parte 35

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Mis padres decidieron mudarse al poco tiempo. No habían encontrado ningún sitio donde trabajar, así que decidimos hacer las maletas.

Mi hermano también se iba a mudar, pero no con nosotros. Iba a irse a Australia con Laura, su ex, para arreglarlo. Le habían becado para hacer erasums en su último año de universidad. Cuando lo pidió no se lo pudieron negar, sus notas eran de la mejores, y lo tenía todo en regla. Alex en cambio decidió quedarse a vivir en una casa de estudiantes, no quería abandonar su puesto de profesora de baile en Arhytmic, y el poco de dinero que le daba, podía pagar el alquiler junto a las demás chicas. 

El primero en irse fue Mikel, un día antes que nuestro vuelo. Nos abrazamos todos delante de la estación de autobuses, llorando a moco tendido, y con centenares de promesas de visitas y de cartas por enviar. A la mañana siguiente nos levantamos muy temprano para no perder el avión. No había recibido ninguna noticia de Luke, y hasta que no estuvimos sentados en el avión, no me pude creer que lo estaba dejando todo atrás. No sabía lo que esperaba, quizás que se presentara en el aeropuerto y me pidiera que no me fuera o simplemente que me enviara un mensaje diciéndome lo mucho que me quería y lo que me echaría de menos. Pero no ocurrió nada. Tampoco le iba a culpar: con lo que hice podría incluso olvidarse de mí. Había conseguido darle a entender que no me gustaba, que quería que me dejara o incluso que ya no le quería, todo para que se alejara de mí, para que pudiéramos recapacitar con tranquilidad sobre nuestra relación; para que simplemente se diera cuenta de que yo no valía la pena, y que cualquier chica estaría dispuesta a pasar por lo que yo estaba a punto de pasar y lo que él necesitaba que hiciera: mantenerse en la sombra.  Él podría tener a cualquier chica, y hay de mejores que yo, y que estuvieran contentas con estar con él aunque solo fuera por un segundo, aunque fuera en secreto.

Yo no quería un segundo, yo quería una eternidad. Yo quería estar siempre con él, pero no de la manera que él quería. La relación es cosa de dos, y si la balanza se desequilibra, el resultado acaba evocando siempre al desastre. Ya había sacrificado demasiadas cosas, incluso a mi misma.

Durante el viaje en avión decidí dormir para que el tiempo transcurriera más rápido, para así no ser consciente del enorme vacío que se había hecho paso en mi estómago y  lo vacía que me hacía sentir aquello. Con los auriculares puestos y enchufados al iPod, le di al play a la lista de canciones lentas, aquellas canciones que solían bailar y que contaban historias de amor, que narraban su comienzo, y algunas su final, un final bonito o trágico, como el que yo estaba viviendo pero evitaba recordar. 

Me despertó mi madre tocándome el hombro. Cuando abrí los ojos ya se estaba haciendo de noche, y podía ver el puerto lleno de luz a nuestros pies. El mar estaba revuelto y, por lo que se movían las palmeras, sabía que soplaba mucho el viento. Cuando presté atención a lo que sonaba a través de los auriculares, me entró de nuevo el malestar que había tenido al irme a dormir: sonaba una de las canciones de Luke. Una canción lenta que hablaba sobre una chica en una fiesta, una chica rubia y guapísima a la que no podía olvidar. Estaba segura que aquella canción no la había compuesto él. Cuando Luke se quedaba dormido, cotilleaba un poco la libreta que utilizaba para escribir las canciones, de las cuales pocas, por no decir ningua, salían a la luz, y sus canciones estaban a años luz de ser como aquella. Sus canciones transmitían mucho sentimiento, te podía cambiar el día con tan solo escuchar aquellas palabras. Te hacían cerrar los ojos he imaginarte en su lugar, en agudizar el oído para no perder ni una sola nota de la melodía, y muchas de sus frases se quedaban grabadas en tu mente. Pero la que estaba escuchando no se acercaba siquiera a ese sentimiento. No era mala, si lo fuera no tendría a medio mundo a sus pies, pero no era lo mismo. 

Apagué el iPod y enrollé los auriculares a su alrededor. Me preparé para el aterrizaje, la segunda parte que más odiaba de los vuelos, la primera era el despegue, cuando te quedas durante unos segundos sentada en vertical. 

Y ya habíamos llegado, ya pisábamos California.

La nueva casa de alquiler era enorme, de tres plantas y cerca del campo

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La nueva casa de alquiler era enorme, de tres plantas y cerca del campo. Era blanca por fuera, con una columna en cada esquina y un balcón que ocupaba la segunda planta y otra en la tercera, delimitada con una verja negra muy bien trabajada. A la izquierda había otra casa parecida, del mismo color y todo, pero en sus terrazas yacían grandes toallas de colores y de ropa tendida. A la derecha de nuestra nueva casa se extendía un gran terreno lleno de árboles y césped. En la entrada había un pequeño buzón rojo en el cual pronto pondría nuestro nombre.
Mi madre, la que estaba más emocionada que nadie por estar ahí, fue la primera que salió del coche y la primera que entró en la casa. Mientras yo sacaba las maletas del coche de alquiler, oí a mi madre gritar de emoción.

¿Por que yo no estaba igual de emocionada? Desde pequeñita había querido ir a ese país, donde había la mejor escuela de baile en el mundo, y la más cara también. Pero me faltaba algo, mejor dicho, alguien. Me faltaba mi hermana, con quien había compartido mi deseo de bailar desde nacimiento. Pero claro, era demasiado cara como para inscribirme si quiera, no podíamos permitirnoslo ni con los nuevos empleos.

Me instalé en mi nueva habitación. Las paredes eran del mismo color que toda la casa, blancas, con muebles marrones y una cama con las sábanas azules. Era bastante grande, más de la antigua habitación, y el techo estaba iniciando al estar en la última planta. Tenía y un lavabo privado y todo, y al lado de la puerta había un espejo de cuerpo entero. Habían varias ventanas en dos de las paredes, una daba al campo, en la cual también sobresalían algunas montañas, y las otras daban a la casa de al lado. Al asomarme por aquella ventana, vi a una chica de más o menos mi edad asomada a la suya.

-¡Hola!- me saludó con la mano.

-Hola.

-De donde...

Cerré la persiana de golpe, sin dejarla acabar. Deshice la maleta y metí toda la ropa en el armario, poniéndome más triste según las colocaba en su sitio, y me pregunté si me echaba de menos, me pregunté que estaría haciendo en aquel momento, si estaría pensando en mí como yo lo hacía con él.

Con el paso de los días fui acostumbrándome a esa casa y a esa ciudad. Me apunté a una academia se baile como alumna, una cerca de casa, y empezé a buscar un trabajo.

Al llegar el verano, un sobre con mis notas de la universidad llegaron a casa. Había pasado de curso y con matrícula. Pero para que me servía? Ya no podría volver a la universidad el curso siguiente.

Un baile de dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora