Capítulo treinta y nueve.

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Adam.

Me costó más o menos una hora más para que Denébola, obligada, aceptara que no era un monstruo y que no se llamaría a ella misma así; pero en realidad sólo lo hizo para que dejara de insistir.

Eran las seis y un poco más de la noche, llevábamos despiertos horas y todas ellas estuvimos platicando, no habíamos comido o hecho algo más aparte de hablar y caminar desesperados de un lado a otro; Denébola también lloró por horas enteras, me explicó y pregunté cosas que me ayudaban a entender más.

No sabía exactamente qué pensar o cómo sentirme al respecto de todo, era algo totalmente loco las historias que contó y, sin embargo, habían pasado. Magia, matar, herir, pelear, planes y otras cosas no eran algo que formaran parte de mi vida, no tenía una opinión que valiera porque yo no sabía nada de Cygnis o su vida, era como hablar se medicina si yo estudiaba leyes. Lo único que tenía claro era que tenía que apoyar a Denébola en todo el camino después de eso, que haría sus días más suaves y me aseguraría que con el tiempo ella volviera a conciliar el sueño.

—Hay una cafetería a una cuadra, me estoy muriendo de hambre ¿Quieres ir? —le grité porque ella estaba en la cocina y yo en la sala, guardando cosas.

Salió con un vaso de agua para ella y otro para mí, el maquillaje se le había corrido, el cabello lo tenía despeinado y la ropa arrugada, me imaginé que así era verla en las mañanas y esa idea me gustó.

—Sí, yo también tengo hambre. ¿Qué? ¿Por qué me miras así?

—No, nada. Vamos. Será mejor que lleves tu abrigo.

Fui a mi habitación por un jersey, seguía con la misma ropa de ayer pero poco importaba, y escuché a Denébola desde la sala mientras yo buscaba.

— ¿Crees que deba llevar los lentes y el sombrero? Se supone que nadie debe de verme.

—No lo sé ¿Qué recomendó Jones? —pregunté. Ya abrigado, salí a la sala y ella buscaba su teléfono en su cartera.

—Dijo que intentara pasar desapercibida.

—No creo que algún reportero te vea aquí, la cetrería está a una cuadra y ya es noche. Vamos así.

Yo también busqué el celular y la cartera, los había dejado en algún lugar cerca de la puerta la tarde anterior.

— ¡Oh por Dios! —exclamó con una cara de espanto mientras pasaba su dedo por la pantalla del teléfono—. Tengo cincuenta llamadas perdidas de mi mamá. Y veinte mensajes de texto.

—Creo que alguien estará castigada —la molesté pero yo también empecé a revisar el teléfono y me di cuenta que tenía casi las mismas llamadas perdidas.

— ¿Hola, mamá? —Denébola ya estaba al teléfono enseguida, tenía una cara tan graciosa—. Estoy con Adam... ¿Cómo que lo sabes?... ¿Rastrear mi teléfono no es ilegal?... Sí, lo sé. Perdón... No, no me pases a papá. No —puso los ojos en blanco y me hizo señas para que saliéramos del departamento mientras ella seguía hablando, la hice pasar mientras escuchaba su conversación—... sí, papá, sé que debí avisar, pero... no... sí, esta noche te llamaré desde el hotel. Adiós —se despegó el teléfono de la cara sin parecer muy contenta y lo guardó en su bolsa mientras yo llamaba al ascensor.

— ¿Todo bien? —pregunté divertido.

—Estoy hospedada en un hotel, máximo secreto, según Jones —explicó, el elevador comenzó a bajar a la planta baja—. Se suponía que llamaría a mis padres en la noche pero no lo hice, así que investigaron que no estaba en el hotel hasta que localizaron mi celular. Debes de saber que ellos saben dónde vives y lo siento por esa intromisión.

Cygni.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora