Parte 26

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Miré a Luke desde la silla. Seguía durmiendo por lo poco que podía ver entre las lágrimas que desbordaban de mis ojos. Me levanté sin hacer el menor ruido y recogí mi bolso. Metí mi libro dentro, intentando no emitir ningún gemido, pero no puedo evitar que uno saliera de entre mis dedos. Luke se removió en la cama.
Caminé en el más absoluto silencio hasta la puerta, aguantando con éxito el deseo de gritar que me provocaba el nudo que se me había formado en el estómago. Me puse los zapatos que estaban en la entrada y abrí la puerta del vestíbulo. Y cerré la puerta en el instante en el que escuché mi nombre desde la habitación. Bajé corriendo las escaleras y salí a la calle. Estaba nevando. Me aproximé al bordillo e intenté parar un taxi. La luz de la habitación de Luke estaba abierta, y intuía que estaba buscándome en su apartamento por lo rápido que se movía su sombra.

Otro taxi que pasó de mí.

Volví a mirar hacia arriba, y me encontré a Luke asomado a la ventana. Repasaba entre los transeúntes para encontrarme, pero había demasiada gente como para que me encontrara al instante. No me había dado cuenta de cuanta gente había.... Y de repente oí mi nombre. Me había visto.

Volví a intentar cojer otro taxi, y bueno, a la tercera va la vencida.

Cuando tuve medio cuerpo dentro del taxi, descubrí a Luke bajando por las escaleras. El único chico que me había roto el corazón. Cerré de golpe la puerta.

-¿A donde vamos?

-Lejos. Arranque, por favor.

El conductor, sin pedir explicaciones,  hizo lo que le mandó. Cuando el coche se puso en marcha, el chico que tanto me había engañado no llegó a tocar el taxi, como tampoco volvería a tocarme a mí.

Luke había salido a la calle semi-desnudo, con los pantalones de pijama y sin camiseta. El pelo alborotado me indicaba que se había estado estirando de ellos durante buen rato, y, su mirada transmitía desesperación y desconcierto. Pero yo ya no me creía nada proveniente de él, ya no.

Aguanté el tipo durante un par de segundos, pero las lágrimas brotaban de todos modos

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Aguanté el tipo durante un par de segundos, pero las lágrimas brotaban de todos modos. Estaba sentada en la parte de atrás del taxi, mientras que él iba dirección a mi casa. El conductor sabía perfectamente que lo que sucedía detrás de su taxi, aunque respectaba mi privacidad sin hacer cualquier comentario, cosa que agradecí. 

Y, mirando por la ventanilla, observaba a la gente pasar a la velocidad del rayo que iba el taxi. No podía pensar, mi mente se había quedado de golpe en blanco, no era racional. Sabía que salir a patas de casa de Luke había sido cosa de gallina, pero no podía aguantar estar en el mismo sitio en el que estaba él, en el mismo sitio donde había caído en su cama más de una vez, en el que habían tantos recuerdos que solo deseaba olvidar por despecho. Tampoco tenía fuerzas para enfrentarme a él. Y es que si le hubiera tenido que encararme a él, no podría haberle dicho todo lo que pensaba decirle en ese momento. No podría haberle gritado o enfadado, no podría haberle hecho daño, el mismo que él me había hecho a mí. Pero bueno, supongo que solo uno puede salir dañado de alguien a quien de verdad quería.  ¿Pero como había sido tan estúpida? Luke no me quería, ¿Cómo me iba a querer? No tenía suficiente conmigo, a lo mejor no tenía ni para empezar, que tenía que buscarse a otra. Y Luke es... Luke! ¿Como iba a conformarse conmigo cuando tenía medio mundo a sus pies? Por el amor de Dios! Y yo, inútil de mí, había caído ante él como una más. Me asombraba lo decepcionada que estaba conmigo misma. ¡Le había dado mi corazón con los ojos vendados! Me faltaba la respiración, y no pude aguantar más. Lloré desconsoladamente contra la ventanilla, ya con los ojos cerrados, para evitarme el ver a parejas alegres cruzándose con el taxi. 

No había servido para mucho el irme de su apartamento, porque tampoco tendría mucho tiempo de pensar en lo que le diría. La mañana siguiente tocaba ensayo general antes del concierto del fin de semana. Y Luke accedería con facilidad a la sala de ensayo, aunque no le tocar. Al fin y al cabo, la gira era la suya. 

Para cuando ya me dí cuenta de que había llegado a mi casa ya había dejado de nevar, el cielo seguía gris, pero llovía dentro de mí. El taxista me cobró menos de lo que en realidad valía el viaje, pero el buen hombre me dijo que me lo perdonaba a cambio de que dejara de llorar. Le dije que era imposible que lo conseguiera, pero el respondió que siempre, sea en un tiempo lejano o cercano, el corazón deja de doler.

Y, cuando el taxi se fue, no pude evitar susurrar.

-No puede doler algo que ya no tienes.

Un baile de dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora