Capítulo treinta y uno. La feria.

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¿Cuántas veces hemos dado la vuelta a la feria entera? ¿Seis? ¿Siete veces quizás? Estaba tan mareada y cansada que había perdido la cuenta. Marcos me había hecho montarte en todas las atracciones—sí, literalmente todas—y ahora mismo lo odiaba más que a cualquier ser humano en la tierra. ¡Y no se cansaba! ¿Qué se supone que debíamos ver más? ¡Si lo habíamos visto todo! Incluso daba las gracias a las monedas que el castaño había robado en la fuente el otro día en el centro comercial porque ambos ya habían gastado prácticamente todo su dinero y él aprovechó para gastar algunas de esas monedas.

Sorprendiéndome y contra todo pronóstico, él no se había metido en ningún lío. Bueno, puede que influya que haya estado con él en todo momento y cualquier idea diabólica y enrevesada que se le pasase por su mente se la quitase de un plumazo. ¿Cómo puede llegar a pensar cosas tan sumamente retorcidas? Este chico era demasiado problemático. Y demasiado enérgico también. ¡¿Dónde diantres se dirigían ahora?!

—¿Pero dónde me llevas ahora? —suspiré resignada. Toda la noche se había pasado agarrándola de la mano de un sitio a otro. Que si ahora vamos a la noria, que si ahora a la casa del terror, ¡incluso la había hecho montar en colchonetas! Estaba demasiado exhausta para seguir.

—Tengo ganas de un perrito caliente. Vamos, vamos. —animó canturreando. Creo que empiezo a adivinar por qué necesita el alcohol en su vida... ¡Para apaciguar su hiperactividad! Además de que quería engordarla, ¡ya se había comido como unos cinco perritos! Comienzo a dudar si queda aún algún puesto de perritos calientes que no hayan probado.

—Marcos, estoy cansada y no creo que nos quede algún sitio por descubrir. —intenté dejar que me arrastrase a la fuerza y me agarré a un banco sabiendo que estaba bajo mínimos y que era imposible utilizar mi energía contra él ahora. Bueno, no quedaba energía.

—Suéltate del banco que aún tenemos que ver muchas cosas. —achicó sus ojos hacia ella.

—¿Eres hiperactivo? —interrogué manteniendo mi firme postura pegada al banco. Él rodó los ojos.

—No Anastasia, no soy hiperactivo, solo quiero disfrutar. —¡una cosa es disfrutar y otra muy distinta es querer que le diese un infarto al corazón por excesivo esfuerzo físico!

—Ya hemos visto toda la feria, no nos queda nada más por descubrir. —¿por qué demonios no se rendía, me dejaba sentarme en el banco y él se sentaba también? O mira, que se fuese y así descansaba un poco de su energía e hiperactividad.

—Cuando fui al baño un chico me dijo que hay un callejón detrás de la iglesia el cual no hemos visto. —bufé molesta. ¡Lo que me faltaba! —Vamos, que quiero ver que hay. —añadió tirando más de su agarre mientras que negaba furtivamente.

—¡No pienso ir a ver nada más! —exclamé juntando todas las fuerzas que me quedaban y liberándome de su agarre. —Ves tú que eres un hiperactivo. —me dejé caer sobre el banco y estaba en el cielo. Seguro que sí. Por fin mis pies podían descansar.

—Eres una quejica. —masculló sentándose a su lado. Cogí mi bolso y le pegué en el pecho. —¡Auch! ¡¿Pero qué haces?!

—Debilucho. —susurré. Todos los chicos estaban demasiado blandengues porque se quejaban por un simple golpecito de nada. Al final va a ser cierto y todas las mujeres acabaremos gobernando el mundo y los hombres se extinguirán.

O alomejor es culpa mía que me junto con los hombres más enclenques.

—Te dejo descansar un rato y vamos al callejón ese. —confirmó el moreno con una mirada de emoción. Fruncí mi ceño, ¿acaso no captaba la idea de que no quería seguir andando y viendo más cosas? ¡Ni si quiera quería venir a la estúpida feria!

Creo que me he enamorado... (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora