El malabarista le guiñó el ojo y se fue a continuar con su jornada laboral.

La tarjetita era de una floreria que se encontraba a tres cuadras. Las caminó prestando atención para ver si encontraba otra pista, pero no. Evidentemente lo único que debía hacer era ir hasta la floreria.

Una vez allí dentro, el dueño del negocio le preguntó si ella era Clara y esta asintió.

-Qué bueno, te estaba esperando -dijo el hombre. Clara lo miró extrañada, nunca había tenido contacto con él antes.

-¿Por qué me esperaba? -preguntó Clara.

-Porque tengo que entregarte esta margarita especialmente seleccionada para vos y decirte que hay un taxi esperandote en la puerta de mi local en este mismo instante.

Clara tomó la margarita, se despidió del hombre y salió del local, y el taxista se bajó del auto.

-Clara, ¿no? -le dijo.

Era extraño que todos la conocieran.

-Sí, soy yo -dijo ella.

-Muy bien, tengo órdenes de llevarla hasta cierto sitio pero no puedo decirle a dónde. Si me permite, tengo que ponerle esto en los ojos -dijo el taxista mostrándole una venda negra.

Clara accedió a esto y con ayuda del taxista subió al vehículo.

Durante el viaje, no se animó a insistir en saber a dónde iban. El trayecto parecía ser largo, pero finalmente llegaron. El conductor la ayudó a caminar hasta el centro de la vereda, le sacó la venda, y se fue.

Se detuvo a observar en dónde estaba. La zona la parecía familiar, hasta que se dio cuenta de que se encontraba justo frente al edificio del secundario al que había ido.

-Clarita, ¡qué bueno verte! -dijo la portera saliendo del colegio.

-¿Elsa? -dijo Clara. Estaba sorprendida. Recordaba que la portera no era una mujer grande pero era increíble que después de tantos años siguiera trabajando ahí. -¿No te jubilaste nunca? -preguntó extrañada.

-Sí, hace un montón. Pero sigo trabajando porque me gusta -dijo Elsa tras una sonrisa que le marcaban aún más las arrugas del contorno de los ojos.

Elsa la hizo pasar al colegio y le mostró cómo había cambiado. Todas las aulas estaban llenas excepto el aula número 15.

-Entrá tranquila, yo después vengo -dijo Elsa y la dejó sola.

Clara entró, y sentado en el banco del fondo del lado de la pared estaba él. Jorge, vestido con un pantalón de verano y una chomba blanca, la estaba esperando.

-Hola rubia -dijo.

-La última vez que me dijiste así creo que fue acá adentro -dijo Clara acercándose hasta él. Se sentó en el banco de adelante de Jorge, y se volteó para poder seguir hablando.

-¿Te gustó todo el recorrido que te hice hacer? -dijo Jorge riéndose.

-Un poco largo -respondió Clara- ¿por qué tantas vueltas?

-Porque nosotros siempre dimos vueltas y hoy no iba a ser la excepción -respondió Jorge.

-Es verdad -dijo Clara sonriendo- ¿y por qué me trajiste hasta acá? -preguntó dejando sobre el banco la margarita que le había dado el hombre de la floreria.

-Hace veintidós años, en estos mismos bancos, durante una hora libre mientras la Turca daba vueltas por el colegio, te diste vuelta y nos pusimos a hablar de muchas cosas. Éramos excelentes amigos. Pero te preocupaba que te hubiera besado. Lo que fue peor por ser amigos: te había gustado. Y lo que fue aún peor por ser amigos: a mí también me había gustado. Entonces me cansé y decidí apostar a todo de una vez. Y te pregunté si querías ser mi novia.

-Y yo como respuesta te besé -dijo Clara que nunca había logrado deshacerse de ese recuerdo.

-Hoy -dijo Jorge parándose- también quiero apostar a todo de una vez -y se arrodilló para sacar una cajita- Clara... ¿Te querés casar conmigo?

Y a modo de respuesta Clara lo besó, como hacía veintidós años atrás.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora