Bebida casera

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Una fría madrugada de Buenos Aires, me encontraba cerrando con llave el Bar. Todos los borrachos se habían ido a sus casas o estaban tirados en el cordón de la vereda. Fuese como fuese, según Luigi, ya no era nuestro problema. Di la vuelta, listo para regresar a mi departamento, cuando me encontré con Simón, quien llegaba del brazo con dos jóvenes mujeres.

—¿Qué haces?—dijo, acercándose a mí y señalando la puerta—No podes cerrar a las tres de la mañana.

—Es lunes—dije—¿No tenes que trabajar en...cinco horas?

—Sí, "trabajar". Ahora tengo un trabajo.

—¿Qué trabajo?

—Emborrachar a estas dos mujeres para luego ir a mi departamento a hacer horas extras. Posta.

—Encantador. Como sea, acabo de cerrar y Luigi puso la alarma. Así que a menos que quieras despertar a todo el barrio y que venga la policía, te aconsejo buscar otro lugar.

—No puedo. Este Bar queda lo suficientemente cerca de mi departamento para que las minas no vomiten en el taxi y lo suficientemente lejos para que no me encuentren en la mañana.

—Lo siento, pero yo no soy el dueño.

—Que porquería. Deberíamos tener un bar.

—Deberíamos tener un bar.

Su tío y yo nos miramos sonriendo y abriendo la boca, mientras agitábamos las manos. En ese momento, creíamos tener la mejor idea de la historia.

—¡Tengamos un bar!—gritamos los dos.

—Un bar abierto hasta cualquier hora, donde los precios sean justos y no te mate la inflación.

—Y donde podamos levantar chicas borrachas y acostarnos con ellas.

—Hey—dijo una de sus acompañantes

—Lo siento—dijo el rubio—Hasta aquí llego su viaje. Vamos, Juan. Tenemos un bar que abrir.

Al día siguiente...mejor dicho, ese mismo día pero en la tarde, Genie entro al departamento, pero se lo encontró un poco diferente. Frente al pasillo que daba a las habitaciones, había un cordón de terciopelo rojo y un cartel que decía VIP en letras doradas. El sofá se encontraba frente a las ventanas, cubiertas con calcomanías de marcas de cervezas. La cocina había sido transformada en una barra y, sobre el dintel, estaba el cartel de nuestro bar: Cito.

La rubia dejo su bolso en la entrada y avanzó lentamente, mirando a su alrededor. Sin embargo, se sobresaltó cuando encontró un hombre vestido con un traje impecable negro y freno su marcha.

—Lo siento—dijo el hombre—Aun no hemos abierto. Pero puedo ponerla en lista de espera.

—¡Juan!

—Disculpe, pero si va a empezar a gritar le pido que se retire por favor.

—No me empujes. Soy uruguaya y te puedo morder muy fuerte. ¡Juan!

—No pasa nada—dije, saliendo del sector VIP con el rubio—Ella es Genie, también vive aquí. Tiene bebidas gratis. Pero que no se pase con el vodka.

—Juan explícame lentamente que hiciste. Y medí tus palabras, porque vengo de la cancha y mis impulsos barra bravas pueden terminar en varias muertes.

—Primero, te presento a Juan Pablo. Él es nuestro....

—Patovica—dijo el rubio—Aunque le gusta el término seguridad.

How I met your motherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora