Capítulo treinta y dos. Parte dos.

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Deneb.

Prepararse para una batalla en la zona Oscura era muy diferente a como lo hacíamos en la zona Luz; en la primera lo único que había era una gran arrogancia y una tremenda soberbia de que todo saldría de acuerdo a lo que planearon. El Rey cómodamente sentado desde su sillón, hablaba de cómo destruiría las marcas de Luz que habían dejando en otros planetas muchos años atrás; Atria, sentada a la fuerza a su lado, sólo asentía con una mínima sonrisa a cada cosa que él decía. Y Alkes disfrutaba ver cada mínima expresión que yo hiciera, esperando un momento en el que tropezara y dejara una grieta abierta entre los muros que había construido. No era el único, la reina hacía lo mismo cada cierto tiempo, pero ella se concentraba más en Atria, la vigilaba desde un sillón más apartado pero parecía que la distancia eran sólo centímetros cuando intentan entrar a tu cabeza una y otra vez.  

Llené de nuevo mi copa con ese líquido rojo que quemaba mi garganta, si tenía suerte me iba a embriagar lo suficientemente rápido para resistir un poco más al infierno que vivíamos Atria y yo estando ahí. Vacié la copa de un solo trago y la volví a llenar.

—Cuidado, no querrás estar inconsciente cuando salgas de Cygni —se burló Alkes.

—Tengo resistencia —fue lo único que contesté antes de volver a beber.

El rey se rió de algo que él mismo dijo y Atria sólo por complacerlo hizo lo mismo; nuestros ojos conectaron unos segundos, la espera de que todo explotara al fin nos estaba matando a los dos. Cleeía entró a la sala sala donde estábamos, no estaba vestida para el combate pero aún así ya se había armado.

—Señores, la nave aguarda. La última estrella está a punto de salir.

—Excelente. Puedes retirarte, te veremos en la azotea —ordenó el Rey.

Ella asintió y yo vacié mi copa de nuevo antes de ponerme de pie para salir de ahí.

—Bueno, es hora —volvió a hablar Labrum, se puso de pie pero dejó una mano sobre el hombro de Atria para que ella siguiera en su lugar—. Quiero los informes que sean necesarios, Alkes. Sabes lo que hay que hacer en Demille. Y tú, Deneb,... enorgulleceme.

—Yo no fallo, su majestad —respondí. Atria me veía desde el sofá aún, a simple vista no mostraba miedo o inquietud, parecía que se sentía cómoda ahí, pero yo la conocía más que a simple vista—. Portate bien y te veré a mi regreso —le dije.

—Yo la cuidaré, Deneb —dijo la reina y se acercó a ella, incluso acarició su cabello—. No te preocupes, está en muy buenas manos.

Ella rió con gracia, Alkes le siguió pero sus risas estaban llenas de maldad y burla, el rey creo iba a seguirle pero no me quedé para verlos o escucharlos reír, con todo el dolor de mi corazón di media vuelta sin volver a mirar a Atria y salí de la sala, sin esperar a Alkes o al Rey me dirigí a la azotea.

Una vez arriba, el ruido de la nave llenaba todo el lugar, odiaba la mucha oscuridad que siempre había ahí, incluso la nave no tenía tanta iluminación, pero todo eso a ellos los hacía sentirse más cómodos. Quería volar a más altura y ver si las legiones de Luz ya estaban ahí afuera esperando, tenía que ser así, pero verlo con mis propios ojos me hacía sentir menos desesperado. La noche no parecía diferente a cualquier otra, incluso me parecía un poco pacífica, pero yo sabía que todo estaba a punto de cambiar y sentía mi cuerpo tenso, con el estómago caído y en mis brazos y espalda una sensación rara de energía.

—Éxito en esta misión —dijo el rey llegando a mi lado junto con Alkes.

El resto de la tripulación se mantuvo atrás de nosotros, sólo cuando Alkes, vestido hasta con una capa parecida a la de su padre empezó a caminar hacia el interior de la nave, el resto lo seguimos.

Cygni.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora