Capítulo quince.

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Atria.

—Por favor, Denébola, no vayas a volver a perder la paciencia y explotes como la última vez —escuché que susurró Deneb a su hermana.

—La última vez... lo dices como si hubieran sido muchas ¡Sólo fue una vez! —ella no respondió en voz tan baja.

Sonríe un poco, agradecida que no pudieran ver mi cara. Eran una pareja de hermanos completamente diferente a como pensé que serían; en realidad, los tenía de alguna manera idealizados, incluso creí que serían superiores a todos nosotros, pero me agradaban, ambos. 

Denébola era parecida a Ese mucho más de los que ellas admitirían, era impulsiva y se mostraba más seria de lo que era en realidad, parecía un poco confundida y eso me hacía sentir mal por ella. Deneb era muy diferente a su hermana, o eso creía; jamás había visto a nadie que se preocupara tanto por una persona (quizá a Ross y Ese, pero ellos eran otro caso), veía a Dené con tanto amor que se sentía alrededor de él. Un día antes lo había visto pelear de forma digna y valerosa, pero lo que lo motivó a sacar todo su poder y a combatir de verdad a todos los Oscuros, había sido el amor que sentía por su hermana y el miedo de perderla. 

Lo que movía a Denébola era la impulsividad y el coraje; y lo que movía a Deneb era el amor.

—Atria... ¿podrás abrir la puerta? —preguntó Ross detrás de Den.

—Lo siento —contesté distraída, dejando de pensar en cosas que no eran tan importantes como lo que venía.

Toqué la puerta de Castrum central y no esperé a que ellos nos dieran alguna señal para dejarnos pasar, porque ya nos estaban esperando. Todo el Consejo ya estaba listo, sentados en sus respectivas sillas; en el centro, mi padre sonrió al vernos. Lo conocía bastante bien para saber que estaba ansioso por saber todo lo que La Anciana nos había dicho, si no fuera porque ayer Denébola no estaba en las mejores condiciones y que Ross y Deneb se había opuesto rotundamente a que ella saliera de su habitación, mi padre hubiera dado todo por enterarse de una vez por todas.

—Me alegra ver que estás mejor, Denébola —comentó mi papá; ella sólo se encogió de hombros—. Siéntense, por favor. Todos.

Los hermanos se sentaron en las sillas disponibles de en medio; me senté a lado de Deneb y Ross junto a Denébola. Todo el Consejo tenía la mirada fija en ellos, de reojo vi cómo Deneb cambiaba su expresión; pasó de una prudente a una de "yo tengo el control y no temo qué venga", incluso su boca estaba un poco torcida a modo de sonrisa, sus ojos se estrecharon y se relajó en la silla. Contuve las ganas de reír por todo el teatro que armaba.

—Supongo que ya saben cuál el motivo del que estén aquí, así que al grano... ¿quién es el segundo hijo de Cygni?

—La cosa es diferente —empezó Ross.

— ¿A qué te refieres? —le preguntó su padre.

Ross miró a Denébola y después a Deneb, ninguno de los dos parecía muy dispuesto a ser quién explicara todo el asunto.

—Habla tú —dije.

Les contó la historia que nos había dicho La Anciana, incluso lo que no entendíamos. Pero hubo algo que Ross no le mencionó al Consejo, no les dijo que si uno de ellos moría el otro también iba a hacerlo, una clara desventaja para ellos.

— ¿Lo que estás diciendo es que tienen que pelear juntos para que ganen la guerra? —preguntó mi padre, viendo a la mesa, pensando en algo que sólo él sabría.

—Al parecer es así.

— ¿Hay algo más? —preguntó el segundo comandante.

— ¿Qué podría haber? —añadió Deneb—. Es todo lo que ustedes querían saber y eso todo lo que sabemos nosotros.

Cygni.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora