"Eres lo poco que me queda Stiles."
Beacon Hills. Estado de California. Estados Unidos.
Septiembre 23, 2019
Stiles se despertó aquel septiembre con pesadez y el cuerpo adolorido. Envió un brazo al otro lado de su cama para ver si Damon estaba allí, al no encontrarlo se alarmó un poco y se levantó con rapidez consiguiendo un mareo que lo volvió a dejar sentado en la cama.
Se acomodó la pijama y se dispuso a abrir la puerta pero un ruido proveniente de la cocina le hizo detenerse un momento para luego salir despavorido a ver qué estaba pasando, sabía de memoria que su padre no tenía por qué estar en casa a esa hora. Así que, rogaba por todos los cielos que sucediera lo que él había estado esperando.
Se puso detrás de la puerta cerrando los ojos y tapándose los oídos, avanzó lentamente esperando toparse con algo alto y fornido pero sólo sintió como un dedo le tocaba las rodillas. Las lágrimas que tenía contenidas salieron en forma de cascada, lentamente fue abriendo los ojos y en ese momento, estaba siendo recibido por un beso.
—¿Nunca te gustaron los niños? —Damon lo cargó con fuerza para dejarlo encima de la mesa y lo volvió a besar—. Porque pude haber sido un hijo increíble.
—Te odio tanto... —Stiles lo abrazó y lo atrajo con fuerza, llorando a mares por aquel susto que había pasado. Es decir, siempre quiso un hijo, pero jamás tenerlo de aquella manera.
—Descuida Stiles, no pasa nada. ¿Adivina qué?
—¿Qué cosa? —Damon sacudió las manos, sin embargo las garras no salían. Stiles lo notó y observó como el rostro de su novio se iluminaba en una sonrisa.
—Soy completamente humano otra vez.
Stiles se quedó mirándolo por un rato, viendo cómo el mayor tomaba un huevo de la cocina y lo apretaba para tratar de romperlo, lo cual no consiguió. También cuando trató de rugir pero sólo había salido un chillido muy desafinado. Damon siguió con aquella sonrisa estúpida en la cara y el menor juró, que en todo el tiempo que se conocían, jamás había visto a aquel pelinegro tan felíz.
Pensó en todo lo que tuvo que sufrir, dejarse llevar por un amor dañino, tener la carga de su familia en la espalda, tener la maldición de ser alguien que no es y sobretodo asesinar más gente inocente sólo para alimentarse. Se sentía prácticamente identificado con él, lo guerrero se les nota por encima de la piel, aquel instinto de supervivencia que les corría por las venas. Stiles creyó que él podría ser el correcto.
Claro que creía eso, pero había algo que desde hace ya un mes atrás le estaba afectando. La ansiedad y el insomnio se habían apoderado completamente de su persona, no sabía exactamente por qué pueda pasarle eso, además de las ganas de tener relaciones habían aumentado en cantidades increíbles, literalmente estaba chillando por sexo.
O sea, no es que Damon no lo hiciese o no le llenase —porque, muy bien que si lo hacía—, pero pensaba que había algún factor que le hacía falta para que pudiese explotar de placer por dentro. Y sentirse pleno.
No había caído en cuenta de todo el tiempo que llevaba dentro de su mente hasta que sintió los labios del mayor en su cuello, gimió en aprobación mientras se giraba para besarlo en la boca durante unos minutos y separándose para tomar aire.
Damon caminó hasta ponerse enfrente de él y con un ovación de pie, le dice: —Oh usted, queridísimo y adorado Joven Stilinski, cabello castaño como el chocolate más dulce, ojos color como el whisky más añejo y delicioso jamás creado. ¿Sería usted tan amable para darme el honor de tener una cita con usted?