Capítulo 50

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Habían pasado dos meses desde que Clara había aceptado la convivencia con Jorge. Todo iba, como dicen las abuelas, viento en popa. La Turca iba cada tanto a tomar mates, Clara seguía trabajando en el colegio y su relación con los alumnos se afianzaba cada vez más, Jorge seguía siendo el subcomisario, Julia se había ido a pasar unos días con ellos pero se volvió rápido porque tenía que seguir con sus responsabilidades, Beatríz y Tambor mandaban selfies de los dos en Roma porque se fueron de viaje... En fin, todo estaba como tenía que estar.

Ese domingo, aprovechando que Pedro salía con Lola, los adultos armaron una canasta con el termo, el mate y una manta.

Salieron, hicieron unos pasos y Clara se detuvo.

-¿Cerraste con llave? -preguntó dubitativa.

Jorge se quedó vacilando por unos instantes, retrocedió hasta la casa para verificar si la puerta estaba cerrada y volvió a alcanzar a Clara.

-Sí, estaba cerrada con llave -dijo y le dio un beso.

Iban caminando de la mano y Jorge llevaba la canasta. Era todo perfectamente cursi.

Llegaron a la plaza y comenzaba a hacer calor, por lo que buscaron un árbol que proyectara la sombra suficiente como para poner la manta y quedarse ahí. Tras resolver este asunto que no les tomó más que unos momentos, comenzaron a hacer mate.

Un nene de unos ocho años estaba jugando a la pelota cerca de donde estaban ellos y la pateó sin querer hacia su lugar. Jorge se la devolvió con una sonrisa y lo observó por un rato, en silencio.

-Pensar que Pedro fue así de chico alguna vez -dijo para luego tomar el mate que Clara le había preparado. -No puedo creer que el mes que viene ya termine el secundario.

-Y sí, es así -decía Clara- uno se la pasa constantemente buscando cosas, tratando de lograr objetivos y lo único que consigue es que pase el tiempo y que este se lleve cosas importantes. Como la infancia de un hijo.

-Totalmente de acuerdo -decía Jorge y le devolvió el mate- encima el otro día me dijo algo que me mató.

-¿Qué cosa? -dijo Clara cebando otro mate.

-Me dijo que quiere ser piloto -contestó Jorge. -Y para eso lo tengo que dejar que se vaya a vivir a Córdoba, para que estudie ahí en la escuela de aviación.

-Entiendo -decía Clara- no te preocupes. A todos nos cuesta soltar. Pero una vez que lo hacés, te das cuenta que no era tan trágico como pensabas.

-Es que siento que me va a costar demasiado, de hecho ya me está costando -decía Jorge.

-Bueno, pero yo sé que vas a lograr hacerlo. Y si no podés, yo estoy acá para abrirte los dedos despacio y ayudarte a soltar -dijo Clara mirándolo a los ojos.

-Gracias -dijo Jorge.

-¿Por ayudarte a soltar?

-Por ayudarme a crecer.

Se miraron y se acariciaron el alma con una sonrisa.

-Pero mira que una vez que se suelta no hay vuelta atrás eh -decía Clara- lo vas a tener que dejar volar a Pedro. En el sentido más literal de todos.

Jorge se rió y prometió hacer el intento.

Dejaron de tomar mate y Jorge se recostó apoyando su cabeza en las piernas de Clara. Con una mano, Clara le acariciaba el pelo y la otra estaba siendo sostenida por Jorge.

-Nunca me sueltes la mano, ¿está bien? -le pidió Jorge.

-Nunca podría hacerlo. Soltarte la mano a vos, sería soltarme la mano a mi misma -respondió Clara.

La tarde pasó y el sol comenzaba a bajar. Decidieron que era un buen momento para regresar. Comenzaron a guardar las cosas prolijamente en la canasta y se pararon.

-¿Sabés que cuando al sol de la tarde se le escapa algún rayo que rebota en tus ojos se te ponen de un tono más claro aún? -dijo Jorge.

-Me lo dijo la Turca toda la vida y siempre le contesté que dejara de decir estupideces. Pero si me lo decís vos puede que crea que sea verdad.

Comenzaron a caminar. Iban por la mitad de la plaza cuando se escuchó un disparo.

Jorge comenzó a caer lentamente mientras gotas de sangre caían por la zona derecha de su abdomen. Y Clara caía junto a él.

Entre gritos desesperados y un "no me dejes, amor", las personas que estaban ahí llamaron a una ambulancia. Clara estaba arrodillada, gritando a voz cruda. Entre respiraciones agitadas y llantos incontrolables, habían dos manos juntas.

No, no le soltaría la mano. Se lo había prometido.

El hábito de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora