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Domingo. 9AM.

José, Simón, Federico D'Elia y yo estábamos tomando mate en las escalinatas de la posada.

—Bueno, es oficial—dijo José—Voy a ser el gerente Hernández.

—No pareces muy contento—dije.

—Me siento un poco culpable por esto. Ósea, se cuánto Eva quería volver a su trabajo.

—No hagas eso, maestro—dijo Simón—Error común. Vos ganaste, tenes que disfrutarlo. Toma la sangre de tu enemigo vencido y seguí adelante.

—Vas a ser un gran marido—dijo Federico.

—Para, para. Él tiene algo de razón—dije—Ósea, vos lo dijiste, ella decidió. Eva dejó su trabajo para que vos pudieras ser gerente.

—Sí, pero algo parece mal. Tuvimos esa gran pelea y ella salió corriendo y, cuando volvió, ella cambió de idea completamente.

—¿A qué hora fue eso?

—Un poco después de las 3 de la mañana, Federico D'Elia, ¿Por qué?

—Bueno, anoche estaba afuera, después de mi caminata nocturna...

—Naturalmente. Seguí.

—Y terminé en un autoservicio. Y vi a Eva salir y meterse enseguida en un taxi.

—¿Qué hacía Eva en un autoservicio a las tres de la mañana?—dije.

—Chicos, no me gusta decir esto, pero...¿les parece posible que pueda comerme cinco medialunas en menos de un minuto?—dijo el rubio.

—¿Qué fue a hacer ahí?—dijo José—¿Y por qué no me dijo?

—A lo mejor tenía hambre o algo—dije.

—Tuvo una gran pelea conmigo, huyó, fue a un autoservicio y regresó, diciendo que quería irse a Mendoza. ¿Qué fue a hacer?

—¿Contrató a un escort masculino y tuvo sexo en el estacionamiento?—dijo Simón.

—Dios...—dije.

—¿Saben? No me importa. Hoy es el casamiento de Simón. Dejémoslo pasar.

Un minuto después.

—José, ¿queres ir a ese autoservicio en este momento y averiguar que fue a hacer Eva, volver y tener este casamiento?—dijo el rubio.

—Sí.

Todos nos levantamos y fuimos a recepción, directamente a buscar un taxi. En menos de diez minutos, el auto volaba por la ruta, rumbo a ese autoservicio, donde paramos unos minutos después.

En fila salimos del auto y entramos casi corriendo al autoservicio, sorprendiendo al que atendía el lugar.

—Hola, maestro—dijo José—¿De casualidad viste a una mujer de un metro setenta, morocha y de ojos azules vino a la madrugada?

—Te faltó decir que tenía un culo hermoso.

José apretó los labios y después le pegó una piña al dueño, tirándolo del otro lado. Los demás empleados salieron a su defensa y todos nosotros tuvimos que defendernos. En poco menos de un minuto, volaban piñas, patadas, bolsas con papas y botellas de gaseosa por todo el lugar.

Cuando escuchamos las sirenas de la policía, dejamos de pelear y escapamos por la puerta principal, escondiéndonos detrás de unos tanques de aceite abandonados.

Después de tantos golpes, me tiré en el piso. Entonces, recordé algo. Recordé a la tía Eva, diciendo que podía guardar un secreto. Que podía guardarlo bien, porque no era interés de nadie.

How I met your motherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora