Capítulo treinta y dos. Parte cinco.

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Atria.

Me quedé viendo un punto fijo de la mesa de centro que había en la sala, la botella de licor estaba abierta y sólo un segundo pasó por mi mente beber un poco, pero ahora que Deneb se había ido y yo estaba completamente sola con la reina y sus juegos mentales... tenía que estar más sobria que nunca.

—Pareces nerviosa —observó ella, las esquinas de sus labios se curvaron hacia arriba y sus ojos tenían un brillo de maldad.

—No, no es eso. Es que desde que llegamos aquí, Deneb y yo casi siempre estamos juntos... es raro que no sea así, eso es todo —respondí con calma.

—Los Luz sólo aman una vez ¿no? —asentí secamente—. Es una tontería, el amor —explicó con toda la burla en su voz—. Los hace demasiado débiles a todos ustedes y también manipulables. Aunque es bueno para nosotros ¿no?

Volvió a reír, yo no mencioné nada más. Me mantuve sentada en mi lugar, la reina caminaba de un lado a otro con suaves y delicados pasos. Parecía inmersa en su propia mente así que aproveché para verla detenidamente, después de todo, deseaba enormemente que esa fuera la última vez que la veía. Era muy alta y delgada, con un cuello demasiado largo, sus manos estaban llenas de cicatrices al igual que sus brazos, pero en la cara no tenía tantas, sólo una en el mentón y en la mejilla izquierda, ambas muy pronunciadas. La reina no era alguien de combate, seguramente por eso no había tenido la oportunidad de mostrar que podía ser verdaderamente mala, pero había algo en su porte y en su expresión que dejaba muy claro que en cualquier momento podría mostrar un poder más allá de lo que hacía.

Una especie de alarma empezó a sonar en todo el lugar, mi corazón dio un brinco al escuchar ese sonido pero mantuve mi mente en completo asombro como si yo no formara parte de todo eso. La reina dio un giro brusco, buscando una explicación para que hicieran sonar la alarma, e inteligentemente me miró con la mirada entrecerrada, ella nunca se había fiado de mí, pero yo era buena en mi papel. En el pasillo se escuchaban las pisadas de cygnis corriendo de un lugar a otro, tres de ellos no tardaron en entrar a la sala en la que estábamos, todos con un arma en la mano. ¿Cuál era la probabilidad de que pudiera matar a cuatro antes de que alguno de ellos me matara a mí?

— ¿Qué está pasando? —exigió saber la reina.

—Los Luz están acatando todas las torres, también el castillo.

Mi corazón se aceleró aún más, traté de controlar mis movimientos y mis pensamientos pero no creo que la reina se preocupara por eso, dado que era muy inteligente sin duda. Pero yo me mantuve en calma, me levanté lentamente de mi lugar y esperé.

— ¿Quién está atacando aquí? —preguntó aún con su vista fija en mí.

—Vino su comandante en jefe.

—Úsenla.

Supe enseguida lo que significaba su orden: me iban a atrapar. Todos actuamos al mismo tiempo (excepto ella), los guardias se adelantaron por mí y yo creé estacas de hielo que salían de mis dos manos, apunté a dos de ellos mientras esquivaba un cuchillo que iba en mi dirección. Sólo acerté a uno pero al menos estaba viva aún.

Era una buena guerrera, quizá ellos igual, pero no tenían la misma determinación que yo para salir de ahí. Matarlos significaba mi libertad, unirme a mi gente y dejar de aparentar lo que no era. Así que, no paré de lanzar estacas de hielo a su corazón con una velocidad increíble, no sé si Ross las hubiera visto venir siquiera. Pronto todos los guardias yacían muertos en el suelo. La reina ni siquiera tenía armas, se quedó ahí de pie y sin hacer nada porque ya sabía lo que iba a pasar, éramos ella y yo.

—Tienes una gran cantidad de maldad dentro de ti —y sonrió.

Entonces, porque tenía mucha maldad dentro de mí, congelé su cuerpo a una temperatura perfecta, ella sabía lo que iba a hacer porque no intenté ocultarlo; quedó congelada en una posición extrañamente desafiante y mirando a donde yo estaba, tomé una espada de sus propios guardias y con toda la fuerza que pude reunir la clavé a la mitad de su cuerpo, el hielo se cuarteó sólo un poco pero yo no desistí. Clavé la espada hasta que atravesó por completo el hielo y la figura de la reina se partió por la mitad, no iba a poder vivir ni aunque la descongelaran. Salí de ahí tomando las armas que los demás habían dejado, al salir al pasillo todos corrían de un lado a otro buscando una ventana para tener una buena visión de la pelea y combatir desde ahí. Cerré esa puerta sin llamar la atención y congelé la cerradura, uno de ellos me vio haciéndolo pero hablé antes que él.

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