Secrets.

Capítulo 62

*NARRA SARA*

-Sara…despierta, hermosa.

-¿Qué hora es?

-Diez para las nueve.

-Estás loco. ¿Sabes a qué hora nos dormimos anoche?

-Dos de la mañana, lo sé. Pero recuerda que mi familia nos espera.

Suspiré.

-Es verdad…

-Si no quieres…

-¿Por qué me alientas a no ir?

Tuvo una risa nerviosa.

-No sé…

-Ya-dije poco convencida-. ¿Me preparas el desayuno mientras me baño?

-Bueno, pero te recomiendo envolverte en la sábana si no quieres que alguien te vea…

-¿Qué?

-Tenemos compañía…

Me envolví en la sábana y lo miré asustada.

-¿Quién? ¿Es tu hermana o…?

-No.

-¿Tu mamá?

-No.

-¿Tu primo?

-Lo traeré para que lo conozcas.

-Estás de broma-dije pero Harry había salido de la habitación. 

-¿Lista?

Entró de espalda, con los brazos en su pecho y al darse vuelta, lo vi.

-Este es tu perro-dijo extendiéndome a un bulldog francés cachorro.

-¡Que hermoso!-dije mientras me llevaba la mano a la boca.

-Felices cinco meses juntos, amor-puso al perro en la cama y se inclinó para besarme-. Está entrenado. ¿Cómo quieres ponerle? 

-Horacio.

-¿Horacio?-dijo sofocando la risa.

-Sí. Me recuerda a mi hermano.

-¿Se llamaba Horacio?

-No. Siempre quiso un perro llamado Horacio. 

-Ya. Después le haremos la placa.

No puse mucha atención a lo que me decía que debía apurarme; estaba viendo y acariciando a Horacio. 

-Sara, por el amor de Dios. Eres más dispersa que los niños, sabía que debía darte al perro después de regresar de...—

Me tiré sobre él, para besarlo y que cerrara el pico.

-Gracias-dije mientras lo miraba.

Sus ojos verdes me consumían. Me hacían sentir especial y como si nada más en el mundo importara.

Pero algo me importaba, algo, un presentimiento de que algo no iba bien con Anna. Lo podía sentir. Estábamos tan unidas. Éramos como una sola persona y desde pequeñas, lo que le pasaba a una, afectaba a la otra. Sabíamos cuando algo estaba mal con sólo escuchar la voz e insistir dos veces hasta que la otra se estallaba a llorar. 

-Iré a prepararme. ¿Me haces el desayuno?

-Con gusto-dejó un beso en mis labios y se apartó.

Me giré hacia el perro y lo bajé de la cama.

-Muy bien, Horacio, no puedes estar en la cama, ¿bien?

El perro parecía entender. O al menos su cara me daba la impresión de que comprendía lo que le decía.