Capítulo doce.

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Denébola.

— ¿Por qué tardaron tanto? Estaba a punto de irme y nadie los iba a dejar pasar  —dijo la chica que salió del muro.

La miré de arriba a abajo, evaluándola; tenía un maldito cuerpo espectacular, caderas marcadas, cintura estrecha, piernas largas, pechos enormes, cabello dorado que era tan perfecto y  sus ojos destellaban como los de un león, completamente dorados. Supe desde el inicio que no nos íbamos a llevar bien.

—Muy bien, cygnis, pasen antes de que los oscuros los maten —dijo Izar con ese extraño movimiento de las manos que era característico en él.

—Izar, vas a hacer que estos humanos se mojen en sus pantalones antes de tiempo —dijo con burla la chica de cabellos dorados.

— ¿Aquí todo mundo es odioso naturalmente o se ponen de acuerdo? —le pregunté a Ross que estaba a mi lado, mientras que los demás entraban y pasaban el muro de hierro.

—No es tan malo como piensas, Dené —me dijo. 

¿Desde cuándo me llamaba Dené? Y ¿Quién le dio permiso de hacerlo?

—Además, míralo de  este modo, hermanita, encajarás muy bien porque eres igual de odiosa que ellos.

— ¿Se pone que eres mi hermano o qué? —le pregunté a Den, moviendo su cara con mi mano para que borrara su estúpida sonrisa.

—Somos los últimos, entremos —dijo Ross.

Lo seguí, pasando por el hueco en el muro de hierro, mi gran curiosidad me llevó a girar la cabeza en todas direcciones, traté de no parecer tan ridícula, pero lo cierto es que la curiosidad es demasiado intensa cuando estás en un planeta desconocido. 

En realidad, a comparación con lo que estaba afuera y todas las cuevas que atravesamos, esto estaba bastante bien; el cielo era un mar de colores, no era azul como en la Tierra ni siquiera gris, era rojo y amarillo, morado y azul, naranja y lila; todo eso le daba un aspecto diferente, y tenía algo hermoso y mágico en él. Era tan... atrayente, que no estaba segura de si era real.

Frente a nosotros una clase de nave que volaba a muy poca distancia del suelo se estaba yendo y otra estaba llenándose de personas.

—Esa es nuestra nave —dijo Ross. Me hizo una señal para que avanzara así que lo hice.

La pequeña nave no tenía techo, era una plataforma suspendida en el aire con asientos en los lados. Cuando llegué a ella, Ross no esperó a que le pidiera ayuda ni que hablara, me tomó de la cintura y me cargo para dejarme arriba en la plataforma, cosa que me molestó, nada raro en mí.

—Podía yo sola.

Me ignoró. La chica del cabello dorado subió después de mí cuando mi hermano le cedió el lugar, mientras que yo me senté en uno de los lugares que estaban a los lados. La chica se sentó frente a mí, de modo que su cara era todo lo que veía. Ross y Deneb llegaron y se sentaron a lado de nosotras, respectivamente.

—Vamos, Sirio —dijo—. Todos están arriba, podemos irnos —Sirio, el tipo que era invisible, estaba parado al frente y en medio, controlando una clase de volante muy raro, pero en cuanto puso sus manos en él la plataforma respondió y empezó a avanzar. Todos los que habían venido de la Tierra estaban callados y tranquilos, por suerte no vi a la chica que tanto se ponía en mi contra—. Así que ustedes son los hermanos de la profecía, quién lo diría...

— ¿Por qué lo dices, Ese? —le preguntó Ross.

—Nunca imaginé que estuvieran en un lugar tan horrible como la Tierra —le respondió ella con aires de superioridad en cada una de las palabras.

Cygni.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora