Barras

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Se preguntaran porque fuimos detenidos un fin de semana de 2013. No fue uno de mis primeros antecedentes penales—tranquilos, ninguno de gravedad, solo contravenciones—pero si uno que recuerdo particularmente, junto con el incidente del Obelisco. Pero dejare esa historia para más adelante.

Verán, era un viernes por la noche y todos estábamos en el bar como siempre. José y yo habíamos tenido que cumplir algunos turnos y horas extras por llegar tarde y por eso seguíamos con las camisas blancas, pantalones y corbata negra, zapatos claros y las ojeras de un día de trabajo bien aprovechado. Creo que alteramos algunos balances y el FMI le subió las tasas al país a mitad de 2014, pero ¿quién puede culparnos? Hay prestamistas en todos lados, señores.

Estábamos integrando a Genie y tratábamos de que no huya ante las historias de Simón. Ustedes no las conocen, pero siempre las saca en navidad o año nuevo. Y bueno, son perturbadoras para los adultos, podrán imaginarse en oídos de unos niños.

—Entonces—dijo Simón—aprendimos que el lubricante también tenía propiedades antiage en la piel. Gracioso, ¿no?

—Y es por eso que no debes mencionar un problema de lubricación en tu auto, Genie—dije.

La rubia no pudo hacer otra cosa que sonreír y tomar otro sorbo de cerveza.

—Decime, Fio, ¿cuándo vamos a conocer a tu novio, el doctor?

—Recién estamos empezando la relación, ¿viste? No queremos apurar ni forzar nada.

—Ósea que te damos vergüenza—dijo José.

—Básicamente.

Todos lanzamos un bufido de desaprobación y alzamos nuestras manos. Sabíamos que dejábamos mucho que desear, pero ¿dar vergüenza? Eso era demasiado.

—No lo tomen a mal. Solo quiero tener la confianza suficiente como para que no crea que soy amiga de un montón de chiflados. Ya saben el dicho, quien se junta con locos...

—¿Amanece más temprano?—dijo Genie.

Fiorella sacudió la cabeza.

—Nosotros no somos chiflados—dije—Decime una locura que tengamos.

Lamentablemente para mi explicación, una mujer con un vestido corto y rojo paso a nuestro lado, justo donde estaba su tío Simón. Nunca traten de demostrar algo con su tío cerca, suele ser contraproducente.

—Quien pudiera ser baldosa...para mirar esas cosas.

—Hey—dijo un vozarrón al otro lado, retumbando por todo el bar y, por consiguiente, en nuestros oídos. Era Luigi, el bartender. Estaba por detrás de la barra y apuntaba con una lapicera bic azul en su mano hacia nuestra posición.  Cuando captó la atención de Simón, le señalo la pared del mismo modo, usando la lapicera a como señalador. Mostraba el pizarrón cinco amarillas.

Ah, me olvide de decirles. Éramos tan asiduos al bar que nos conocían a la perfección. Especialmente las cosas malas. Deben saber perfectamente que en el futbol existe la regla de las cinco amonestaciones, que suponen una fecha de suspensión en la acumulación. Bueno, cada vez que Simón hacia alguna de las suyas o una mujer se quejaba por su comportamiento, sumaba una amarilla. Ese último piropo, significo la quinta de la semana.

—Conoces las reglas—dijo Luigi—Nos vemos mañana.

Chicos, juro por su madre que realmente presenciamos una ovación espontanea. Creí oír gritos de mujeres aliviadas, aplausos, silbidos y vitoreo sostenido. Quizás fue el alcohol, pero las puertas de madera de roble oscuro que daban a la calle se abrieron de par en par, junto con un coro de ángeles e invitaron a su tío a irse por las buenas. Ya conocía perfectamente las malas.

How I met your motherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora