Capítulo treinta y ocho.

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Denébola.

Cuando terminamos de cenar en el cuarto de mis papás ya pasaba la medianoche, pero ellos parecían que podían seguir durante horas. No sabía cómo explicar todas las emociones que sentía en ese momento, por un lado estaba feliz y contenta de estar ahí, también me divertía tanto entusiasmo pero me abrumaba un poco, porque ya no sabía cómo actuar normal, cómo debía comportarme frente a una situación que para mí era totalmente extraña.

Había querido tanto regresar a la Tierra con la esperanza de volver a una vida normal, una vida relajada, sin tener que pelear o afrontar grandes cosas, esa vez me abriría más a las personas, regresaría a la preparatoria y ya no me metería más en detención, saludaría a Adam en los pasillos y algún día saldría con él, regresaría al ballet y lo disfrutaría aún más, haría las cosas mejor; pero nunca esperé que la vida que solía tener hubiera desaparecido.

Entré a mi habitación para dormir pero primero me puse a ver todo dentro, abrí la ventana y me asomé para ver el jardín trasero, la alberca estaba cerrada y el jardín estaba algo descuidado, lo lamenté porque a mí me encantaba ese lugar. Mi cuarto estaba totalmente igual, abrí el closet y mi ropa estaba intacta, había una capa de polvo en todo el lugar pero se mantuvo como yo lo dejé. En la esquina de mi escritorio estaba el bolso y los libros que había llevado mi último día a la escuela, se habían quedado en mi casillero antes de que cayera al suelo y mi vida cambiara por completo, las habría llevado Jones sin duda alguna. Metí la mano al bolso y encontré mi teléfono, fue raro porque tenía tiempo sin ver un aparato así, estaba descargado pero tampoco me urgía revisar mis mensajes, así que busqué el cargador y lo conecté el resto de la noche. Levanté las cobijas de la cama y me acosté en ella, me hundí por completo en el montón de almohadas, el edredón era suave y caliente, llevaba días sin dormir bien y quizá esa sería la noche para hacerlo.





Estaba de pie en medio de la batalla, muchos Oscuros me rodeaba y peleaba con todos ellos con mis dos lanzas, yo era muy fuerte, muy rápida, muy letal... ninguno podía igualarme, uno a uno fueron cayendo muertos frente a mis ojos, yo estaba en medio de un círculo formado por sus cadáveres. No había nadie más a mi alrededor, nada ni nadie con vida, sólo yo, sabía que estaba en la batalla porque era la zona Oscura donde me encontraba, pero nadie más peleaba y yo me extrañaba con eso. Algo subía por mi garganta, se sentía caliente y sabía a... sangre, la escupí a chorros, sangre negra salía de mi boca como vómito y no paraba, me ahogaba.

Los Oscuros que había matado segundos antes se pusieron de pie, uno a uno como si fueran zombies se acercaron a mí y rieron al ver que me ahogaba. La sangre paró, me puse de pie pero ellos seguían ahí, se me enchinó la piel de miedo.

—Te mataremos, como tú nos mataste a nosotros —dijo uno de ellos.

Busqué mis lanzas pero ya no las tenía, no había nada con lo que pudiera defenderme y ellos se acercaron a mí con espadas en mano. Me rodearon y yo no tenía a dónde correr, intenté convertirme en fuego pero no pude. Me clavaron una espada en el vientre, caí de rodillas pero seguía viva. De pronto, todos al mismo tiempo me clavaron sus espadas en todo mi cuerpo, sentía cómo me atravesaban pero no tenía dolor, tampoco podía gritar. Sin embargo me moría de miedo al ver sus rostro. Me golpearon y me tiraron, todos estaban encima de mí hasta se todo se volvió negro.

Una luz blanca era muy fuerte e hizo que me dolieran los ojos, cuando los abrí poco a poco estaba tumbada en un pasto fresco y recién cortado, no había nada más en kilómetros, una figura alada descendía del cielo hacia mí pero la luz me impedía ver su rostro. Al principio pensé que era un ángel, pero cuando bajó a la Tierra me encontré con Jabbah.

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