parte 56

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LUKE

La academia de música a la que había asistido de pequeño había organizado un evento solidario para recaudar fondos y donarlos a otras escuelas que estuvieran en la misma situación que lo había estado antes de que yo invirtiera en ella. Para ello necesitaban aunque fuera una voz famosa para llevar adelante el proyecto, y me eligieron a mí para hacerlo. Aquel día me pidieron que fuera al mini concierto que habían organizado en la misma escuela. No pude negarme, incluso la idea me emocionó: volver ahí, con antiguos profesores y alumnos, reunirnos de nuevo y recordar viejos tiempos... era algo que me hacía ilusión. Invité a Cass para que fuera conmigo, pero parecía estar ocupada en problemas de Arythmic. Aún y así me ayudó a vestirme, algo muy formal, con americana y pantalones de vestir, para mi gusto demasiado serio para un evento solidario. Tom pasó con el coche por casa para recogerme, y me despedí de Cass con un pequeño beso. El viaje en coche se me hizo ameno, hablar con Tom era algo que me relajaba y que me gustaba: era alguien introvertido pero perspicaz, era leal y tremendamente sabio. Cuando mi relación con Cass había empezado a tambalearse, fue un gran apoyo. Sus consejos, no siempre agradecidos, eran verdades como puños, y siempre acertaba con ellos. Y en aquel coche con él, le veía inquieto, nervioso incluso. Tamborileaba en el cambio de marcha con los dedos, y echaba algún que otro reojo hacia el espejo retrovisor para verme reflejado. Hablamos del último partido de fútbol, del cual los equipos que se enfrentaban defendíamos cada uno. Me recordó algunas citas de aquella semana y pregunté por su familia.

Al llegar al estudio me sorprendió que no hubiera nadie en el exterior esperando mi llegada. Ni fans, ni fotógrafos, ni siquiera mi banda de música.

-¿Tom?

-¿Si, señor?

Me asomé entre los dos asientos de delante y vi una sonrisa de lado poco disimulada en su rostro.

-¿Por que no hay nadie?

-Debería entrar.- dijo, aludiendo mi pregunta. - Nos vemos más tarde.

Me señaló la puerta con la cabeza para echarme. ¡Echarme! ¡A mi! Gracioso, ¿no? A pesar de todo, abrí la puerta y me quedé mirando como se alejaba el coche hasta el final de la calle. Aquel día parecían todos comportarse de una manera extraña, pero para no sufrir más dolores de cabeza decidí pasar por alto aquel asunto y adentrarme en la escuela de música.

Las luces de la entrada estaban apagadas, y el pasillo estaba señalado con guirnaldas blancas. Donde antes habían instrumentos colgados, partituras y trofeos de música ahora habían fotografías de mi familia. Empezó a sonar una música a través del pasillo, una voz dulce acompañada de acordes de guitarra suaves.

La primera imagen era una de mi madre y mi padre juntos, muy jóvenes, cogidos de la mano delante del instituto. Ella llevaba puesta la toga y sonreía a la cámara, mientras que él no parecía estar a punto para la foto: miraba hacia algo que había tras la cámara. Seguí caminando con un nudo en el estómago por la situación. La siguiente era de mi madre y yo juntos, abrazados. Para entonces yo tendría cinco años y ella unos veinticuatro. Me daba un fuerte beso en la mejilla y yo parecía asqueado, intentando apartarla para que me dejara respirar... lo que hubiera dado en aquel momento para volver a aquellos tiempos de travesuras. donde no tenía apenas problemas. Toqué la foto con la yema de los dedos, acariciándola, como si pudiera sentir de nuevo la suavidad de su cabello. Pasé a la siguiente fotografía, una en la que salía con mis padres enfrente de un gran pastel con sus nueve velas... un año antes de la muerte de mi madre. Consecutivamente habían otras de conciertos y de fiestas, todo ordenado cronológicamente, hasta que llegué a la última, la foto que había hecho junto a Cassandra el día de nuestra reconciliación. Una fotografía en la que salíamos besándonos, y, como fondo, cientos de bailarines sonriendo y mirándonos con gesto de asombro. Ella sonrojada de la sorpresa y yo emocionado de volver a tenerla a mi lado. Al final del pasillo había una puertecita que daba a la cúpula de música. Aquella aula había sido completamente reconstruida cuando cogí las riendas de la escuela. Era algo parecido a una sala de conciertos, con las paredes acristaladas, bancos de madera y un escenario central, los conciertos por las noches eran increíbles. Pero solo se escuchaba la canción, ni rastro de aplausos ni de cámaras disparando flashes. Caminé hacia allí, ya que la música parecía provenir de aquella sala y todas las demás puertas estaban cerradas. 

Cogí el pomo de la puerta con el corazón en la mano. La abrí lentamente, y, al asomar la cabeza, casi me caigo hacia atrás. La sala estaba ocupada por los amigos y familiares míos más cercanos. Todos ellos hacían un pasillo directo hacia el centro de la sala, pero cuyo final no veía. Entré en la sala y cerré la puerta a mis espaldas, algo confuso por todo aquello. Saludé a un grupo de amigos que habían estudiado en aquella misma escuela años atrás. Todo el mundo iba vestido con colores claros, elegantes, con un nardo enganchado en el pecho. La sala estaba cubierta por flores blancas y rosas claras, sonaba la misma canción que había escuchado desde le pasillo, y me inquietaba saber que todo le mundo sabía lo que estaba haciendo ahí excepto yo. Mientras saludaba a unos amigos que trabajaban conmigo en la gira, volví mi mirada al frente, y mi corazón se saltó varios latidos al verla a ella.

Cass iba preciosa, con un vestido corto de color blanco y mangas largas de encaje. Llevaba el pelo suelto, iba ligeramente maquillada, y unas sandalias que la hacían un pelín más alta de lo que era. Me había quedado sin palabras. Podía estar cientos de años mirándola, que no me cansaría jamás. Nunca tendría suficiente de ella. No me había dado cuenta de que había parado de caminar hasta que alguien me dio una palmada en el hombro. Me di, de una manera brusca, la vuelta, y ante mi sorpresa me encontré con un Óscar sonriente. 

-¿Que cojones...? ¿Que diablos ocurre?- murmuré casi sin aire.

Mi amigo pasó su brazo por mi hombro y dijo que aire divertido:

-Aún puedes escapar. Aunque yo de ti lo haría rápido, el padre de Cass está esperando a dejarte estéril como le hagas daño a su hija.

La familia Evans estaba al lado de Cass, mirándonos sonrientes, eso sí, unos más que otros.

-Óscar, ¿De qué va todo esto?

-¿Aún no te has dado cuenta? Bueno, no debería ser yo quien te lo dijera...

En ese mismo instante, Óscar me soltó, fue hacia delante y, delicadamente cogió la mano de Cass para que le siguiera hasta mi lado. 

-Cass...

-Antes de que digas nada, antes de que digas que esto es una locura... Si. Me quiero casar contigo. Si si y cien veces si.- dijo haciendo aspavientos con las manos. Estaba nerviosa, lo podía sentir.- Pero no quiero esperar más, y, por el tiempo que te tengo en vela en este tema, sé que tu tampoco.- Como veía que seguía sin poder hablar, siguió moviéndose de aquí para allá.- Y con lo que me has dado la tabarra en esto, como me digas que no te crujo. Pero, en un arranque de valentía, he dicho: ¿Por que no? ¿Por que no ya? Así que he hecho esto.- dijo señalando a su alrededor con el brazo.- Para que nos casemos.- Me quedé pasmado ante lo que acababa de decir, no podía reaccionar ante lo que me estaba sucediendo... estaba tan feliz.-Es que como siempre me has sorprendido tu a mi...¡Tachán!... Si crees que es precipitado puedes decir que no... otro día, cuando quieras...

Se me quedó mirando, con aquellos ojos brillantes de vida, de ilusión, y mi rostro no pudo permanecer más tiempo impasible. Me llenó de ternura su entusiasmo, su inquietud, su más sincera acción. Justo en aquel momento se dejaba guiar por el corazón. Cass, la persona más razonable que había conocido en la vida, dejaba el cerebro a un lado para seguir a su instinto y darlo todo por el amor. Se ponía en mis manos ciegamente sin importar los prejuicios ni las consecuencias, se lanzaba al vacío con todo. Y era algo tan puro, tan bueno, que no pude seguir hacerla esperar, aunque ella me tuviera semanas en ascuas.

-No podría esperar más.- le sonreí y la cogí en volandas.- Si, casémonos. No sabes lo feliz que me haces... Claro que sí. 

Y junté mis labios con los suyos. A saber para qué: Para transmitirle lo bien que me sentía en aquel momento; para poder recibir algo de su luz; o simplemente por el anhelo de volver a besarla y sentirla tan cerca de mí. La gente a nuestro alrededor empezó a aplaudir ante la escena de película que estábamos protagonizando. Tenía tanto por lo que agradecerle, tanto por lo que pedir perdón...Nunca me volvería a separar de ella. Cuando encuentras la persona con la que compartirás tu vida, aquella que te llena de energía con tan solo verla, todo lo demás desaparecerá. No habrá nada más importante. Nadie le hará justicia a Cass.
Porque nada es más importante que saber que no estás solo.

Un baile de dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora