Capítulo cuarenta.

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Denébola.

13 de febrero, 2025.


—Nunca había visto una tormenta como esta en New York —comenté.

—Ni yo, señorita. Y vivo aquí desde que nací.

Las gotas de lluvia caían con fuerza sobre las ventanas de la camioneta, se oía con tal fuerza como si fuera granizo pero sólo era unas gotas enormes. El tráfico apenas avanzaba pero ya estábamos muy cerca del lugar y Samuel era bueno con los atajos, eran las cinco de la tarde y parecía que ya eran las nueve de la noche por las negras nubes que estaban sobre nosotros.

A los pocos minutos, llegamos al restaurante y Samuel estacionó justo frente a la puerta.

—No baje, señorita, sacaré el paraguas del maletero y la escoltaré.

—Gracias, Samuel —dije.

La verdad era que no tenía ganas de empaparme y comer estando mojada. Samuel no tardó nada en abrir mi puerta trasera y la dejó abierta para mí, el paraguas ya nos cubría a ambos, en sólo unos pasos llegamos a la entrada del restaurante pero bastó uno o dos metros para dejar mis zapatos mojados.

—Llévate la camioneta y vuelve a tu casa, Samuel, no te necesito por el resto del dia. Iré con Adam. Nos vemos mañana temprano ¿De acuerdo? A la misma hora para ir a la empresa.

—Gracias, señorita. Que disfrute de su cena. Buenas noches.

Samuel dio la vuelta para subir a la camioneta y yo entré al restaurante, el clima ahí dentro era todo lo contrario a como estaba afuera. Entregué mi abrigo a una mujer de ahí y me fui a preguntar dónde estaba mi mesa. El lugar era cálido y muy tranquilo, la comida irlandesa de ahí era de las favoritas de Adam en toda la ciudad y, aunque poco me gustaba, lo había sugerido para tenerlo feliz y que cuando le dijera lo que tenía que decirle el golpe no fuera tan fuerte.

—Estoy buscando a Adam Brown.

—Si, claro. El ya está aquí. Si gusta seguirme, señora Brown.

Moví la cabeza divertida, Adam tenía el afán de darme titulos no oficiales, pero aún así seguí al camarero y me dejó frente a una mesa junto a la ventana. Adam se puso de pie, me dio un beso corto en los labios y me ayudó con la silla. — ¿Señora Brown? —pregunte.

—Me gusta cómo suena —sonrió y yo también, pero más tensa que de costumbre.

El anillo en mi dedo anular pareció apretarse y quemar, como un recordatorio de lo que debía hacer. El cielo relampagueó tan fuerte que di un pequeño brinco en mi lugar.

—Creo que el cielo se va a caer —dijo Adam—. Estos días han estado muy raros. El clima está hecho un lío.

—Quería hablarte de la boda —le solté.

Adam tardó un poco en hablar y se sorprendió por lo que dije.

— ¿Vas a cancelarla?

—No. No, no, claro que no —en ese momento la sorprendida fui yo porque no esperaba que eso fuera lo primero que pensara que le diría, tomé su mano para relajarlo y me reí un poco de su cara de horror, al menos ya me había relajado—. Al contrario, quiero adelantarla.

— ¿Adelantarla? ¿Por qué? —se extrañó aún más—. Creí que siempre habías querido casarte en diciembre, dijiste que habías leído que el amor duraba para siempre o algo así.

—Sí, pero...

—Señores Brown, soy Charles, su camarero —nos entregó las cartas y en ese momento sonó mi teléfono— aquí les dejo la carta y vendré a tomar su orden en unos minutos.

En la pantalla se leía el nombre de mi madre.

—Gracias —dijo Adam al camarero.

Rechacé la llamada de mi mamá y miré a Adam con la intención de seguir hablando, por lo visto él igual porque no abrió la carta y me miró con curiosidad.

—Sigue, por favor.

—Sí. Eh... yo pensé que sería...

El teléfono volvió a sonar, esta vez no lo rechacé de inmediato pero tampoco contesté.

—Contesta —sugirió Adam—. Si insiste debe ser algo importante.

—Ni tú crees que sea algo importante, seguro sólo quiere saludar —corregí. Pero mientras él leía la carta yo atendí la llamada—. Hola, mamá.

—Hola, cariño. Escucha... eh... ¿Estás sola?

—No, estoy con Adam —respondí dudosa. Su voz no se oía bien, el tono de voz que usan cuando te van a dar una mala noticia—. ¿Está pasando algo, mamá?

Adam dejó la carta sobre la mesa y con la misma cara de preocupación que seguramente yo debía de tener prestó atención a mis palabras.

—Alguien quiere hablar contigo, cariño.

—Que alguien quiere hablar conmigo —le expliqué a Adam. La persona del otro lado de la línea sólo dijo una palabra, mi nombre, pero me bastó para fácilmente reconocer esa voz aún después de tanto tiempo—. Ross.

Me quería desmayar, era más fuerte desde entonces pero escuchar su voz no me indicaba nada bueno. Empecé a hiperventilar y quería vomitar todo lo que había comido.

—Necesitamos tu ayuda, Denébola —dijo Ross. Su voz sonaba totalmente distante pero también desesperada.

—No volveré a irme —negué.

No lo haría, no con tantos motivos por los cuales quedarme en la Tierra. Era mejor que lo supiera desde ese momento.

—No hace falta —respondió con verdadero rencor en sus palabras—. Cygni fue destruido. Y tus preciados humanos tienen a Sinistra.


Fin del primer libro.

Cygni.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora