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Pasaron las horas y cuando me percaté del tiempo casi me iba infartando.

--¡Es tardísimo!--. Dije viendo mi celular que marcaba las once de la noche.

--¿Tarde? Pero cariño si apenas empezamos--. Contestó Alejo ofreciéndome otro shot.

--Lo sé, es que se supone que llevaría la cena y mírame--. Gruñí tomando el último sorbo de vodka.

--Siempre tu tan correcta pero te entiendo, nos vemos mañana en clases. Dijo Alejo acompañándome hasta la entrada.

--Gracias por esto nene, adiós--. Me despedí con un beso en la mejilla.

La vida nocturna en Nógrád era prácticamente nula, con pocos bares y clubes. Pedalear por unas cuentas calles y percatarme que no había donde encontrar comida hecha, hizo que me resignara a llegar a casa con las manos vacías.

--¿Mamá?--. Llamé a la puerta pero al ella no contestar decidí abrir.

Se encontraba dormida profundamente, se le notaba en el rostro una expresión de tranquilidad total, pese a eso me sentí mal porque sabía que ella me había esperado tanto que se cansó y a la cama se fue.

--Lo lamento madre--. Dije cerrando la puerta sigilosamente. 

Me fui a mi habitación a cambiarme, solo de pensar que al día siguiente no tendría trabajo a donde ir hizo que las lágrimas volviesen a mi. Tomé mi celular, pensé en escribirle a mis hermanos pero la última vez tuvimos una discusión tan fuerte que casi nos matamos, así que lo hice a un lado y me quedé viendo por la ventana hacia el enorme patio que teníamos cercano al bosque. 

Al rato de estar allí pude distinguir que había un hombre alto observándome, mi corazón se aceleró como en las películas, pues el miedo que generó en mi llegó al punto de hacerme temblar. Apagué la luz y volví a asomarme a ver si se encontraba pero ya no estaba, suspiré aliviada y justo cuando me voltee lo vi de frente a mi. Iba a pegar el grito de mi vida pero él con una rapidez increíble me tapó la nariz con un pañuelo que estaba lleno de un fuerte líquido. Me desesperé muchísimo pero poco a poco todo se fue nublando hasta caer inconsciente.

No podría calcular cuanto tiempo transcurrió, mi conciencia despertaba a paso lento. Percibía una pesadez terrible, un dolor de cabeza fuerte como el de las resacas. Un escalofrió recorrió mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies, definitivamente una sensación desagradable. Pese a que siempre me consideré una persona temeraria, el miedo se hizo presente rápidamente. Abrí mis ojos e hice una toma panorámica del lugar, me encontraba en una habitación desconocida, oscura y húmeda que apenas poseía una luz tenue.

Aún desorientada hice un esfuerzo por levantarme de la cama pero sentí unas ataduras en mis muñecas y tobillos. El pánico hizo acto de presencia, el frió se sentía más intenso y como no, si estaba desnuda. El instinto de supervivencia me llevó a pedir ayuda desesperadamente pero al parecer nadie me escuchaba, mis intentos de zafarme aumentaron cuando vi una silueta varonil en la puerta. 

No sabía si mediar palabras o simplemente observar lo que ocurría. Podría decir que estaba paralizada, no escuchaba ruido alguno mas que mi propia respiración. En cuanto al hombre él se dispuso a rodar una especie de mesa con diferentes objetos que parecían ser de metal, por el sonido que al chocar de estas emitían.

--¿Quién eres?. ¿Por qué me tienes así?--. 

Pregunté entre sollozos, no recibí respuesta alguna por lo que insistí pero él simplemente me ignoraba. Ubicó la mesa paralela a mi, a la altura de la cabeza. Afiné mi vista y pude observar diversos objetos como tijeras, cuchillos y navajas de diferentes tamaños. Recuerdo haber tragado grueso porque algo me decía que de allí habían pocas posibilidades de salir con vida.

--Tan perfecta como siempre--. Susurró aquel hombre.

Su voz se me hacía algo familiar pero cómo centrar tu mente en ello cuando la muerte te respira en la nuca. Él tenía una máscara puesta, lo cual dificultaba reconocerlo. No sé como llamar esa emoción que embarga miedo, ansiedad y desespero, el preludio a una auténtica pesadilla pudiera sugerir yo.

--No sabes cuanto tiempo esperé por este día--. Dijo de una forma muy malévola.

Se posó frente a mi, retiró su máscara lentamente y al dejar descubierto su rostro quedé perpleja.

--Dominic--. Susurré aterrada, podía recordar perfectamente de quien se trataba.

Contexto rápido, un ex novio obsesionado que juró venganza por haberlo dejado, loco ¿no?. Eso fue hace años, porque desde que a mi madre le diagnosticaron el cáncer pues no me dedique a otra cosa que no fuese su cuidado. Aunque tuviese que renunciar a mi propia vida.

 --¿A qué haz vuelto?--. Pregunté tratando de mantener serenidad en mi tono de voz.

--Tomé posesión de tu cuerpo una vez, tu primera vez para ser más específico por lo que eso es un lazo que nunca se rompe--. Respondió mientras pasaba sus fríos dedos sobre mis muslos.

Imaginen que todas las personas en el mundo pensáramos que nuestra primera pareja sexual nos pertenece, es estúpido de tan solo fantasearlo. Pero Dominic era todo lo contrario al común dominante. Lo conocí en el pasado pero ¿era el mismo? o ¿era un ser oscuro lleno de maldad pura? sabía que pronto estaba por averiguarlo. 

De la imagen de un chico delgado y tímido a la que estaba presenciando, el cambio era radical y evidente. No respondía a ninguna de las preguntas que le hacía, solo seguía acomodando muchos objetos, es como si hubiese planeado por quien sabe cuanto tiempo cada movimiento.

Una risa macabra retumbaba en la habitación mientras Dominic cargaba una batería de automóvil junto con unos electrodos, comencé a llorar pidiendo que me no me lastimara. Él solo se volteó a verme, se acercó y susurró en mí oído derecho.

--Respira profundo, porque éstas serán las últimas bocanadas de aire que tomarás--.

Se me heló la sangre de tan solo escuchar aquello, su venganza iba en serio y al parecer nada iba a poder salvarme de ello. 

Inmortalidad Maldita IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora