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A veces me pregunto como debería ser el inicio de la narración de una historia sin caer en lo cliché. Seguramente ni siquiera el mismo Shakespeare sabía cómo comenzar un libro pero aquí va mi mejor intento. Me llamo Karlotha Novak, tengo 23 años o al menos eso es lo que dice mi acta de nacimiento. Soy oriunda de un pequeño pueblo al norte de Hungría llamado Nógrád.

No me gustaría hondear mucho en mi vida privada en primera instancia, aunque seguramente cuando terminen de leerme quizás queden con los pelos de punta. Siempre en mis pensamientos estuvo la idea de tener una vida ordinaria con sus altos y bajos, muy lejos de ser perfecta según la sociedad. Lo que si nunca imaginé es todo lo que cambiaría en cuestión de meses incluso días.

Ya para entrar en el relato, yo asistía a la Universidad de Debercen. Donde con mucho esfuerzo cursaba una carrera que amaba con locura, Ingeniera bioquímica. Al yo descubrir a temprana edad todas las cosas maravillosas que el ser humano podía crear basándose en química, me incliné hacia ese mundo sin saber que podría convertirse en mi peor pesadilla.

Para mi, la ciencia era la única salida para el mayor problema que podía estar atravesando en el momento, un cáncer terminal de matriz estaba acabando con la vida de la única que persona a quien más he amado, mi madre Irma. Ella sólo contaba conmigo, aunque tenía dos hermanos ellos nunca estuvieron para nosotras. Así que la carga estaba completamente sobre mis hombros.

Pónganse en mis zapatos e imaginen lo muy real que puede sentirse todo lo que les diré a continuación.

--A levantarse, se te hace tarde--. Chilló mi madre a todo pulmón irrumpiendo en la habitación.

--Tengo sueño--.

--Nena sé que estás cansada pero son las seis de la mañana--.

--No, no no es tardísimo--. Respondí sacudiendo las sabanas a un lado alocadamente.

No sólo estudiaba, sino también trabajaba. Habían días donde quería tirar todo por la borda, creo que es el sentimiento más humano que puede haber. Pero el sacrificio valía la pena, haría lo que fuese por mi mamá. Tenía sólo treinta minutos para llegar a tiempo a mi turno en la farmacia, allí era auxiliar de despacho del farmacéutico.

Una ducha rápida, unos jeans y botines negros, franela blanca y listo. Mi vestimenta siempre se basaba en función del poco tiempo que disponía. Delineador, máscara, brillo labial y el cabello suelto, todo en cuestión de quince minutos. Pude ser catalogada como la mujer más rápida para bañarse, vestirse y maquillarse del mundo.

Bajé y fui directamente a la mesa donde estaba mi desayuno ya empacado. Mi madre sabía perfectamente que tenía los minutos contados. 

--Mamá eres un encanto, gracias por mi comida--. Dije tomando mi bolso para salir pero al verla pude notar unas lágrimas en sus ojos.

--¿Qué ocurre?--. Pregunté algo preocupada.

--Nada mi amor, solo te veo estudiar, trabajar sin parar y a veces me pregunto si seré merecedora de tanto esfuerzo--.

--No lo dudes ni por un segundo, mereces todo en esta vida--. Contesté secando las lágrimas de su rostro.

--Bueno Katha ya debes irte--. Ese era mi diminutivo.

--Lo sé, nos vemos a la noche. No cocines, yo traeré algo rico para cenar--. Vociferé desde la entrada.

Salí de casa, monté mi bicicleta y pedalee lo más rápido que mis piernas podían, eran unas cuantas cuadras hasta llegar a la farmacia. Me estacioné y entré casi sin aliento, miré el reloj y justamente marcaba las siete en punto de la mañana. Tomé un respiro para bajar los latidos descontrolados de mi corazón.

--¡Vaya! Sí que cumpliste con tu palabra--. Dijo Farid, mi jefe.

--¡Farid!--. 

--Toma aire niña que pareciera que te vas a desmayar, llegaste justo a la hora y es lo que cuenta--. Dijo yéndose a la oficina.

Recuperé la serenidad, me coloqué mi bata blanca de científico loco, como le decía yo y seguí a Farid hasta detrás del mostrador. Mi día a día en la farmacia no era de muchas aventuras, ¿qué tantas cosas graciosas o de relevancia podrían ocurrir? No muchas en realidad, todo era muy tranquilo. Faltaban cinco minutos antes de que se acabara mi turno cuando mi jefe pido hablar conmigo en privado.

--¿Querías verme?--. Inquirí algo nerviosa entrando en la oficina.

--Ten--. Dijo entregándome un cheque con una cifra insignificante la cual no entendía.

--Oye ¿qué es esto?--.

--Tu boleto de ida a casa sin retorno--.

--Despedida ¿es en serio?--. Reaccioné decepcionada.

--No es personal, solo que me están exigiendo a una chica con más experiencia en el área, eres buena pero te falta mucho por recorrer--.

--Espero la encuentren, gracias Farid--. Respondí resignada con ciertas lágrimas en los ojos.

Aún permanecía en estado de shock por lo que había ocurrido, desempleada lo primero en lo que pensé era en como mantendría a mi madre. Me sumergí tanto en mis pensamientos que sin darme cuenta llegué caminando a la universidad, mi cerebro tenía registrada tan bien mi rutina que no hacía falta que le ordenara a mis pies a donde dirigirse y sí, caminé aún teniendo la bicicleta a mi lado.

--Eres de pocas risas pero te conozco y esa cara dice que algo malo ha ocurrido--. Dijo Alejo el mejor amigo que la universidad me había brindado, viéndome llegar al salón. 

Hice una media mueca pero que va, era imposible ocultar mi tristeza.

--¿Qué ha ocurrido?--.

--Ha sido un día terrible, no sé como describir cómo me siento--. Dije entre sollozos, no quería tocar el tema.

Abracé fuerte a mi amigo, apoyé mi cabeza sobre su hombro respirando profundamente para evitar llorar. No le puse atención en absoluto a la clase, sólo tracé lineas sobre mi cuaderno en varios intentos de dibujar un mandala. 

--Tengo una idea para subir esos ánimos--. Chilló Alejo sacándome de mis pensamientos.

Me quedé viéndolo fijamente porque sabía que sus inventos siempre terminaban en alcohol y sexo, lo cual no era de mi total agrado. Pero al final accedí asistir a una pequeña reunión en su casa, despejar un poco la mente no iba a hacerme daño.

Inmortalidad Maldita IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora