Capítulo ocho. Jugadas del destino.

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La música taponaba mis oídos, las paredes vibraban y podía sentir como el alcohol empezaba a hacer estragos en mí. Todos los objetos de mi habitación estaban borrosos, y eso era debido o a mi falta de sueño o a mis chupitos de más. Bueno, por chupitos podemos leer entre líneas dos botellas de vozka. No me cogía tal borrachera desde que tenía diecisiete años e iba con mis amigos a un aparcamiento frente a un bar donde trabajaba una guapa camarera de la que estaba colado.

Es sorprendente como mi cuerpo aún aguanta tanta cantidad de alcohol y como antes. No hay cambios algunos, aunque quizás mañana mi cuerpo no diga lo mismo.

—Tienes que dejar de beber ya. —Una mano arrebató la botella y la apartó de mi vista, bajando también el volumen de mi música.

—¡Oye...! —Mis quejas quedaron suspendidas en el aire cuando vi frente a mí a Anastasia, la chica de las pizzas.

Entrecerré mi ceño confuso y la miré con incredulidad. ¿Tan pedo iba que no sabía ni si quiera dónde estaba? Hasta donde me llega la mente, creo recordar que estaba en casa de Álex mientras que volcaba mis penas de la pérdida de Ana en alcohol.

—Ya sé que te sorprende ver mi cara de ángel otra vez. —Dijo ella ayudándome a levantar del suelo.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté.

—Tus amigos me llamaron. —Contestó. —Y lo veo normal, ¿desde cuándo no te duchas? Parece que hace siglos de eso. —Dijo mirándome de arriba abajo.

—No intentes animarme, no tengo ganas de escuchar a nadie, así qué si eres tan amable puedes salir de esta habitación, cerrar la puerta e irte. Y diles a Álex y Marcos que estoy bien. —Le dije cortante.

Lo que menos me apetecía ahora era una charla y creo que tenía mis buenas razones para ello. Era extraño que Álex, siendo el marido de Ana, no estuviese ni la mitad de preocupado que yo. O actuaba muy bien o es que no le sorprendía esto ni lo más mínimo, aunque he de descartar esa idea porque cuando se la llevaron se veía abatido, cansado, triste y desesperado... No sé por qué si quiera se ha molestado en llamar a Anastasia para que me anime, no puede pretender que yo esté tan campante cuando una de las personas más importantes de mi vida ha desaparecido.

—No quiero animarte, quiero que te duches. —Dijo tirando de mí hacía el baño.

—Ni si quiera es mi casa. —Contesté separándome bruscamente de ella. Quizás mi comportamiento no era el más adecuado, educado y apropiado, pero realmente no estaba preparado para aguantar acciones de lástima por parte de los demás.

—Álex me ha dicho que te puedes duchar si consigo meterte en la ducha.

—Pues eso no va a pasar Anastasia. Ya me ducharé cuando llegue a casa. —Dije mientras volvía de nuevo a la habitación.

—Dudo que consigas llegar a casa si sigues bebiendo de esa manera. Irás tan pedo que no serás capaz ni de ver. —Me miraba de forma analítica.

—¿Pero a ti que más te da? —Dije borde. —No eres tú la que vas a acabar con el hígado destrozado. Vete y déjame, no necesito la compasión de nadie.

Ella se quedó mirándome con sus ojos achinados, las manos en las caderas y desafiante. Como si estuviera replanteándose algunas ideas que se le había pasado por la cabeza y no supiera cual de todas debía tomar. Mordió su labio inferior y lo que menos me esperaba era la respuesta que me dio.

—No quiero. —Cruzó sus brazos. —No te voy a dejar aquí, ni te voy a dejar beber, ni te voy a dejar solo llorando. Quiero que te duches y que bajes, Álex y Marcos están preocupados.

Creo que me he enamorado... (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora