Capítulo veintiséis.

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Denébola.

—Desearía poder ir contigo —dijo Deneb por quinta vez.

—Voy a estar bien, en serio —respondí con una sonrisa—. He entrenado mucho.

Caminábamos por el pasillo, Deneb me acompañaba a la sala de armas porque iríamos a la doble misión: recuperar un territorio y hacerles creer a los Oscuros que los lazos con Den estaban cortados.

—No dudo de tu capacidad, pero aun así me preocupas.

—Tranquilo, voy a cuidarnos —respondí medio divertida, recordando que nuestras vidas estaban unidas—. Mejor dime cómo vas con Izar. Desde hace tres días que entrenas con él y no se te ve para nada.

—Nunca pensé que Izar fuera una persona dura, en serio —abrió mucho los ojos para darle énfasis y sólo se veía cómico—. Pero creo que esta funcionando, estoy aprendiendo. Puedo engañar a la gente con los ojos cerrados —presumió dándose aires.

—Inténtalo conmigo —sugerí interesada.

—Mi maestro dice que no tengo que abusar de mi poder —se burló. Llegamos a la sala de armas y nos quedamos afuera de ésta, había que separarnos porque él iría de nuevo con Izar y yo iría a pelear—. Tengo que irme, cuidate. Izar me dijo que si los Oscuros preguntan por mí no digas absolutamente nada, dice que no eres tan buena mintiendo —me abrazó rápidamente y después sonrió con tristeza—. Cuidado, en serio. Y cuida de Atria también ¿si? —luché por no poner mis ojos en blanco pero él lo notó.

—De todos modos no va —recordé—, sigue castigada.

—Ah, cierto. Lo había olvidado.

Después de un segundo abrazo él se fue y yo entré a la sala para equiparme; no habían llegado todos sólo estaba Lyrae y cuatro Cygnis que sólo conocía de vista, pero estaba segura de que al menos tres de ellos venían de la Tierra. Seguí mi camino hasta tomar el cinturón para colocar un par de lanzas en mi espalda, algunos cuchillos en mis botas y oculté una daga en mi top, era mejor estar prevenida.

A mi lado un chico colocaba cuchillos en su cinturón pero las manos le temblaban tanto que terminó tirando un par de ellos al suelo. Me agaché para ayudarlo y le entregué de nuevo sus cuchillos; los demás en la sala lo veían como si fuera un caso perdido y eso me molestó un poco. Ser de Cygni no significaba ser guerreros para todos.

— ¿Nervioso? —pregunté tratando de sonar amable.

—No tienes idea —respondió él sonriendo de más.

— ¿Tú primera misión? Eres velocista como Ross ¿no? —él sólo asintió, por eso iba porque era tan rápido para que no lo vieran llegar—. Al menos sabes a qué vas, la primera vez que peleé nos tomaron por sorpresa.

—Salió bien, supongo.

Sólo me encogí de hombros, no creí que fuera de mucha ayuda mencionar que me habían herido con una espada envenenada y que casi muero.

—Estarás bien, sólo... no dejes de correr —sugerí.

—No sé si sea tan valiente.

—La valentía muchas veces es sólo mucha estupidez combinada con adrenalina.

Él ya no pudo decir nada más porque Ross llegó a la sala, Jabbah lo acompañaba. No dijo nada al entrar, en cambio se dirigió inmediatamente a mí; mientras yo mentalmente repasaba si había cometido alguna falta reciente.

— ¿Estás sola? —preguntó. Miré a mi alrededor y no contesté a su estúpida pregunta, hasta que él se dio cuenta de lo tonta que había sido—. Me refiero a que... ¿Dónde está Sinistra?

Cygni.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora